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ACA IRI EL POST

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Kayakismo de Travesía, Encuentro Nacional 25 años, Alfredo Barragán

agosto 13, 2024 — by Andar Extremo

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Entre el 8 y el 10 de diciembre de 2023, se llevó a cabo el 25º Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía, organizado por el Centro de Actividades Náuticas de Dolores (CADEI) y liderado por Alfredo Barragán. Durante esta travesía, 140 kayakistas recorrieron aproximadamente 100 kilómetros, desde Dolores hasta San Clemente del Tuyú, atravesando los distritos de Tordillo y General Lavalle. El desafío incluyó navegar por la Bahía de Samborombón, una de las zonas más difíciles y exigentes del Río de la Plata. Los participantes enfrentaron condiciones como olas, viento y barro, mientras disfrutaban de paisajes únicos y navegaban por espacios protegidos. Anabel Cadario comparte su experiencia en esta emocionante travesía.

Por Anabel Cadario, fotos Marcos Ferrer

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La cita, como todos los años, fue en el C.A.N.D., el día 7 de diciembre, donde nos esperaban sus instalaciones, en un predio parquizado en torno a su laguna, para poder acampar y concretar formalmente, durante la cena, el Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía. Allí, la organización reunió a navegantes de todo el país: Córdoba, Santa Fé, Entre Ríos, para iniciar, al otro día, por vigésima quinta vez, la arriesgada y emocionante bajada a la Bahía de Samborombón desde Dolores a San Clemente. La ceremonia comenzó con un cruce lacustre de navegantes femeninas que, en embarcaciones iluminadas, acercaban la tradicional Torta Argentina, característica de esta localidad, también conocida como el Primer Pueblo Patrio, para festejar 25 años de la realización de este encuentro. Luego de las palabras de bienvenida del capitán Alfredo Barragán y las indicaciones previas necesarias para hacer la experiencia exitosa e inolvidable, disfrutamos de unas ricas pizzas y bebidas. Nos fuimos todos a descansar temprano para comenzar, al otro día, la aventura para la que fuimos convocados.

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Día 1: 08/12/23
Suena la tradicional bocina del Encuentro Nacional de Kayakismo. Señal de que todos debemos despertar y prepararnos para emprender la salida. Nos agrupamos puntualmente para ser escoltados en caravana por la policía local hacia el viejo puente del Canal 9, desde donde comienza la travesía. Mientras estibábamos las embarcaciones, se empezaba a sentir la emoción a flor de piel, mezclada con cierto nerviosismo por lo que nos pudiera deparar la bahía. Llegados los conductores que habían ido a dejar los vehículos al club, emprendimos el comienzo, llenos de entusiasmo y alegría.

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La marcha del primer día es siempre tranquila, amena y amigable, lo que permite ir en busca del reencuentro con compañeros de otras ediciones, mientras vamos relatando experiencias pasadas a nuevos amigos. Numerosas cantidades de garzas blancas, biguás y espátulas rosadas nos acompañaron en bandadas, mientras navegábamos por el canal, atravesando paisajes rurales, hasta llegar a la intersección de la Ruta 11, ubicada en la localidad de Tordillo.

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Ya se divisaba el puente debajo del cual desembarcamos para acampar. Mientras armamos carpas y nos acomodamos en un sector cómodo y limpio, preparado por los organizadores, se fueron armando las picadas de quesos y fiambres que fueron la excusa perfecta para juntarnos y sacar alguna guitarra que amenizó con canciones el ambiente mientras caía el atardecer, lugar que nos quedamos disfrutando hasta la hora de la cena. Choripanes y bifes de chorizos en sándwiches fue la comida perfecta para esperar las novedades e indicaciones del Capitán para emprender la próxima jornada, cerrando con la entrega de una placa conmemorativa que le fue entregada por estos 25 años al mando de esta famosa y exigente travesía. “Sangre sudor y barro” fue el texto de la placa y nada más simbólico de lo que la misma exige.

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DIA 2. 09/12/23
Luego de un reparador descanso, ya estábamos todos preparados para embarcar a la hora acordada. Informados de quienes revestirían las posiciones de capitanetes para mantener la flota agrupada entre el Capitán (Barragán) y el Subcapitán (José Huevo Roche), comenzamos a bajar. Fue difícil esperar sin que la corriente nos llevara en dirección al río mientras todos bajaban al agua, por lo que intentábamos mantenernos en el lugar remando en contra y jugando con alguna que otra maniobra. Llegados a la boca de la Bahía, nos detuvimos unos minutos a la espera de agua. Cuando se alcanzó cierta profundidad, encaramos la misma. El viento NE produjo una ola que a veces explotaba de amura y otra reventaba de costado. Se puso muy movido con olas que alcanzaron 1,70 m de altura. Inútiles resultaron los apoyos. Sólo quienes sabíamos agarrarnos a la ola logramos mantenernos cabeza arriba mientras veíamos a muchos amigos darse vuelta más de una vez. En pocos minutos, la flota comenzó a alargarse y empezó a desparramarse como consecuencia de los vuelcos. Ni los rescatadores ni las lanchas de apoyo daban abasto para rescatar a quienes volcaban o se les rompía las embarcaciones por la virulencia del agua. A estas últimas se les dificultó mucho asistir por el violento movimiento ascendente y descendente que produjo la altura de la ola.

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Terminamos todos haciendo rescates y asistiendo. Una locura inolvidable. Afortunadamente, nadie se desesperó y las dificultades pasaron a ser temas de relatos y anécdotas cuando todo se calmó. Debo reconocer lo útil que nos resultaron las clases que tomamos en salidas al mar de kayak surf. Cuando todo se calmó, nos detuvimos un momento para reponer energías, siempre en el agua y sin bajarnos de los botes. Intentar llegar a la costa no solo sería inútil sino además agotador por el barro pantanoso que presenta la bahía.

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Así continuamos hasta alcanzar la boca del Canal 1, en el que se encuentra el Parque Provincial de Venado de Las Pampas. Este espacio protegido se encuentra restringido al acceso del público y sólo es habilitado cada año, excepcionalmente, para el acampe de los participantes de esta travesía. Claro que este privilegio tiene su costo. “Sangre Sudor y Barro” decía la placa… y hubo que caminar cerca de 2 km con el barro a la rodilla, arrastrando el kayak que se empantanaba, para llegar hasta el cangrejal que se forma delante de la barranca, a la cual se puede subir para poder descansar. Recuerdo que años anteriores no costó tanto llegar a ese lugar. Este año, entre la batidora que nos esperó al ingresar a la Bahía y la empantanada caminata para llegar a este hermoso lugar, Samborombón nos cobró lo bien que la pasamos años anteriores. El anochecer llegó muy rápido y no quedaron muchas más energías que para armar carpas, limpiarse un poco y cambiarse para la cena. Algunos no llegaron a comer por el cansancio que nos trajo este segundo día de travesía. Merece un destacado especial el balde plegable que lleva el Goyco y que arroja atado a una soga cuando llega un poco de agua limpia para poder desembarrarnos. Hasta sacamos número para usarlo. Este año, después de él, me tocó el número uno.

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DIA 3. 10/12/23
Nos levantamos ya conociendo, desde la noche anterior, las buenas condiciones climáticas para este tercer y último día de travesía. Un poco tristes por los compas que, por distintos motivos, no pudieron seguir, y otro tanto felices por haber llegado hasta allí, ya animados por el merecido descanso, comenzamos a bajar los kayaks por la barranca, mientras intentábamos no pisar a los cangrejos que huían hacia sus covachas. Así, navegando, transcurrió el día, dirigiéndonos hacia el lugar de llegada. A mitad de camino, nuevamente, tuvimos la fortuna de ser recibidos en el Parque Nacional Campos del Tuyú, uno de los únicos 3 parques nacionales de la provincia de Buenos Aires, que tampoco está abierto al público por el momento. Un playón de caracoles y conchilla que, vistos desde el agua, destaca por verse como una franja de blanco absoluto. Allí nos esperaban Maxi y los guardaparques del lugar, que nos informaban sobre el origen e importancia de la reserva, mientras almorzábamos. Luego de eso, seguimos navegando hasta llegar a Punta Rasa, lugar donde termina la travesía y estallan todas las emociones juntas. El orgullo de concluir una de los recorridos más difíciles y exigentes por las condiciones que presenta este sector del Río de La Plata, por saber que se llega al mar, y especialmente por haberla concluido exitosamente con mis amigos Adrián Rivero y Ubaldo Álvarez, con quienes hemos compartido otras aventuras y planificamos venir.

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Termina este relato de travesía, pero no sin antes dejar mención de la celebración, entrega de certificados y sorteos que entregan los organizadores. No sé si el futuro me deparará otra nueva vuelta por la Bahía de Samborombón; yo vine mi primera vez buscando superar mi límite, pero creo que quien presuma ser kayakista alguna vez se tiene que atrever a hacerla. Y recuerden que el libro de los acontecimientos se encuentra siempre abierto en la mitad.

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EXPEDICIÓN CAMPO DE HIELO SUR, Glaciares Bernardo, Témpanos y Occidental

julio 8, 2024 — by Andar Extremo

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En una expedición que desafía los límites, Marcelo Hostar y un equipo de kayakistas exploradores recorrieron 560 kilómetros a través de la indómita Patagonia. Durante 17 días, navegaron por aguas gélidas y enfrentaron la majestuosidad de glaciares, revelando la belleza y la brutalidad de un paisaje en constante cambio. Desde el Canal Baker hasta el glaciar Bernardo, pasando por el valle del río Kaweskar, esta crónica detalla un viaje de descubrimientos geográficos y pruebas personales, marcando cada kilómetro con la promesa de una historia que merece ser contada.

por Marcelo Hostar texto y fotos

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Como cada verano, mi corazón anhela descubrir los secretos de la Patagonia, esa tierra de extremos donde los glaciares tallan la historia en hielo eterno.
En esta aventura, me acompañaron dos almas valientes: Marcelo Zanotti, de Bariloche, compañero de travesías legendarias como la vuelta a la isla de Chiloé, y Francisco Pandolfi Jiménez, joven prodigio de las aguas bravas, novato en expediciones pero con una técnica que desafía a la naturaleza misma.
Partimos de Caleta Tortel, surcando el Canal Baker y el estero Neff, hasta enfrentar el temido porteo de 300 metros, donde en el pasado, el destino probó nuestra resiliencia con esguinces y rodillas traicionadas. Tras 100 kilómetros, y 50 más allá, nos esperaba el glaciar Bernardo.
Acampamos en rincones familiares, esos pocos refugios que nos brinda la marea y el clima, siempre en compañía de gegenes y tábanos, cuyo zumbido se convierte en la banda sonora de nuestras noches. El repelente Off era apenas un susurro frente a su insistencia.

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El refugio del glaciar Bernardo fue nuestro santuario contra la furia de los elementos, donde chubascos caprichosos y un sol tímido nos recordaban la volubilidad de la naturaleza.
El glaciar, testigo de mis visitas en 2016 y 2020, mostraba su vulnerabilidad ante el tiempo, retrocediendo unos 5 kilómetros en siete años. Un evento dramático dividió su frente, dejando tras de sí una cueva de hielo que exploramos con la ilusión de hallar tesoros de eras pasadas.
Los témpanos dispersos en la laguna eran gigantes adormecidos, y nosotros, navegantes prudentes, esperábamos la marea alta para admirarlos en su plenitud, evitando las implosiones traicioneras que buscan un nuevo equilibrio.
Desafiamos puentes naturales de hielo, atravesándolos con un respeto reverencial, conscientes del peligro que acechaba en cada arco cristalino.
Un día, mientras Francisco ajustaba su GoPro, fuimos testigos de cómo una piedra de hielo se desprendía con estrépito, un recordatorio de la fragilidad de este mundo congelado. Esa noche, una ola provocada por un desprendimiento sacudió el lugar donde habíamos estado, fracturando el hielo que antes nos había cobijado.

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Nos maravillamos ante un coloso de hielo azul, un monumento natural de 80 metros de largo que, horas más tarde, se partió en dos, víctima de la presión y las corrientes ocultas bajo el glaciar.
Tres días después, el glaciar Tempanos nos recibió, también retrocedido, revelando nuevos secretos en su frente.
La edificación de la Conaf, abandonada desde la pandemia, fue nuestro refugio improvisado. A pesar de los colchones cómodos, las pulgas nos dejaron recuerdos que picaban en piernas y vientres, excepto para el afortunado Fran.
Una escalera deteriorada casi me cobra caro, pero la fortuna estuvo de mi lado, y solo sufrí rasguños que sané con desinfectante y determinación.
Los gegenes, esos incansables habitantes de la Patagonia, nos acosaban sin tregua, mientras que los tábanos, disuadidos por la llovizna, nos concedieron un respiro. Contrario a lo que muchos podrían pensar, la ausencia del sol fue una bendición disfrazada.
Una vez listos, nos lanzamos en nuestros kayaks hacia el glaciar, cuyo frente se extendía a 4 km de distancia. Aunque su retroceso era menos pronunciado que el del Bernardo, la diferencia era visible desde mi última visita hace 7 años. En un lateral, descubrimos una cueva de hielo, un santuario secreto donde el viento catabático nos envolvía con su frío abrazo.
Navegamos a lo largo del frente glaciar, capturando su majestuosidad en fotografías y esperando, con cautela, algún espectáculo de rotura. Sin embargo, la naturaleza se mantuvo serena.

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Nuestro viaje continuó hacia el valle del río Kaweskar, donde remontamos 15 km para alcanzar el lago que acoge la lengua del glaciar Occidental. En estas expediciones, siempre me encuentro con lo inesperado… y esta vez no fue la excepción. Tres helicópteros Robinson 44 emergieron del valle, una visión tan sorprendente como imposible. Marcelo y yo intercambiamos miradas de desconcierto, preguntándonos si serían rescatistas en busca de algún aventurero perdido.
Aterrizaron cerca, y al acercarnos, descubrimos que eran viajeros como nosotros, pero con medios más lujosos. Gente de Osorno, exploradores del cielo que nos recibieron con papas fritas y cerveza, compartiendo historias y sorpresas.
Después de seis horas luchando contra la corriente, llegamos al lago, donde los témpanos anclados en la naciente del río nos recibieron como guardianes silenciosos. El glaciar se erguía imponente al fondo, un espejo del legendario Upsala. Encontramos un lugar de acampe y, tras recuperar energías, exploramos el frente glaciar. A diferencia de otros, este se mantenía sólido, sin desprendimientos visibles, aunque sabíamos que bajo la superficie, enormes bloques de hielo esperaban su momento para emerger.
El sector sur del frente mostraba más actividad, donde la presión entre la montaña y el glaciar daba lugar a espectaculares roturas. Nos quedamos varias horas, absortos en la belleza del paisaje, incluso sin la presencia del sol. El agua era abundante, y aunque el calafate aún no estaba maduro, la promesa de futuros postres colgaba en el aire.
Guiados por Fran, descendimos el río y continuamos nuestro camino de regreso a Tortel. Esta vez, el sol se hizo presente, al igual que nuestros incansables compañeros, los gegenes y tábanos. Nuestro retorno nos llevó por el canal Norte de la isla Merino Jarpa, evocando la épica batalla de los 300 en el angosto paso de las Termópilas.
Tras 17 días y 560 km, llegamos a nuestro destino, un aserradero junto al río Baker. Satisfechos por lo vivido, especialmente Fran y Marcelo, que descubrieron maravillas desconocidas, nos preparamos para el regreso. Un último baño en el río nos liberó de nuestros “perfumes” de aventura, y aunque nuestras ropas pedían clemencia, nuestros espíritus estaban más vivos que nunca.

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Información General:
La Armada, guardiana de los mares, nos solicitó detallar nuestro recorrido y los posibles santuarios de descanso para un seguimiento preciso a través del localizador Delorme InReach. Este artefacto, testigo de nuestra odisea, registraba nuestras coordenadas diarias, tejiendo un mapa de nuestra travesía en la inmensidad patagónica.
Con la prudencia de un capitán, negociamos con una lancha de rescate, estableciendo un precio de salvamento desde el confín más remoto, un pacto de seguridad en la vastedad del sur (de U$S 3000 hacia abajo, según la distancia). Un seguro contra la incertidumbre, aunque deseábamos no tener que desembolsar ni un centavo.
La empresa “Energía Confiable” nos proveyó de paneles solares y baterías, nuestros aliados en la carga de cámaras, drones, celulares y GPS. Eran los heraldos de la tecnología en un reino donde la naturaleza dicta sus propias leyes.
El mapa cartográfico, ese pergamino de exploradores, fue nuestro compañero silencioso. Aunque la zona ya era un viejo conocido, el mapa se convirtió en nuestra brújula cuando la bruma densa nos envolvía o cuando las corrientes de marea, siempre adversas, intentaban desafiar nuestro curso.
Vestíamos trajes secos, armaduras modernas en dos piezas, que nos brindaban confort en la batalla contra los elementos, fuera de los dominios helados de los glaciares.
Las lonas de Tyvek, tan ligeras como resistentes, nos ofrecían suelo y techo, transformando cualquier rincón en un refugio bajo las estrellas. Y aunque los gegenes intentaban perturbar nuestro descanso, su presencia se diluía en la oscuridad nocturna.
Bolsas estancas y cabos eran nuestros escudos y espadas, asegurando los kayaks contra las mareas caprichosas y sirgando valientemente a través de ríos indómitos.
Las noches se coronaban con comidas termoestabilizadas, “Sabor de Reyes”, un festín digno de los valientes que desafían el fin del mundo.
Y al alba, un desayuno de campeones nos aguardaba: cereales, barritas energéticas y, por supuesto, el mate, esa infusión que nos recordaba que, sin importar lo lejos que estuviéramos, el corazón de Argentina latía con nosotros.

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Michelle Lee, la mujer que cruzó el Océano Pacífico a remo en 240 días

abril 8, 2023 — by Andar Extremo

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El 5 de abril luego de 240 días la australiana Michelle Lee; una mujer de 48 años que había partido de Ensenada, México llegó a Puerto Douglas, Australia, en una pequeña embarcación a remo en el Océano Pacífico , sin asistencia ni apoyo, recorriendo más de 14 000 kilómetros.

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Michelle de 48 años de edad partió del puerto de Ensenada en Mexico el 8 de agosto de 2022, en una embarcación de remos llamada » The Australian Maid», de 7.7 metros de eslora (largo ) y 2 metros de manga (ancho), fabricada con fibra de carbono con una cabina en la cual almacenaba los, una desalinizadores de agua y un equipo de comunicación satelital.
L a idea era partir de Estados Unidos en San Francisco, California, pero por problemas con las autoridades norteamericanas partió de Ensenada de México, sitio donde encontró el respaldo de navegantes de vela y viajeros oceánicos de esa localidad.

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Michelle Lee informó que pretendía llegar a Sidney pero en los último meses pero las fuertes corrientes del Pacífico Sur fueron desviándola y termino llegando a Puerto Douglas el 5 de abril de 2023, sitio donde fue recibida por sus familiares y amigos que e la acompañaron a lo largo de casi ocho mes de su travesía. Desde Sidney a Puerto Douglas hay una distancia de dos mil kilómetros.
A lo largo los 240 días, la navegante australiana tuvo que sortear temporales, corrientes oceánicas y vientos que la desviaron constantemente del trazo original de su ruta, recorriendo cerca de 14000 kilometros en total.

“Las palabras no pueden describir adecuadamente cómo me sentí al ver el barco de la guardia costera de Cairns cruzando el océano, saliendo a saludarme. A bordo estaban mi equipo de apoyo y amigos. Fueron los primeros humanos que vi desde que partí de México el 8 de agosto de 2022. Muchas personas se unieron y colaboraron para que mi llegada fuera especial pero, sobre todo, segura”.

Michelle Lee, Tiene MUCHOS logros deportivos, recorrió la pista de Kokoda, escaló el Himalaya y realizob triatlones y carreras de larga distancia. En 2017 se convirtió en la poseedora del récord mundial «Desafío de remo de 1 millón de metros», y entre 2018/2019 fue reconocida como la primera mujer australiana en remar sola un océano, con su travesía por el Océano Atlántico de 4,700 KM, desde La Gomera, Islas Canarias, y terminó en English Harbour, Antigua y Barbuda; recibiendo en 2019 el título de «Aventurera del año» otorgado por Australian Geographic.

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“Mis emociones están a flor de piel. Hay alegría, alivio, gratitud y aprecio. Con amigos y familiares volando y conduciendo grandes distancias, esperando mi llegada. Estoy ansiosa, emocionada por volver a tierra. Abrazos cálidos, amor, comida y bebidas son una realidad más cercana ahora que se siente como una tortura, tan cerca pero tan lejos…”.

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ANTONIO DE LA ROSA llegó remando, ayudado con una vela, a Georgias del Sur

febrero 4, 2023 — by Andar Extremo

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Antonio de la Rosa realizó en 26 días un viaje en una embarcación a remo desde Cabo de Hornos a las Georgias del Sur, tras haber renunciado a la Antártida una semana antes por problemas en la barco.

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El aventurero Antonio de la Rosa partió el 7 de enero de la ciudad austral, Puerto Williams, con el ánimo de realizar remando en unos 40 días en solitario, en una embarcación de 7 metros, el recorrido de unos 3500 kilómetros aproximadamente que eternizo Shackleton hasta las Georgias del Sur.
Desde Cabo de Hornos Antonio comenzó esta aventura, intentará ser la primera persona que cruce a remo en solitario el Mar de Hoces o Estrecho de Drake hasta la Antártida, serán unos 1000 km en el peor lugar para navegar de la Tierra.
El “Ocean Defender”, así se llama la embarcación, tuvo su primer amanecer en Cabo de Hornos, luego de 22 horas de la partida, con una continua remada para aprovechar y anticiparse a futuros vientos que vendrían de unos 100 km por hora.
El segundo día el viento del sur comenzó a soplar y le hizo perder kilómetros ganados, tuvo que avanzar hacia el este con muchas horas de remo para no perder posicionamiento, pero parecía que la meteorología favorable con viento del norte u oeste le empujaría hacia la Antártida.
De entrada uno de los teléfonos se averió, aunque por suerte tenía otro que le alcanzo para conectarse solo media hora en estos primeros días. Desde que salió estuvo nublado o lloviendo, esto le incidió en la carga de las baterías lo que han bajado bastante, unos 40 amperios de los 180 que tienen. En estos casos de poca energía solo se maneja con el piloto automático y con el plotter, El próximo objetivo es la Isla Elefante así que va a tener que minimizar los gastos energéticos.

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El cuarto día fue terrible por las condiciones del mar, con rachas de vientos de 75 km/h, por desgracia por la noche se giró el viento a Suroeste y lo tiró nuevamente hacia el Noreste, esto generaba que lo separe del sur de la Patagonia, llevándolo demasiado alto, si bien las condiciones fueron duras podía descansar unas 3 o 4 horas con el barco moviéndose mucho.
Comenzando el quinto día ninguna de las predicciones climáticas se habían cumplido en las últimas cien horas. Con mucho dolor en las manos, de remar unas 15 horas diarias, si bien lleva guantes y crema para cuidar futuras ampollas, los músculos le pedían tregua.
Mantener la atención hacia que duerma poco y nada, continuamente chequeando la dirección e intentando cambiar el rumbo. Incluso las corrientes y los vientos llegaron a tumbar dos veces el Ocean Defender, si bien no se llego a dar vuelta, el giro de 90º por el golpe de la ola, el barco en volver a su posición normal tardaba a dos o tres segundos, eran segundos dramáticos.
Estos primeros días la alimentación fue escasa, ya que todavía tiene las energías del continente, sólo tomó una comida diaria caliente y algo de frutos secos, con media ración diaria, 2000 calorías, le alcanzaba para el gasto cotidiano.

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Con el paso de las horas las corrientes lo seguían afectando muchísimo en su sexto día, no contaba con ese enemigo, esas corrientes son como ríos indetectables y van en dirección contraria. Por estas condiciones de estar derivándolo demasiado al noreste y consideró adecuado poner el “ancla de capa” consiguiendo no alejarse tanto de la isla Elefante. Es desesperante, porque los kilómetros que ganaba, luego los perdía y así se pierden días enteros. La sexta noche pudo descansar un poco más que las anteriores, incluso con olas de cinco metros.
El séptimo día luego de muchos días malos, la meteorología llego con buenas previsiones Viento Noroeste con tendencia al Norte que le ha permitido navegar al Sur y ganar grados a la Antártida. Ha podido surfear olas y remar fuerte, el día había sido duro porla acumulación de días malos, pero cuando cambio volvió la energía al cuerpo
La parte negativa es que lleva un par de días muy oscuros, lloviendo, y sin sol, y eso afecta muchísimo a la energía de la embarcación para alimentar los equipos electrónicos. Tiene que empezar ya a racionar. Pese a que el piloto automático es de bajo consumo y con los ordenadores tiene un mínimo de 2,5 amperes la hora, lo que son unos 70 amperes al día. Si continúa el tiempo así solo tendría menos de dos días más de baterías. Otro tema negativo es la humedad dentro de la embarcación, todo el tiempo secando.
El octavo día fue durísimo, vientos constantes del Noroeste, con rachas de 80km/h, con muchas olas y con una fuerza y una potencia impresionante. Dio un tumbo completo de 360º pero el barco autodrizó muy rápido, en 2 segundos dio la vuelta completa. Con los golpes y los tumbos tiene que estar atento que no se le bloquee el piloto automático, la tensión hizo que no duerma prácticamente nada. Todo esto aparejado a que empezó a sentir olor a quemado y de repente humo negro donde almacenaba la comida, era el encendedor electrónico. Por suerte pudo arreglarlo rápido.
En el Antártico no hay tregua. el noveno día de repente la embarcación se giró hacia el noreste en dirección contraria a la que estaba llevando de sureste. El piloto automático se giró y no lo pudo re direccionar se quedó bloqueado. Así que tuvo que colocarse el traje de rescate con el arnés y los materiales de seguridad y asomarme a la popa para ver al piloto automático, que es un sistema hidráulico que guía la cruceta del timón. Lo tuvo que desmontar y dejarlo en sistema manual.
El salitre y la humedad también le trajeron problemas con el plotter exterior Hace un par de días se desprogramo la línea de marca 0 y quedo corrida no pudiendo manejarla con la computadora, así que doblemente pendiente con el rumbo.

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Ir al baño es en el Ocean Defender es una tarea complicada, todas las mañanas después del desayuno con Galletas y un café tiene que ir al baño. Pero si o si tiene que estar con el arnés colocado y bajo este está el pantalón. Solucionado, sale desnudo con el arnés, con botas y abrigado arriba. Con bajo cero, 5 minutos son resistibles.
Si contamos en línea recta a recorrido unos 450 km, la mitad de distancia hacia la Isla Elefante. Las condiciones lo están empujando bastante, aunque deriva un poco al Este.
El decimo día de remo cruzando el Antártico en Solitario. Prácticamente toda la semana ha tenido que ir escorado hacia babor, esto es que la embarcación va tumbada hacia la izquierda porque las olas y el viento soplan del Oeste. Se hace durísimo, no solo cuando esta dentro de del Ocean porque va torcido, sino también cuando rema. A veces entra un remo, el otro se queda en el aire, se hace durísimo con el paso de las horas. Termina con la espalda cargada por ese empuje de piernas y brazos que no es longitudinal, pero lo bueno es que fortalece muchísimo los oblicuos.
Para mejorar esa estabilidad he cambiado pesos, se llama estibar las cargas, para conseguir que la embarcación no vaya tan escorada hacia babor. Se mueve mucho de un lado a otro, pero va un poco más recta.
El decimo primer día no comenzó bien, un temporal del noroeste, con olas muy grandes, y vientos de 80 km km/h con picos de 100 km/h, manejando con el piloto manual y pendiente de la dirección, necesitaba la máxima concentración.
Sobre las dos de la madrugada una ola rodillo lo hizo girar varias, con tanta mala suerte que había dejado una escotilla un poco abierta para ventilar, esto ocasionó que le entren como diez litros de agua. A pesar de llevar todo en bolsas estancas, en el suelo la colchoneta, las esterillas y el saco de dormir terminaron empapados. Demoró tres horas para achicar toda el agua. Por suerte lleva tres bolsas de dormir para recambio.
Por la mañana del día 12 llegó al meridiano 55. El mismo meridiano en el que se encuentra la Isla Elefante, pero por desgracia está en el paralelo 59, y la Isla Elefante está en el 61. Son unos 200 km al sur.
El problema ha sido que los tres primeros días, que supuestamente tenía buena ventana de tiempo, nunca se cumplió la dirección del viento y luego sopló del oeste con corrientes también muy fuertes. Remando muchísimas horas para apenas conseguir avanzar hacia el Este y no poder bajar, incluso subir en algunos casos, cuando ya consiguió rumbear hacia Elefante, ha tenido que ir completamente escorado una semana con mucho dolor de espalda.

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La única manera de que pueda hacer una trayectoria Norte-Sur es cuando el viento este soplando del Oeste. Y por mas esfuerzo que haga se complica, la idea es llegar remando a Isla Elefante y luego ver la opción de ponerle la vela a la embarcación para ir directamente a las Gerogias que está a unos 1200 km.
En esta expedición viene un velero de apoyo con una productora de televisión, que está haciendo un documental. Este velero, además, a nivel de seguridad, es obligatorio para tener el permiso de la Armada de Chile para partir de Puerto Williams, y por parte del Comité Polar Español. No es una embarcación que vaya cerca del Ocean Defender, el lugar es complicado y el trabajo de navegar para el velero es muy difícil. Solo los ha visto las veces que se conectó en vivo, que han sido 3 en 8 días.
Para comer en la Antártida necesita 4000 calorías diarias, lleva más de 40 raciones. En cada paquete lleva 2 comidas calientes, deshidratadas , aproximadamente 600 calorías cada una y hay cosas muy variadas, arroz, carne, papas, guisos, etc.
Lleva también buenos desayunos, galletitas con mucha avena, un paquete por día (1000 calorías), junto con un café.
Come también cada día 100g de pistachos, que va utilizando como ración de marcha. También utiliza, jamón, galletitas y algún pan. Otra cosa que ingiere es un batido de proteínas de suero lácteo, sumado esto a unos 3 litros de líquido, más otros 2 que usa para hidratar las comidas.

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En el decimo quinto día de expedición decidió poner la vela, que fue marcada fundamentalmente por todos los problemas que tiene la embarcación. Averías importantes tanto a nivel de electrónica como de otros componentes. Además debido a la acumulación tan importante de humedad que va teniendo la cabina, ha hecho que se estropeen varios fusibles. Y de las 3 cámaras de grabación que llevo solo funciona una y las baterías se han dañado y no quiere poner en riesgo la expedición.
.A vela podrá ir el doble o triple de rápido, y con mejor dirección y trayectoria. Si a remo hubiera tardado 3 semanas, a vela podrá llegar en menos de 10 días.
Con lo que respecta al agua, lleva 150 litros embotellados que, según va consumiendo, rellena las botellas de agua salada para no perder el lastre de la embarcación, para darle estabilidad. Si se llegara quedar sin agua dulce, lleva una desalinizadora.
La temperatura ronda los 3 grados de día, con variación de apenas un grado del día a la noche. Pero cuando hay viento la sensación térmica baja mucho, a varios grados bajo cero.
La humedad es del 90% y continuamente seca la cabina por dentro, por la condensación.
Fueron 24 horas con vientos muy cambiantes y complicados, teniendo que abrir y cerrar la vela continuamente. Si bien es pequeña, triangular que abierta al máximo son 7 m2, el peligro de volcar con vela es probable y sería más complicado, aunque tiene un sistema de enrolle y desenrolle prácticamente instantáneo en pocos segundos.
Es una vela que ayuda, pero no es la panacea, puede ir un poquito más rápido que a remo, pero no mucho más, en condiciones normales, un 20 y un 30% más de velocidad.

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La velocidad máxima que lleva remando en agua plana son unos 5,5 km, con el movimiento del mal la actividad de la palada se reduce casi a la mitad. La velocidad en mar ronda unos 3 a 3,5 km por hora.
A vela, dependiendo de las condiciones se puede llegar a doblar esa velocidad o más, pero bajo condiciones óptimas. Esta es una embarcación de remo con una vela supletoria, no está pensado para navegar sólo a vela, sirve para ayuda.
La decimo sexta jornada fue durísima de día y noche de navegación a vela. Soplando viento del Noreste que lo ha hecho tener que navegar con un rumbo muy cruzado todo el tiempo la embarcación, completamente escorada a estribor ganando bastantes millas al Este en dirección a Georgia del Sur.
Prácticamente no pudo dormir en toda la noche entre la escora y los golpes del mar contra la embarcación, el viento roto al Norte con rachas de 60 km/h
Aunque hay muchísima humedad, lleva todo en bolsas estancas, mantiene toda la ropa seca, como así también la electrónica.
El decimo séptimo día fue el más complicado, después de la noche durísima, de viajar siempre escorado. Cuando bajó el viento la embarcación seguía muy escorada a estribor supuso que habría entrado agua. Hizo una comprobación y vio que a través de los tambuchos estancos que están en el exterior del barco, los que van en la parte de abajo de almacén, se habían llenado de agua. Precisamente en la proa el agua paso directamente a la zona de las baterías. Por suerte las secó, luego de cortar la corriente y comprobó con un amperímetro que aun tenían carga.
En la parte de atrás tuvo que sacar muchísima agua, en la parte de la popa habrían entrado unos 200 litros de agua. Luego de 4 horas de achique volvió todo a la normalidad.

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El decimo octavo día fue un día de tregua luego de días tan duros sido los vientos portantes le han permitido navegar tranquilamente. Ha podido aprovechar, después de las reparaciones del día anterior, para secar ropa, e intentar eliminar la humedad de la cabina de la proa, Navegando a vela permanece muchas horas allí adentro, tiene un sistema de manejo de la vela en la escotilla de la entrada de la proa, que le permite pilotear desde dentro de la embarcación. Le quedan de 5 a7 días para llegar a Georgias.
A pesar de que parece que las condiciones son un poco más favorables camino a Georgia del Sur ha pasado días duros y difíciles. El decimo noveno día sopló un durísimo viento del noroeste, así que por seguridad tuvo quitar la vela toda la noche para garantizar no tener problemas. Y los mas increíble a la madrugada se asomó y estaba rodeado de témpanos de hielo, estaba pasando entre grandes icebergs que, sin duda, son desplazados por las corrientes desde el norte de la península Antártica, Estas gigantescas masas de hielo tienen dimensiones impresionantes, recientemente se ha desprendido una de estas grandes masas de hielo del tamaño de la ciudad Londres. Al moverse tan despacio no sería peligroso chocar, al medir más de 50 metros de altura las que cruzo, el peligro sería que se pudiera caer un trozo de esta masa de hielo encima de la embarcación.
Hay que recordar que estas grandes masas de hielo que se desplazan por las corrientes, 7 partes están debajo del agua y tan solo una parte de hielo aflora por fuera, con lo cual el viento apenas les afecta.
En el vigésimo día de navegación se hallaba a poco mas de 200 km, siguió sin tregua. Cuando todo parecía que tendría días con vientos no muy fuertes vino la peor noche desde el comienzo de la travesía, con vientos superiores a 100 km/h. Grandísimas olas impactando contra la embarcación, con vela cerrada.
El cambio climático aquí se nota muchísimo, las previsiones no son fiables. Generalmente se tienen previsiones cuatro días antes, ahora ni a medio día acierta. Es preocupante, sobre todo de cara a los años venideros.
El mar no da tregua en su vigésimo segundo día, sigue golpeándome durísimo, tuvo dos tumbadas con la vela abierta, tardó 3 segundos en recuperar la posición y se autodrizado rápido.
Una parte muy importante es el envío de crónicas diarias es gracias a las comunicaciones satelitales. Para conexión la satelital de Internet lleva un router, que tiene un teléfono móvil que se escucha muy bien, a pesar de estar a 2000 km de un punto con internet, gracias a este estupendo dispositivo puede subir las fotos y el parte diario.
Además, pueden ver la posición exacta con un dispositivo que está en la página web, que es un GPS con mapas integrados.

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Solo le quedan unos 130km, ya veía la costa, pero el desgaste de los materiales sigue latente, en esta ocasión el soporte del mástil de la vela, le está pasando factura, en parte por estar mucho tiempo con ella cerrada y otra parte por el movimiento de la embarcación. Se le aflojaron los tornillos, hacia unos días lo había escuchado pero no le dio mucha importancia, por suerte no se había caído la pieza y ha podido apretarla en el último momento antes de que se separaran los tornillos.
Antonio estaba ya a un paso de Georgia del Sur, esperaba tocar tierra en poco. se dirigía al sur de la Isla cuando la ruta de Shackleton hizo el norte de la isla. Los dos motivos: uno porque la embarcación de apoyo no quiere ir a ese lugar de la isla, porque que es muy peligrosa la costa oeste y sería para ellos un suicidio, en la parte sur recogerán el barco para llevárselo de vuelta a Puerto Williams. Y el 2º motivo es que ha recibido contestación de la administración que da las autorizaciones para las travesías en Georgia del Sur, fuera de las rutas turísticas, y le han denegado la travesía a pie y con esquís por la ruta de Shackleton al ir en solitario. El desafío real era llegar hasta Georgias a remo y navegando que es lo que está haciendo.
El día 2 de febrero de 2023 luego de 26 días de navegación, Antonio de la Rosa llego en un embarcación en solitario a Georgias del Sur.

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ANTONIO DE LA ROSA, en Solitario Remando tras los pasos de Sir Ernest Shackleton, primeros días de travesía

enero 14, 2023 — by Andar Extremo

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Antonio de la rosa partió en una embarcación a remo de Cabo de Hornos a las Georgias del Sur, empieza una expedición increíble

PH: Posovisual
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El aventurero Antonio de la Rosa partió el 7 de enero de la ciudad austral, Puerto Williams, con el ánimo de realizar remando en unos 40 días en solitario, en unaembarcación de 7 metros, el recorrido de unos 3500 kilómetros aproximadamente que eternizo Shackleton hasta las Georgias del Sur.
Desde Cabo de HornosAntonio comenzó esta aventura, intentará ser la primera persona que cruce a remoen solitario el Mar de Hoces o Estrecho de Drake hasta la Antártida,serán unos1000 km en el peor lugar para navegar de la Tierra.
El «OceanDefender»,así se llama la embarcación,tuvo su primer amanecer en Cabo de Hornos, luego de 22 horas de la partida,con una continua remada para aprovechar y anticiparse a futuros vientos que vendrían de unos 100 km por hora.
El segundodíael viento del sur comenzó a soplar y le hizo perder kilómetros ganados,tuvo que avanzar hacia el este con muchas horas de remo para no perder posicionamiento, pero parecía que la meteorología favorable con viento del norte u oeste le empujaría hacia la Antártida.

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De entrada uno de los teléfonos se averió, aunque por suerte tenía otro que le alcanzo para conectarse solo media horaen estos primeros días. Desde que salió estuvo nublado o lloviendo, esto le incidió en la carga de las bateríaslo quehan bajado bastante, unos 40 amperios de los 180 que tienen. En estos casos de poca energía solo se maneja con el piloto automático y con el plotter, El próximo objetivo es la Isla Elefante así que va a tener que minimizar los gastos energéticos.
El cuarto día fue terrible por las condiciones del mar,con rachas de vientos de 75 km/h, por desgracia por la noche segiró el viento aSuroeste y lotiró nuevamente hacia el Noreste, esto generaba que lo separedel sur de la Patagonia, llevándolo demasiado alto, si bien las condiciones fueron duras podíadescansarunas 3 o 4 horas con el barcomovendose mucho.
Comenzando el quinto día ninguna de las predicciones climáticas se habían cumplido en las últimas cien horas.Con mucho dolor en las manos, de remar unas 15 horas diarias, si bien lleva guantes y crema para cuidar futuras ampollas, los músculos le pedían tregua.

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Mantener la atención hacia que duerma poco y nada, continuamente chequeando la dirección e intentando cambiar el rumbo. Incluso las corrientes y los vientos llegaron a tumbar dos veces el Ocean Defender, si bien no se llego a dar vuelta, el giro de 90º por el golpe de la ola, el barco en volver a su posición normal tardabaa dos o tres segundos, eran segundos dramáticos.
Estos primeros días la alimentación fue escasa, ya que todavía tiene las energías del continente, sólo tomó una comida diaria caliente yalgo de frutos secos, con media ración diaria, 2000 calorías, le alcanzaba para el gasto cotidiano.
Con el paso de las horas las corrientes lo seguían afectando muchísimo en su sexto día, no contaba con ese enemigo, esas corrientes son como ríosindetectables y van en direccióncontraria. Por estas condiciones de estar derivándolo demasiado al norestey consideró adecuado poner el «ancla de capa» consiguiendo no alejarse tanto de la isla Elefante. Es desesperante, porque los kilómetros que ganaba, luego los perdía y así se pierden días enteros. La sexta noche pudo descansar un poco más que las anteriores, incluso con olas de cinco metros.

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El séptimo día luego de muchos días malos, la meteorología llego con buenas previsiones Viento Noroeste con tendencia al Norte que le ha permitido navegar al Sur y ganar grados a la Antártida. Ha podido surfear olas y remar fuerte, el día había sido duro porla acumulación de días malos, pero cuando cambio volvió la energía al cuerpo

La parte negativa es que lleva un par de días muy oscuros, lloviendo, y sin sol, y eso afecta muchísimo a la energía de la embarcación para alimentar los equipos electrónicos. Tiene que empezar ya a racionar. Pese a que el piloto automático es de bajo consumo ycon los ordenadores tiene un mínimo de 2,5 amperes la hora, lo que son unos 70 amperes al día. Si continúa el tiempo así solo tendría menos de dos días más de baterías. Otro tema negativo es la humedad dentro de la embarcación, todo el tiempo secando.

Luego de siete días en el peor mar para navegar, Antonio pudo rumbear el Ocean Defender, esperemos que el sol brille y que la Antártida este minuto a minuto más cerca!!!

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TRAVESÍA EN KAYAK EN “FERMOSA”

mayo 9, 2022 — by Andar Extremo

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Del 1º al 8 de abril conmemorando el aniversario de la ciudad de Formosa, viajamos junto al C.A.D.E.I. y su fundador, Alfredo Barragán, a realizar una travesía de 120 km por el selvático Riacho Monte Lindo y el Río Paraguay.

Fotos y texto Marcos Ferrer Andar Extremo

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Indudablemente la naturaleza tiene esos ribetes y condimentos que ni el más precavido de los excursionistas realmente está preparado para lo que vendrá. Eso es lo más lindo que tiene el deporte en la naturaleza. Y gracias al C.A.D.E.I. y su líder el Capitán Alfredo Barragán fuimos parte de la trigésima travesía náutica por el aniversario de la ciudad de Formosa.
Los 143 años de esta ciudad que resplandece a la vera del caudaloso Río Paraguay, nos dieron la bienvenida para realizar esta épica travesía en kayak emulando aquella navegación del comandante Luis Jorge Fontana que culminó con la fundación de “Fermosa” (Hermosa en castellano antiguo; que el tiempo transformó en Formosa). Una ciudad calurosa y húmeda que nos recibió de la mejor manera. El Club Náutico, la Secretaría de Deportes y el Ministerio de Turismo hicieron posible nuestra experiencia de 120 kilómetros de ríos y selvas.

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Viajamos con el C.A.D.E.I. y el Náutico Dolores: Alfredo Barragán, Pablo Bidart, José «El Huevo» Roch y quien escribe, para juntarnos en esta hermosa capital con más de 80 navegantes de 8 provincias argentinas (Formosa, Buenos Aires, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones, Chaco) y de la Capital Federal. Y un dato más que interesante es que el 40% de la flota lo conformaban mujeres.
Preparando con tiempo las embarcaciones, el domingo 3 de abril estábamos listos para dirigirnos en buses al primer campamento para hacer noche y empezar la travesía por el Riacho Monte Lindo, desde la ruta 11. Pero la noche nos daría una sorpresa, una lluvia rabiosa e intensa que dejó al campamento inundado por completo. Antes, durante y después de la travesía la lluvia fue constante, y en cuatro días a la intemperie recibimos 360 milímetros de agua sobre nuestras almas. Querían aventura? Aquí la tienen, nos decía Formosa.

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Fue así como nos adentramos el selvático Riacho Monte Lindo, en una mañana húmeda y lloviznosa. Su cauce cargado de agua bajaba serpenteante, con una ancho que variaba entre 40 y 70 metros; casi todo el recorrido con selva en galería, con unas enredaderas gigantes y enormes lapachos dominantes. La variedad de fauna era increíble y al avanzar veíamos tucanes, monos, yacarés y muchísimas variedades de pájaros.
Piraguas y Kayaks descendíamos el riacho sorprendiéndonos paso a paso con un paisaje único, en una travesía donde estábamos expuestos 100% a la naturaleza, donde además había infinitos mosquitos debido a la lluvia copiosa y la humedad. Fue así que luego de 35 km de remo, con alguna parada para cargar emergías, llegamos a Villa Dalmasia.

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Rápidamente armamos campamento y nos cambiamos la ropa empapada, con la permanente gentileza de los organizadores que ponían la mejor energía para que pudiésemos resguardarnos.
La idea rectora de la travesía es tener una organización simple, básica, sin prever ni solucionar los detalles, para que subsista la aventura. De modo que cada uno tiene que explorar, aguzar el ingenio y resolver todo el tiempo.
La temperatura media/alta hizo que no pasemos malos momentos y los campamentos, entre fuego y fuego, nos brindaban la posibilidad de secar un poco la ropa, las carpas y las bolsas de dormir.

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Solo la noche tuvo la piedad de no darnos agua. Rápidamente desarmamos el campamento y nos dispusimos a navegar el último tramo del riacho Monte Lindo por donde llegaríamos al gran Río Paraguay. Pero la mañana de ese segundo día, del martes 5 de abril, nos recibió con una lluvia abundante y los últimos7 km del riacho, que nos fueron depositando en el imponente Río Paraguay, fueron un mundo de agua, por abajo y por arriba. No obstante, la flota tenía un buen humor increíble y remaba cantando bajo la lluvia.

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Hicimos una parada para intentar recuperar temperatura, donde un pequeño fuego calmaba el frio. Cargamos energías y salimos al gran río. La aventura continuaba palada a palada y los 700 metros de ancho del Paraguay nos transportaban aguas abajo.

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Cerca de las 17 hs llegamos a suelo Paraguayo, a Villa Oliva, en donde por suerte a la media hora de arribar la lluvia comenzó a parar. Gracias a la amabilidad de los paraguayos pudimos darnos un baño de agua caliente y comer unas ricas torta fritas con mate cocido. Habíamos remado 30 km en todo el día y la noche estrellada nos dejó descansar a la vera del río.

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La mañana del miércoles 6 de abril nos recibió con un poco de sol y muchísima humedad. Fue la primera vez que Febo se hizo sentir. Temprano salimos por el río, los barcos con conteiners y las barcazas que transportan cañerías y diferentes mercaderías nos asombraban por su tamaño. La mañana nos llevó por el ancho río y acercándonos al mediodía cruzamos de nuevo a nuestro país y remando por un riacho lleno de camalotes llegamos al poblado Boca Pilagá, que nos daba la bienvenida y un lugar de descanso.

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El mejor momento de la expedición llegaría a la tarde del miércoles, saliendo por un riacho de nuevo hacia el Río Paraguay, cuando entramos en este espejo de agua con las luces de un atardecer bellísimo. Los yacarés en los camalotes y el movimiento de las aguas nos anticipaban una tormenta. La luz se fue yendo de apoco y antes de oscurecer tuvimos la suerte de ver una impresionante anaconda amarilla de más de 3 metros. Nos quedaron por ver, en otra travesía, los tapires, carpinchos y yaguaretés.

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Cayendo la noche y luego e 33 km de navegación llegamos a La Toma, muy cerca de la ciudad Formosa. Y como no podía ser de otra manera se nos vino encima la peor tormenta que tuvimos. Vientos muy fuertes, lluvia torrencial, casi todas las carpas inundadas y lo que predominó en toda la travesía, la aventura de no saber lo que venía.

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La mañana del jueves, por supuesto, fue lluviosa; así que a desarmar todo, meter las cosas mojadas en los tambuchos y a llegar, como sea. Los 7 km que nos separaban del centro de Formosa fueron de lluvia constante y al llegar se largó un chaparrón terrible, como broche final.

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En la costa sonaba marcial la banda del Ejército, mientras las autoridades del municipio, la prensa y el público salía a recibirnos. Mojados y felices nos abrazamos emocionados por haber concretado esta hermosa travesía, esta pintoresca aventura fluvial.

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Al día siguiente, culminados los actos y homenajes, regresamos a casa satisfechos y agradecidos a todas las entidades que nos invitaron, a Juan Pablo Gómez por resolver y coordinar nuestro viaje y a “La Fermosa” por recibirnos.

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Doña Joaquina, Riacho Monte Lindo por Adriana Buchele
Un camino con pinceladas de palmeras que distraen el paisaje monótono del verde profundo de la selva formoseña. Un río de tinta marrón que corre aletargado entre el monte tupido con cortinas de enredaderas cayendo a sus pies. Silencio.
Cierro mis ojos, me dejo llevar por esas aguas flotando con mi kayak y veo aparecer entre la neblina matutina desde la curva un bote con remos de madera y unas manos pequeñas deslizándolos, despacio, para no interrumpir el día. El hombre morocho de piel curtida, ojos negros mira su hogar verde y caluroso del riacho Monte Lindo. Puedo oler la humedad del lugar y oír el chillido del Martín Pescador siguiéndolo. A lo lejos escucho el aullar de los monos y veo una pareja de tucanes adornando las copas de los arboles más altos. El hombre sigue remando, pausadamente mientras en la orilla una mujer lo saluda al pasar. Doña Joaquina custodia y protege las orillas del pueblo de Colonia Dalmacia, “Che Memby” susurra al aire y su voz se traslada por el rio. El hombre levanta la vista y sonríe, sabiendo que su madre siempre estará, allí, junto al corazón de Colonia Dalmacia.
Abro mis ojos y todavía el aroma de la mujer flota por el rio, ese mismo rio que vuelca sus aguas al rio Paraguay, llegando al Paraná y por fin quedando libre en el rio de La Plata a mas de 1200km. Es alli en donde en unos pocos días mas lo volveré a remar.
Aclaraciones:
Colonia Dalmacia se encuentre sobre el riacho Monte Lindo, al Norte de Formosa Capital. Sus habitantes son solo un puñado y cada año abre sus corazones a remadores que pasan por allí, para festejar el aniversario de Formosa.
“che memby”, mi hijo en guaraní.
El Riacho Monte Lindo vuelca sus aguas al Rio Paraguay.
Este humilde relato está dedicado a un gran amigo formoseño, “el Coqui”, a su hijo Luciano, su hermano Juan Carlos y a toda su familia.
Simplemente Gracias!!!!!!
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«En forma oficial comenzó esta travesía en 1992, tratando e copiar el derrotero del comandante Luis Jorge Fontana, que salió de Villa Occidental, actualmente territorio paraguayo. Entonces elegimos el punto más lejano sobre territorio Argentino que fue Puerto Pilcomayo, desde allí comenzamos a hacer las travesías y más adelante elegimos el Riacho Monte Lindo para comenzarla. Donde elegimos el 8 de abril que es la conmemoración del aniversario de la ciudad» Julio Espiándola, fundador y capitán, de la travesía junto a Cesar «Coqui» González

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A REMO RUMBO A LA ANTÁRTIDA, Antonio De la Rosa

diciembre 5, 2021 — by Andar Extremo

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El explorador y aventurero español, Antonio de la Rosa, se encuentra en Punta Arenas, Chile, está a punto de comenzar una de las mayores gestas de todos los tiempos: ser la primera persona en llegar a la Antártida desde el continente americano, a remo y en solitario. Para ello, De la Rosa cruzará el Estrecho de Drake, desde el sur de la Patagonia hasta la península antártica, en una embarcación a remo diseñada por él mismo, el Ocean Defender. A pesar de su extenso currículum y experiencia en aventuras y expediciones extremas, Antonio afirma enfrentarse “al reto más difícil de mi carrera, de una exigencia mental titánica”.

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Este lunes 29 de noviembre ha conseguido finalmente rescatar su embarcación del contenedor que la ha llevado a Chile desde España, tras un complicado viaje de 2 meses con varios retrasos aduaneros y en medio del colapso marítimo mundial. Debido a estos motivos, la expedición, que en un principio estaba planteada para principios de noviembre, ha sufrido retraso y eso, sin duda, complica las posibilidades del madrileño de poder completar su objetivo.

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“A pesar de todo, sigo con la motivación a 100% para intentar completar toda la expedición”, afirma el español, “haber superado tantos problemas, retrasos y obstáculos, solo me motiva para remar aun más fuerte y concentrado, con el objetivo de cumplir mi propósito de llegar a la Antártida por mis propios medios”.
Por estos motivos, el expedicionario podría verse obligado a dividir su odisea en dos partes: este año afrontar el reto de ser la primera persona que llega a la Antártida remando en solitario, y el año que viene emular la aventura de Shakelton: navegar a vela desde Isla Elefante hasta Georgia del Sur para, una vez allí, cruzar la isla de Oeste a Este, a pie y con esquís de travesía.

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De Cara al Viento, en Kayak de la Quiaca a Ushuaia

junio 28, 2020 — by Andar Extremo

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En 2010 en la revista Andar Extremo n° 9 sacó en la tapa una travesía increíble, un raid que duró casi un año, tres kayakistas decidieron ver el país desde el agua y encararon un recorrido de casi 8000 km desde la Quiaca hasta Ushuaia. Del total del recorrido solo 600 km, al principio, por faltas de vías navegables fue en bicicleta con los kayaks remolcados en carritos.

por Diego Lamas, Luís García Albarido y Agustín García Albarido texto y fotos

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La Quiaca, 13 Abril de 2009, todo listo para partir. Diego Lamas, Luís y Agustín García Albarido daban comienzo a su sueño: recorrer la Argentina en kayak en toda su extensión, de norte a sur. La travesía demandaría 10 meses y casi 8000 kilómetros de recorrido, con una primera parte por tierra y luego pura navegación fluvial y marítima.

La etapa “simbólica” En busca del Río Bermejo.
Comenzamos nuestra travesía por tierra y en bicicleta debido a la falta de vías navegables al norte de Jujuy. El altímetro marcaba 3600 msnm, algo a lo que no estábamos acostumbrados. No hubo demasiada aclimatación, cargamos los kayaks, enganchamos los carros a las bicis y partimos por la ruta 9 hacia el sur en busca del Río Bermejo.

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Fueron 15 días duros, subiendo y bajando por los cerros y sin oxígeno al principio. El primer día fue el peor, el promedio de marcha no superaba los 10 kilómetros por hora. La primera sensación al salir de la Quiaca era la de no poder mover los carros que no estaban muy livianos que digamos, seguramente superaban los 110 kilos. El panorama era gris, pero el carro andaba bien, las ruedas aguantaban y llegar al Bermejo era el objetivo a toda costa. El techo lo alcanzaríamos al tercer día con 3800 metros y ya a partir de ahí no hicimos más que bajar descontrolados a velocidades que a veces superaban los 70 kilómetros por hora. Un problema que se nos presentó inmediatamente fue el de sufrir el desgaste prematuro de las cubiertas de los carros. Por culpa del peso y la alineación nos quedamos sin cubiertas en dos de los tres carros a solo tres días de partir. Por supuesto que las pinchaduras fueron más que frecuentes. Sólo teníamos dos cubiertas de repuesto y ninguna bicicletería a la vista. Lo resolvimos rotando cubiertas y rellenándolas con pedazos de cámara usada.

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Los paisajes cambiaron y de la Pre Puna y sus escenarios desérticos y coloridos nos fuimos metiendo en las selvas de las Yungas, siempre verdes y húmedas. Para esa época la Argentina atravesaba el momento más crítico en la epidemia del Dengue, y nosotros íbamos derechito al epicentro, a la localidad de San Ramón de la Nueva Orán en Salta. Lo curioso fue que no tuvimos que usar ni un solo tarro de repelente y los mosquitos no dieron indicios de vida en la zona. Así tras 15 largos días llegamos al río Bermejo en Aguas Blancas, Salta., y para nuestra sorpresa, el río estaba muy bajo.

El Bermejo, río de las vueltas.
Nos deshicimos de nuestros carros a un valor de 50$ cada uno. No hubo negociación posible, decidimos sacrificarlos, despachar las bicicletas por transporte terrestre y salir a navegar cuanto antes. El río estaba muy bajo. Ya de movida decidimos salir sin ponernos los cubres porque veíamos las piedras emerger, lo que significaría bajarse del kayak y caminar. Por suerte no pasó y aunque golpeamos bastante los kayaks, pudimos pasar. Inmediatamente llegamos a la desembocadura del Tarija en Bolivia y el caudal aumentó convirtiendo al Bermejo en un río más grande y ancho. Es increíble ver los cementerios de árboles enteros que bajan de las montañas y quedan estancados formando trampas, remolinos, correderas y olas estáticas.
El Bermejo es un río extenso, y eso se le atribuye a la poca diferencia de nivel que hay hasta su desembocadura en el Río Paraguay. Es común dar vueltas y tomar de repente todos los rumbos. Por momentos hemos retrocedido gracias a éstas curvas o meandros que forma en su trayectoria. Si tomamos la distancia que tendría en línea recta nos daría aproximadamente poco más de 600 kilómetros, en cambio recorrerlo por completo arrojó un resultado de casi 1500 kilómetros.

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El río de las vueltas a veces se pone solitario. Es que su curso es tan cambiante que no hay asentamiento que aguante a sus caprichos. Un año va por un lado y a la crecida siguiente va por el otro.
Navegamos largos días sin ver gente y acompañados por árboles que caen de los altos barrancos. Esa fue una advertencia de un lugareño: “tengan cuidado de no navegar cerca de los barrancos, mucha gente murió aplastada por los árboles que le cayeron encima de las embarcaciones”. Y lo pudimos comprobar, cada dos por tres se escuchaba el rugido de los desmoronamientos. Es común ver árboles como el palo borracho, con años de estar en el monte, a punto de caer con sus raíces expuestas.
Recursos en éste río hay, la pesca es buena y fuimos testigos de los embates de grandes Surubíes que asustados por los kayaks nos llevaban puestos. Estos peces están orillando al acecho de los Sábalos y son realmente grandes.
De nuestros encuentros con fauna podemos hablar largo y si bien los cazadores persiguen a cuanto bicho se encuentra en las márgenes del río, es común ver Yacarés, cientos de aves, Carpinchos en patota saltando al agua, curiosidades como el Tapir y mucho ganado que muere a causa de los pozos de barro que se forman cuando el nivel del agua baja. Si uno se descuida puede caer fácilmente adentro de uno de éstos pozos, y es lo mismo que las arenas movedizas, te vas hundiendo con el movimiento.

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Llegando al límite entre Salta, Formosa y Chaco el río se expande y el curso principal se pierde cuando el caudal es bajo. (Abril/Mayo) Tuvimos que caminar muchas veces buscando profundidad. Encontrar el cauce principal fue un juego difícil y nos poníamos a la par los tres para ver quién encontraba el cauce y quién se quedaba varado. Lo no muy agradable de esto es que caminar puede provocar encuentros indeseados con pozos, ramas y lo peor, rayas. Pisar una raya es la condena más severa ya que la única forma de combatir el dolor que provoca es provocarse más dolor. Según nos contaba un pescador que había sido picado por una raya., para detener el dolor se quemó la pierna con arena hervida.

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Nuestro paso por éste tramo del Bermejo será bien recordado, con temperaturas insoportables al rayo del sol y sin un solo árbol donde protegerse. Es tan ancho el río y tan bajo que no se puede ir hacia la orilla a buscar reparo en el monte. Hacerlo implica arrastrar el bote casi 500 metros. Pero en Diciembre cuando el deshielo y las lluvias bajan por los afluentes, el Bermejo es otra historia totalmente distinta. Nuestra velocidad promedio era de 11 kilómetros la hora y con el río crecido se puede bajar fácilmente a casi 20 kilómetros la hora. Veinti tantos días demoramos en recorrer las aguas de este fantástico río que recomiendo a todos los kayakistas. Los paisajes son cambiantes y es increíble de repente encontrarse con Palmares vírgenes, monte tupido y a la siguiente curva del río otro panorama. Es un río que se disfruta en todo momento y técnicamente no es complicado. Es imposible aburrirse, durante días hicimos el intento de rescatar a las vacas que veíamos varadas en las orillas. Algunas salieron y otras quedaron como alimento de Jotes y Yacarés.
Nuestra navegación del Bermejo concluyó con la llegada al Río Paraguay donde encontramos la primera patrulla de la Prefectura Naval Argentina.

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Ríos Paraguay y Paraná. La etapa social.
Los ríos grandes y caudalosos como el Paraguay y Paraná fueron por momentos monótonos. Navegamos el Paraguay sin demasiadas novedades. Apenas fueron 90 o 100 kilómetros en los que vimos pasar pocas cosas por delante de nuestros ojos. Por el canal es común ver desfilar remolcadores que llevan y traen barcazas llenas de cereal. También es común cruzarse con pescadores que recorren espineles de más de 200 anzuelos. Eso fue algo increíble, ver a los tipitos parados en la proa o en la popa del bote recorriendo uno por uno los anzuelos mientras las olas le pegaban de todos lados en plena ventolera. El equilibrio y la experiencia permiten que éstos locos puedan pescar en cualquier tipo de condiciones, a veces bajo efectos del alcohol y sin saber nadar. Las recomendaciones de la Prefectura fueron no interactuar con ellos, pero en las pocas conversaciones que mantuvimos resultaron ser personas muy agradables. Así arrancó nuestra etapa social en la que fuimos conociendo a cuanto kayakista, pescador o habitante de la ribera se nos cruzaba.

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El Mar Argentino.
Partimos desde el Delta del Paraná en pleno invierno. Nos íbamos al mar. Pasamos Buenos Aires y su gran mancha en Berazategui. Inmediatamente entramos en la bahía de Samborombon donde fuimos afortunados con las mareas y no tuvimos que caminar en los cangrejales que quedan expuestos. Pero no fuimos afortunados con el clima, y las tormentas nos castigaron seguido. El agua empezó a ponerse cada vez más salada y pasando la tapera de López logramos entrar al mar para acampar el primer día en las playas de San Clemente. Desde aquí hasta Mar del Plata el clima hizo con nosotros lo que quiso. Estuvimos muchos días parados por el viento y la corriente de marea, que tirando para el mismo lado, neutralizaban nuestro avance. En ocasiones hemos retrocedido algunos cientos de metros y dándonos por vencidos volvíamos a salir a playa para acampar y esperar al día siguiente. En Pinamar nos tocó la tormenta más fuerte de todo el viaje y con olas de más de 4 metros hicimos un intento de entrar al mar después de estar parados 5 días en el mismo médano. Rebotamos.

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Superada la Bahía Blanca y su canal de salida, llegamos al sistema de islas de San Blas donde sí fuimos victimas de las bajantes de marea y tuvimos que caminar mucho con los kayaks a tiro. Algunas veces hemos esperado hasta las 12 de la noche por la llegada del agua. La historia se repetiría en Río Negro, una provincia que tiene mucha restinga y acantilado en su mitad del Golfo San Matías. En Viedma como en casi toda la Argentina fuimos recibidos por distintas familias que nos adoptaron varios días. El municipio llenó nuestros kayaks de comida y ya salimos a buscar las costas de Chubut para meternos en la Península de Valdés. A lo lardo de Río Negro y Chubut vivimos algunas de las mejores experiencias, remar a la par de Ballenas, Lobos y Elefantes Marinos, con quienes compartimos las playas muchas veces.

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Luego pasaron los Golfos San José y Nuevo. A la salida de Punta Ninfas y antes de llegar a Playa Unión volvimos a recibir el embate de los vientos y las furiosas olas del Atlántico Sur. En casi 8 horas de remo logramos alcanzar el puerto de Rawson que estaba a sólo 20 kilómetros de nuestra posición. Historias similares se repitieron a largo de la Patagonia Austral donde los vientos son constantes y realmente fuertes. Llegando a Comodoro Rivadavia un viento de 60 Km. por hora nos mantuvo cautivos en una restinga durante más de 6 horas.

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La navegación continuó al sur y entramos en Santa Cruz. Tocamos varios puertos con mucha riqueza histórica, entre ellos Puerto Deseado, donde fuimos recibidos por toda la comuna y por la gente de la Fundación Conociendo Nuestra Casa. Las ballenas siguieron pasando pero llegó el momento de navegar a la par de las Toninas overas y los Delfines Australes. A éstos bichos debemos sumar la presencia constante de Aves Marinas como los Petreles y Albatros, escoltas inseparables.

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Llegó el momento de pasar por nuestro primer Parque Nacional con Litoral Marino, Monte León, al sur de la localidad de Puerto Santa Cruz. El lugar es mágico, cuevas, arcos, penínsulas, mucha fauna y formaciones raras. El clima nos acompaños y pudimos disfrutar del parque en su totalidad. Días atrás habíamos sido víctimas de tormentas, restingas, viento y acantilados. A veces hay que tirarse a pasar 20 kilómetros de acantilados sin salida y si el viento te ataja en el medio se hace imposible teniendo que retornar al punto de partido. Situación que viviríamos más tarde en Tierra del Fuego.

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La provincia de Santa Cruz nos despidió desde su última localidad, Río Gallegos y ya nos dirigimos al cruce del estrecho de Magallanes. La Prefectura Naval Argentina nos alojó en su destacamento de Cabo Vírgenes para que pudiéramos salir al cruce con buenas condiciones climáticas. Y llegó el día y el cruce del estrecho hacia Tierra del Fuego se hizo realidad. Con mucho viento y por momentos con grandes olas, logramos cubrir los más de 35 kilómetros que nos separaban de una playa a la otra. El remolcador Cruz del Sur se prestó como embarcación de apoyo a pedido del Jefe de la Prefectura.

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El sueño entraba en su última etapa, recorrer la mística Tierra del Fuego. El primer tramo de la isla se tornó un tanto aburrido por los paisajes monótonos que presentaba. Y llegamos a Río Grande pasando una enorme restinga y rocas que esconden la boca del río. El Club Náutico Ioshlelk Oten fue nuestra casa durante una semana. Compartimos asados, truchas a la parrilla y las mejores anécdotas. Del club salimos con la pilas recargadas a navegar por primera vez en kayak la costa este de la isla. Así pasamos lugares con barcos hundidos como el Duquesa de Albania, estancias históricas como la Policarpo y lugares remotos como Península Mitre. Ya por éstas latitudes los bosques de Lengas estaban por todos lados. El paisaje cambió y cada vez se puso mejor. La Cordillera de los Andes se hizo presente y entramos al canal de Beagle para navegar las aguas fueguinas por última vez el 27 de Enero de 2010. En Tierra del Fuego vivimos una de las peores situaciones arriba de los kayaks al ser embestidos por una tormenta que nos sorprendió en pleno cruce de la Bahía Aguirre. Fueron 12 horas casi parados en el mismo lugar para luego retroceder en busca de una playa segura.

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Pero todo esto quedó en el olvido aquel 27 cuando escoltados por los amigos de Eco Deportes de Ushuaia, la Prefectura Naval Argentina con nuestras familias y otras embarcaciones navegamos hacia el muelle de la ciudad más Austral del Mundo, Ushuaia. Para recibirnos estaban las autoridades de la ciudad y la Prefectura. Será un momento que recordaremos por siempre.

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Kayak

LAGUNA Y GLACIAR SAN RAFAEL, TRAVESIA ENTRE LOS FIORDOS CHILENOS

mayo 26, 2020 — by Andar Extremo

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La travesía San Rafael se desarrolla en el Parque Nacional San Rafael, no solamente se disfruta de los témpanos, sino también de la flora, la fauna, y toda la geografía. está travesía se lleva a cabo en la región de Aysén en las heladas aguas de los fiordos chilenos. Nota de la Revista Andar Extremo nº 31 Mayo/Junio 2014

Por Claudio Magallanes texto y fotos para Aguahielo Expediciones

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“Cuando el viajero se detiene, deja de existir” (Will Ferguson. Escritor canadiense).
«Antes de iniciar el viaje, es momento de la ansiedad, es momento en que se te vienen imágenes a la cabeza, recuerdos de expediciones anteriores y que tratan de construir la idea de cómo será esta nueva experiencia de vida que estás a punto de realizar.
No es nerviosismo por asociarlo a algo peligroso, sino el nerviosismo de ver un río nuevo cada vez que se lo recorre. Es el nervio asociado, más que nada, a la emoción, a la ansiedad de estar ahí, de querer entrar al agua, de querer bajar ese nuevo río que cada vez es diferente, tiene una ola más, un hoyo menos, una curva más y que hay que aprender a manejarlo.”

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Para las personas que no han hecho kayak antes, es interesante ese primer momento descendiendo el río, que por un lado presenta menor dificultad por el hecho mismo de estar yendo a favor de la corriente y teniendo la dinámica propia y el flujo mismo del río como apoyo para ir avanzando y ganando espacio. Pero por otro lado, también están presentes los imprevistos de esas mismas corrientes y rápidos que van agregando cierta tensión al recorrido.
El kayak, de alguna forma, brinda la satisfacción de poder observar lugares jamás tocados. Esta actividad, literalmente, no deja huellas. Se siente como hacer un vuelo raso por esos impresionantes lugares.

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El primer día de navegación logramos llegar a Punta Exploradores, lugar que era nuestro primer objetivo.
Generalmente sucede que cuando uno camina por una calle por la que ha pasado cientos de veces en vehículo, percibe que es otra calle. Esto responde a que el verdadero sabor de un viaje no está en la distancia, sino en la mirada.
El segundo día, la idea es poder remar más o menos la misma distancia que el primero. Son aproximadamente 25 Km., pero un poco más expuestos porque salimos de la protección de la bahía y entramos en los fiordos. Y ahí sí se requiere un poco más de condición física porque remamos sin paradas, aproximadamente durante tres horas, por una zona donde no hay playas.

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La Patagonia se mostró benévola y fue mostrándonos otro paisaje, diferente del que habíamos visto al comienzo. Ahora aparecían por fin los fiordos, por lo tanto fue un buen ajuste a lo que iba a ser el tercer tramo, que sí iba a ser un día muy duro.
Este viaje presenta a quien lo emprende la oportunidad de desarrollarse como persona, incluso como atleta y deportista, en un montón de aspectos. Primero, si tenemos en cuenta el aspecto físico, aquí uno se ve desafiado. Es un viaje que dura cinco días, de los cuales uno está remando aproximadamente cuatro. Por otro lado, la Patagonia tiene un clima impredecible y eso también a uno lo desafía física y mentalmente.
A ninguna de las playas que se encuentran en este trayecto se puede acceder a pie ni a caballo. Estos tipos de playas están en la terminación de zonas de tierra con bosques muy tupidos, con una vegetación muy cerrada y solamente se puede llegar a ellas y disfrutarlas si vamos por el agua.

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“Al ser este un viaje bastante específico convives con personas que buscan lo mismo. Te permite relacionarte, conversar largamente por las noches o incluso mientras se rema, para pasar el rato. La remada puede ser un poco larga, así que esto también te brinda entretenimiento. Entonces al final, uno tiene un millón de experiencias compartidas en estos cinco días de viaje.”
El segundo día de travesía, también conocimos Península Quesahuen, un lugar que aparece y desaparece con las mareas, que de a ratos es península y de a ratos un grupo de pequeñas islas. A la distancia se ve insignificante, pero una vez que uno se detiene en este lugar, cuenta con una perspectiva sin precedentes.

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“Definitivamente me declaro devoto, creyente, de la ley de la sincronicidad y son momentos o pasajes como este, los que fortalecen mi fe: la hora del día perfecta, el lugar perfecto, el personaje perfecto. Todo converge para vivir este momento: terminar este segundo día en la casa de Don Romilio.
Este señor es prácticamente un ermitaño, una persona que vive sola en una casa bastante abandonada, alejado de la suerte de la civilización, salvo por el barco que cada 4 meses va y le lleva provisiones. Por un lado es triste verlo en las condiciones de desamparo en las que se encuentra y saber que ni siquiera las rondas médicas de los pueblos cercanos llegan hasta ahí para ayudarlo. Y por otro lado también es muy bonito ver la generosidad con la que él recibe a la gente. Es muy valioso que una persona te acoja en circunstancias como estas, en las que uno viene navegando también en soledad. Tuvimos un lindo encuentro. El nos ofreció su casa, nos brindó el calor de la estufa y de una buena conversación y es una persona que vamos a recordar como un personaje de este viaje inolvidable.”

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Escuchar la lluvia golpear el techo de lata del establo de Don Romilio, a miles de kilómetros de la civilización, es estar en el aquí y en el ahora. Es tomar consciencia real del tiempo y del espacio.
El tercer día es una remada más de persistencia y aparte de eso, se suma la ansiedad de querer llegar a la Laguna San Rafael. Si todos los factores se dan, si el grupo se maneja bien, si las corrientes y los vientos no dicen otra cosa se puede llegar ese mismo día. Sin embargo, es un tramo bastante largo.
Ese día hay marea corta, no se va a poder remontar el Río Témpanos, ya que el desgaste va a ser tremendo. Lo mejor que se puede hacer en esos momentos es descansar por lo menos 5 horas hasta que cambie la marea. La llegada al parque va a ser un poco más tarde de lo previsto.

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Finalmente, podemos entrar nuevamente al agua. Venimos remando lentamente y justo detrás de una roca, al rodearla, aparece el glaciar. Ese momento, en que uno se ve enfrentado a esa laguna es verdaderamente sobrecogedor.
Es maravilloso estar ahí y conocer todo lo que el parque propone, que es mucho más que el glaciar y los desprendimientos. Es un área enorme donde habitan al menos el 75 % de las especies de líquenes que hay en el mundo. Es una oportunidad única, ya que es un parque que recibe apenas doscientos visitantes al año.
El cuarto día, la idea es poder entrar a la laguna y maravillarse con eso. Puede estar muy brava, con viento o puede estar calma como una taza de leche. Cualquiera de las dos condiciones va a hacer que esta experiencia sea única, irrepetible y quede plasmada en la memoria de quienes la viven hasta que dejen este mundo…

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La posibilidad de recorrer el Parque Nacional Laguna San Rafael de esta manera, no viéndolo desde un catamarán o desde un barco, sino pudiendo estar ahí, bajando y recorriendo sus senderos y remando entre los témpanos es una posibilidad verdaderamente única. Aunque poder hacerlo demanda un poco, física y psicológicamente, vale la pena porque es un paraíso terrenal.
La mentalidad de este viaje es que pase lo que pase, todo suma a tu vida. Manteniendo esa actitud, se logra un disfrute permanente. Esta travesía no es un producto, es una enseñanza. Es una toma de consciencia, es darse cuenta que vives en unos de los países más hermosos del planeta.

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Participantes de esta travesía:
Rolando Toledo (Aguahielo Expediciones)
– Michel Vidal (Guía Aguahielo Expediciones)
– Matías Celedón (Periodista y escritor)
– Alberto Bitrán (Empresario)

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La Laguna San Rafael, abarca 123 km2 de sup. y está dentro del Parque Nacional Laguna San Rafael. Al norte, la laguna se conecta con el canal Moraleda a través de varios golfos y esteros. Al sur y al este limita con el istmo de Ofqui y la península de Taitao. Al sur de la laguna se encuentran los Campos de Hielo Norte. La laguna es de origen proglaciar, pues se formó por el retroceso del glaciar San Rafael, en la cabecera de los Campos de Hielo Norte. Fue descubierta el 21 de noviembre de 1674 por el explorador Bartolomé Gallardo, en un viaje mientras navegaba desde Chiloé hacia el Estrecho de Magallanes.
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Kayak

Río Pascua, Patagonia Chilena

febrero 12, 2020 — by Andar Extremo

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A lo largo de dos meses, Nouria Newman y los kayakistas estadounidenses Ben Stookesberry y Erik Boomer, se enfrentaron a los ríos más peligrosos de la Patagonia Chilena en una impresionante travesía

por Red Bull

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La francesa Nouria Newman, es conocida como una de las remeras intrépidas del kayak. En un nuevo desafío, emprendió viaje por la Patagonia Chilena, un maravilloso lugar con incontables ríos salvajes, sistemas climáticos feroces y cambiantes, que los hacen aún más inciertos para lanzarse a sus rápidos.
Newman, atleta Red Bull y campeona del mundo de piragüismo, se embarcó en una aventura inolvidable junto con dos expertos kayakistas estadounidenses, Ben Stookesberry y Erik Boomer. A lo largo de dos meses, el equipo recorrió más de nueve ríos, además de lograr cuatro primeros descensos, y realizar el segundo de la historia por el Río Pascua, grande en longitud y con los rápidos más difíciles de la Patagonia. Superaron de ese modo, y en poco tiempo, lo que se había hecho en aquella región durante la última década.
“La climatología en la Patagonia es un poco loca, pues cambia muy, muy rápido. Está soleado y al minuto se pone a diluviar o a nevar. Tuvimos muchísima suerte con el tiempo, pero allí las condiciones no son fáciles”, dijo Newman.
El objetivo del equipo era completar la “triple corona” del kayakismo en la Patagonia (los ríos Baker, Bravo y Pascua), una aventura que se intentó en 2017, a través de un grupo liderado por Evan García.

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El equipo de Newman vivió el Año Nuevo en la Patagonia. Para moverse utilizaron multitud de medios de transporte: coche, autobús, ferry y bote. La expedición les permitió explorar todos los ríos que se encontraron por el camino. “Sabíamos que íbamos a tener muchas dificultades en uno o dos ríos, así que decidimos tomárnoslo con calma”, mencionó la aventurera.
Otro de los retos de la expedición fue el transporte de los kayaks por un terreno agotador durante 160 km que, con todo el material, pesaban 45 kg. “Llevar a cuestas los kayaks fue algo horrible. En el río Pascua bromeábamos porque parecía que lo único que hacíamos era cargar con todo el material”, señaló. En esa zona tuvieron que caminar fuera de los senderos durante 87 km.
Fue en ese río donde Newman y Stookesberry (Boomer debió dejar antes la expedición) tuvieron que ir fuera del límite: “Echas un vistazo a esos rápidos y piensas: ‘Oh, ¡nunca he visto nada tan grande! Mi kayak acabaría destruido en un momento. No veo ninguna manera en la que yo pueda sobrevivir a esto”.

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Incluso Stookesberry, que ya se había enfrentado a los rápidos peligrosos del globo, pensó que debían abandonar. Newman lo convenció para intentarlo. “Le dije, ‘Ben, si Pascua no diese miedo, si fuese fácil, ni siquiera habríamos oído hablar de este río. Vamos al menos al comienzo del cañón. Y si lo hacemos, lo haremos desde allí”.
Nouria comenzó a practicar kayak cuando tenía cinco años, en La Plagne, su pueblo natal. Allí los niños se inscriben en clubes deportivos y enseguida empiezan a competir. En aquella época solo había una chica en el club de kayakismo y tenía 10 años más que ella. Los padres de Nouria no acababan de ver con buenos ojos el deporte que quería practicar su hija, sobre todo porque no sabía nadar. Así que debió aprender para que le permitieran apuntarse al club de kayakismo. Sin dudas, un ejemplo de su proverbial tenacidad.
Brilló en las competiciones internacionales desde 2007 hasta 2017. En 2013 fue campeona del mundo de kayakismo extremo. Durante el Campeonato del Mundo de Slalom de Piragüismo se llevó la medalla de oro en 2014 y la de plata en 2013.

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“Creo que había alcanzado mi límite. Me lesioné y realmente nunca llegué a recuperarme del todo, así que no pude conseguir buenos resultados. Estaba haciendo las mismas carreras una y otra vez. Me estaba quemando”, recuerda. Licenciada en periodismo y ciencias políticas, se dedicó a la aventura, incluso realizó un viaje en solitario al Himalaya en 2018 y 2019. “Necesitaba estar sola, pero luego quedó claro que no fue la mejor idea del mundo”. Como ocurre con cualquier aventura, un par de cosas se torcieron. La detuvo la policía y también se vio afectada por la extrema altitud. En agosto de 2019 fue al Tíbet a explorar tres ríos.

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“Nouria es una de las mejores del mundo, da igual si hablamos de hombres o mujeres. Pero lo que la convierte en una gran aventurera es su apetito por enfrentarse a todo tipo de retos con el kayak: subir por la montaña con él a la espalda, sumergirse en los problemas logísticos o en las cuestiones culturales e idiomáticas. No basta con simplemente querer enfrentarte a algunos rápidos que quitan el hipo. Para alcanzar el éxito también te tiene que gustar todo lo demás que eso conlleva. Así es como se triunfa en los ríos que están por explorar”, dijo Stookesberry.

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FIORDO PARRY, CHILE

febrero 11, 2020 — by Andar Extremo

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Del 1 al 4 agosto se realizó en una de las zonas más bonitas del planeta, el Encuentro Invernal de Kayak de Mar. Atilio Mosca, integrante kayakista del club AFASyN de Ushuaia, cuenta la historia de este evento desarrollado en Tierra del Fuego Chilena.

Por Atilio Mosca, fotos Francisco Ibarra Osorio

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Cuando llegó a mis manos la invitación de Nativo Expediciones SRL, para ser guía del Primer Encuentro de Kayak Invernal de Mar en Tierra del Fuego Chilena, más precisamente en el Fiordo Parry, armamos un grupo de kayakistas del club AFASyN de Ushuaia para asistir al evento.
Esta región posee un paisaje majestuoso, que comprende montañas, fiordos y glaciares, fauna marina muy diversa, y un clima que imposibilita predecir lo que sucederá en las próximas horas.

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Para viajar éramos 6 kayakistas: Guadalupe Gómez, Luciana Cavallin, Agustín Ciolfi, Hugo Monte de Oca y yo de Ushuaia y Dolores Urdampilleta de Mar del Plata. En el grupo de Whatsapp volaban las preguntas, había mucha ansiedad y entusiasmo. La decisión principal, fue llevar kayaks de plástico roto-moldeados, por la presencia de hielos flotantes dentro del fiordo. Luego entendimos que fue una muy buena opción. Cuando ya teníamos todo organizado y faltaban dos días para el viaje, lamentablemente Dolores Urdampilleta, kayakista de Mar del Plata, tuvo que bajarse de la expedición.

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El día antes de salir, cargamos los kayaks en las camionetas y empezamos a sentir el invierno. Lograr atar y fijar los kayaks en los techos del vehículo con viento y frío fue muy dificultoso, pero las ganas de estar en el fiordo rodeado de cinco glaciares que llegan al mar con las imponentes montañas de la Cordillera Darwin de fondo, hacían olvidar las duras condiciones.
En Ushuaia, que remamos en el Canal de Beagle todo el año, la temperatura no nos amedrenta. Sabía que, al ingresar en los fiordos con los glaciares, bajarían, y más en esta época. Mi experiencia de haber navegado los fiordos tanto en kayak como en velero, sirvió para que el equipamiento que lleváramos sea el adecuado. Fundamentalmente lo más importante era el traje seco, abrigo debajo y buena bolsa de dormir para recuperarse del cansancio diario.

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El día 1 de Agosto con el amanecer, emprendimos el viaje en dos camionetas 4×4, que también había sido un requerimiento, por la zona de alta montaña que había que atravesar y que en estos momentos sabíamos que se encontraba con mucha nieve.
La ruta que nos tocaba hacer en vehículo eran 570 km desde Ushuaia. Pasamos por Río Grande y luego cruzando la frontera Argentina-Chile en el paso San Sebastián, para llegar a la comuna de Cameron, donde pudimos descansar la primera noche y nos encontramos con los organizadores Camilo Uribe y Fredy Moreno de NATIVO EXPEDICIONES SRL.

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Hasta llegar, la ruta fue clásica de Patagonia: poco tránsito y mucho paisaje. Cameron se encuentra en la cota oeste de la Isla de Tierra del Fuego lado chileno, sobre el Estrecho de Magallanes. La mitad del camino era de asfalto, la otra de ripio y con nieve. Como medidas de precaución llevábamos cadenas para las ruedas de los vehículos que, además, tenían clavos.
Al llegar y entrar al valle de la comuna, el paisaje bordeando la costa del Estrecho de Magallanes, se veía majestuoso. Campos con horizontes infinitos, el típico guanaco queriendo saltar algún alambrado, y algún hambriento cóndor sobrevolando la ruta en busca de comida. Los cóndores en época invernal se encuentran en zonas más bajas ya que las cumbres están nevadas.

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La recepción estaba prevista en el albergue municipal de la comuna, cedido por el alcalde. Ahí nos encontramos con los demás integrantes de Chile: Pablo Aravena Cerda (kayakista de Coquimbo) y Juan Paulo Cerón (de la empresa UNIVERSAL KAYAK de Santiago), quien compartiría conmigo la tarea de guía del encuentro. Al equipo de la organización se sumaba Valeria, marinera de la embarcación que nos llevaría de Caleta María hasta el campamento dentro del Fiordo Parry.

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Después de deleitarnos con una rica cena, brindar y augurar una buena estadía en los glaciares, tomamos posición de las cuchetas. A Hugo le toco mantener la salamandra alimentada de leña para conservar la temperatura de la cabaña durante la noche, única calefacción en estos lugares.
A la mañana siguiente, continuamos en los vehículos. Al principio la ruta era ripio, pero a medida que nos elevábamos en las montañas, la nieve cubría todo. Para nuestra suerte, el camino era mantenido por máquinas del ejecito y no hubo necesidad de encadenar las ruedas. La cordillera se cruzó muy despacio, pero segura.

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Al alcanzar el final de la ruta: Caleta María. Allí nos esperaban Fredy, el capitán, y Valeria. Con ellos recorreríamos 30 km para llegar al campamento. La Armada de Chile esperó nuestra llegada a Caleta María. Una vez que inspeccionó los kayaks y equipos, dio el visto bueno para iniciar la navegación e ingresar a uno de los lugares más inhóspitos de Tierra del Fuego. La embarcación, con 12 personas, kayaks y bolsos con equipos, contaba con dos motores que la hacían correr a 30 nudos. Alcanzar esta velocidad optimizaba el viaje ya que en esas latitudes el clima era intenso y cambiante. El mar puede variar de estar planchado, a elevar en 5 minutos 2 m de ola, por el aumento en la intensidad del viento.

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“Nuestro propósito era visitar lugares vírgenes, procurando respetarlos y mantenerlos igual de vírgenes para los próximos buscadores de lugares especiales”

Al poco tiempo de estar navegando en la lancha e ingresar al fiordo Parry, la ansiedad por ver dónde pasaríamos los próximos dos días remando, y el deseo de registrar todo, nos hacían disparar fotos y videos en todos los aparatos que llevábamos. Para nuestra suerte iba Francisco, fotógrafo profesional, quien registró imágenes de momentos únicos.
Llegamos a Puna Canoa a las 15 h y nos recibió en tierra Fabián, quien se encargó del campamento armando un refugio tinglado para protegernos de la lluvia y nevadas, que eran inminentes. Ya habíamos pasado frente al primer glaciar que daba la impresión de forzar su paso entre las montañas para poder tocar el mar.

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El fuego estaba siempre encendido para tener un punto cálido donde reunirse y disfrutar de historias y anécdotas vividas por los que participábamos de la reunión, tal como lo hacían los pueblos originarios que habitaron estos lugares. Esa primera noche, se planificó la actividad del próximo día y a la vez un cordero fueguino crujió al espiedo. A la cena se sumó un zorro colorado, que se hizo habitué del campamento y que tomaba confianza con el correr del tiempo. A medida que pasaba la noche nos íbamos acomodando cada vez más cerca del fuego. La escasez de confort se empezaba a sentir. El piso estaba totalmente húmedo por el manto verde de las hojas y tierra acumulada durante milenios. Fabián (Guenchu) improvisó unos bancos con troncos. Guenchu, como lo llaman sus amigos, vivió toda su vida en estos lugares y su físico fue moldeado para resistir el trabajo duro de pescador artesanal, marisquero y centollero. Mientras que nosotros ya no teníamos ropa para ponernos encima y ya no contábamos la cantidad de capas entre sintéticos y respirables, él se manejó con un buzo de algodón como único abrigo, cuando no, aparecía en remera… pura adaptación al medio. Pasadas las horas, cada uno buscó su carpa. En minutos, el silencio recuperó el lugar.

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A las 6 h de la mañana, Guenchu empezó a levantar la fogata para armar el desayuno y cortar el frío mañanero. A las 8 h comenzaron a surgir de las carpas en estado somnoliento, los kayakistas, que habían experimentado la primera noche invernal dentro de un fiordo rodeado de 5 glaciares. Los que tuvieron sueño liviano pudieron escuchar los estruendos producidos por los desprendimientos de bloques de hielo de los glaciares.

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Enseguida, nos pusimos los trajes secos, chalecos salvavidas y demás equipos, y fuimos al agua. En la playa nos encontramos con un paisaje diferente al del día anterior. El viento había traído del interior del fiordo, cientos de bloques de hielo que quedaron depositados en la playa durante la marea baja. La nevada caída había dejado los kayaks ocultos.
Previa charla de seguridad de cómo movernos en zona de hielos y glaciar, comenzamos a remar con un día de sol espléndido sin nada de viento. La lancha se mantuvo en la cercanía, siempre con bebidas calientes, por si era necesario suspender la remada y volver a la protección del refugio.

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Visitamos dos glaciares que llegaban al mar, y nos detuvimos media hora frente a uno de ellos. El espectáculo de rompimiento era continuo. Los estruendos al fondo del glaciar debido al movimiento de la masa de hielo, hacían que todos giraran la cabeza en estado de alerta.
La medida de seguridad frente a un glaciar es mantener distancia del frontón, nunca se sabe cuál será el bloque que caerá y su tamaño, ni la ola que se generará, pero sí que pueden golpear al kayakista.

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Para el mediodía continuamos remando al segundo glaciar, un trayecto que bordea un pie de montaña no accesible para desembarcos. Durante ese trayecto, se nos acercó una foca leopardo, uno de los máximos predadores que llegan a estas latitudes desde el sur. Se mantuvo un rato curioseando mientras remábamos. Nos mantuvimos en nuestro rumbo sin interrumpir sus movimientos, por precaución. Aunque es muy difícil que se produzca un evento de peligro, siempre hay que mantener una distancia y respetar su camino.

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Al llegar al segundo glaciar, nos encontramos con la pequeña bahía congelada en superficie, con un espesor de 5 a 10 cm de hielo. Pudimos avanzar rompiendo el hielo unos 30 m, pero luego fue imposible. La lancha al mando de Fredy, ingresó como un rompehielos y nos abrió un camino para hacer una nueva y única experiencia, y remar en un manto de hielo. Nos detuvimos y compartimos el almuerzo a bordo de la lancha.

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El regreso en kayak al campamento fue casi en silencio. Pienso que todos estábamos hipnotizados por la nueva experiencia.
En el campamento, nos encontramos con Guenchu y dos amigos pescadores y buceadores de mariscos, que trabajan en la zona. El refugio se llenó de conversaciones donde cada uno explicaba lo que experimentó. Mientras cenábamos, el fuego mantenía un estado de reunión único. Después de escuchar increíbles historias, nuestros nuevos amigos pescadores nos demostraron la sencillez con que llevan adelante su vida para poder subsistir meses en estos lugares. De a poco, cada uno a su tiempo, desaparecían de la luz del fuego y se perdían en la oscuridad en busca de su carpa.

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El domingo por la mañana, cada uno ordenó su equipamiento y se alistó para el regreso. Nos esperaba 1 hora en lancha hasta Caleta María y luego 10 en vehículo hasta Ushuaia.
A pesar de que ya habíamos recorrido el camino, hacerlo nuevamente generaba emoción por la inmensidad del paisaje. La ruta serpenteaba las montañas, acompañada de guanacos que observaban el paso de los autos. Nuestro propósito era visitar lugares vírgenes, procurando respetarlos y mantenerlos igual para los próximos buscadores de lugares especiales.

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FINIS TERRA, OTRO MUNDO LLAMADO ANTÁRTIDA

agosto 20, 2019 — by Andar Extremo

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El proyecto Finis Terra fue llevado a cabo en enero de 2007, durante 43 días una expedición del Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación de la mano de Alfredo Barragán, documentó por aire, mar y tierra la vida del continente blanco. En noviembre de 2008 y luego de 7 años de ediciones del Periódico de Aventura Andares surgía con el mismo legado la primer Revista Andar Extremo, esta fue su nota principal.

Por Daniel Ferrer Fotos Alfredo Barragán

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Hasta hace poco tiempo se pensaba que Marco Polo, Cristóbal Colon y Neil Amstrong eran aventureros. También se pensaba que el polo sur era el fin de la tierra. El CADEI cambia estos conceptos y se afirma en otros valores relativizando lo material como motor para la acción. Alfredo Barragán y sus compañeros del Centro de actividades deportivas, exploración e investigación (CADEI) así lo sostienen.

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El propio Alfredo Barragán afirma: “Yo no soy aventurero, soy expedicionario, voy después de años de planificación, de previsión de equipamiento y de entrenamiento. Ejecuto las expediciones como una operación deportivo-científica, con un grupo sumamente capacitado y con absoluta responsabilidad. Siempre nos ajustamos a pautas deportivas, científicas y éticas, a límites que nosotros mismos nos ponemos, donde la aventura queda de lado y predomina la expedición”.

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Con esta idea podemos concluir que Marco Polo fue bastante aventurero, Colón mucho menos y el primer hombre en pisar la luna nada aventurero.
Otra idea de Barragán es que “el fin del mundo es Ushuaia. El nombre de Finis terra fue un error. En la Antártida tengo la sensación de haber estado en otro planeta. La Antártida es mucho más allá del fin del mundo”

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A nivel de valores Barragán dice:”Me voy a jugar la vida por una gesta romántica pero no por una comercial. El deporte es bonito como una expresión de libertad, de romanticismo y no entra allí el signo pesos o un contrato publicitario. Nuestras expediciones empiezan y terminan cargada de valores, de principios de ideas”.

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Barragán nació en Dolores (Pcia. Bs. As.) en 1949. En sus múltiples expediciones y especialmente en la Antártida combinó su formación y la de sus compañeros en navegación, buceo deportivo, montañismo, piloto de planeador, kayakista y su gran capacidad para prever y planificar. Por sus antecedentes, capacidad y la importancia del proyecto para el conocimiento del continente helado, Finis Terra fue aprobado por la Dirección Nacional del Antártico.

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El recorrido geográfico se lo puede apreciar en el mapa en recuadro aparte. Es si interesante, describir algunas de sus experiencias cotidianas para comprender su afirmación “La Antártida es otro planeta, no es comparable a nada del mundo conocido”
El 18 de enero de 2007 partieron de la Base Aérea de El Palomar en un Hércules de la Fuerza Aérea rumbo a Ushuaia, Alfredo Barragán, Jorge Iriberri, el arquitecto Rubén Tablar, Jorge Serda, el ingeniero agrónomo Santiago Roncoroni, y Pablo Tórtora director de KHP como productor y realizador del documental sobre la Expedición. Todos ellos hombres con experiencia que rondan entre los 40 y 60 años de edad.
En Ushuaia practicaron kayakismo en el mismísimo canal de Beagle, puerta Argentina de la Antártida. Cuatro días más tarde zarparon a bordo del rompehielos Irizar de la Armada, en el viaje que todos los años realiza para el reaprovisionamiento de las bases argentinas, hacia el continente más alto del planeta, la Antártida, que tiene un espesor de hielo que lo cubre de casi 2000 metros y donde las temperaturas alcanzan los 78 grados bajo cero.

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Durante 43 días navegaron 6200 millas (11.000 kilómetros), visitaron doce bases antárticas argentinas y extranjeras, estuvieron dos semanas dentro del círculo polar antártico, bucearon entre icebergs, exploraron grietas y escalaron témpanos flotantes. Todo ello quedó documentado y registrado en 15.000 fotografías digitales y 25 horas de filmación de alta resolución. Luego de la expedición se realizaron audiovisuales con las fotografías.

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Las experiencias vividas fueron únicas, y lo más anecdótico fu, haber buceado durante una hora y cuarto en aguas con temperaturas de 1,3° bajo cero y escalado un témpano flotante que se había desprendido del territorio argentino, en el Mar de Weddel. Esta fue la experiencia más significativa de la expedición, ya que tuvimos que caminar un kilómetro sobre el mar congelado hasta llegar al inmenso témpano, de unos 40 metros de alto, que escalamos con técnica de montaña. Y una vez arriba de éste, desplegamos la bandera Argentina sobre una de sus paredes.

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Los exploradores de Finis Terra pudieron advertir, con preocupación, evidencias irrefutables de los efectos del calentamiento global en la Antártida: «En las islas Shetland, por ejemplo, navegaron en zonas que en las cartas náuticas aún figuran como frente de glaciar. Y en la Base Naval Jubany, en la isla 25 de Mayo, donde antes sólo nevaba, fuimos testigos de una lluvia que era algo impensable décadas atrás.
«El propósito de Finis Terra era realizar un trabajo documental en la Antártida para luego difundir el material y así concientizar y sensibilizar a la población mundial sobre esa situación y su importancia para el ecosistema global».

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El viaje a bordo dista mucho de ser un viaje de placer. El trabajo es intensísimo. El reabastecimiento de las bases extenuante en medio de un clima totalmente inhóspito. La investigación de los hombres de CADEI permanente. Las primeras constataciones preocupantes. Las barreras de hielo habían retrocedido 500 metros en los últimos años por el calentamiento global. Después de las Shetland, Decepción y las Orcadas del Sur, llegaron a la primer base permanente. Allí los científicos les afirmaron que la base corre peligro porque la bahía en la que se encuentra se congela cada vez menos.

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Al pasar por el paralelo 77º e ingresar al círculo polar antártico, todos aquellos que lo hacían por primera vez fueron bautizados con un helado chorro de agua sobre la cubierta. Cuando llegaron al paralelo 78º (A doce grados del polo sur) se encontraron con la Base Belgrano II. Entre otras cosas aprendieron a “leer” el horizonte. Si en él, el cielo esta blanco en la superficie hay hielo, si se ven nubes oscuras abajo hay agua. Una de sus mayores experiencias comienza en ese momento. Cargaron carpas, bolsas de dormir, piquetas, cuerdas, alimentos, cámaras y salieron a explorar.

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Dice Barragán:”Se siente en la piel el aislamiento y la soledad”. Luego de caminar una hora encontraron una roca sobre la que montaron las carpas, cortaron bloques de hielo e hicieron una pared semicircular para protegerse de los vientos. Al día siguiente experimentaron el “blanqueo”, fenómeno óptico por el cual se ve todo blanco, no se distinguen formas y se pierde toda referencia, lo cual torna difícil salir a caminar. Para ese día estaba planificado bajar en una grieta. La intención era bajar en una de las grietas, por eso, leyendo el terreno, buscamos y buscamos, hasta que dimos con una. «El flaco» Serdá me daba seguro y a su vez, otro aseguraba al Flaco. Comencé a pinchar el piso con una especie de jabalina hasta que encontré el hueco. En vez de sentir el `toc toc’ del hielo duro debajo de la nieve, la lanza se fue toda hacia abajo. Le di con la pala hasta que cayó el puente y se abrió una boca de un metro y medio de ancho, por tres metros de largo; la grieta debería ser gigante, pero sólo se abrió eso. Con crampones, dos piquetas técnicas y asegurado, descendí en la grieta. La recorrí por debajo del puente de hielo. Hacia abajo se veía rocío azul y, mas allá, negro. Filmamos, fotografiamos, la exploramos… Fue una buena experiencia.»

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La práctica de CADEI en el paralelo 73° fue intensa. Además de las exploraciones, las fotos y la filmación documental, soportaron vientos de 110 km/h y temperaturas de -35° C. Pero no fue todo; también caminaron por el congelado Mar de Weddell has¬ta un gigantesco témpano de hielo y lo escalaron. Una vez arriba, desplegaron una bandera argentina; la misma que, días atrás, el personal de Belgrano II le habían entregado a CADEI en reconocimiento por los 10 años de expediciones. Y allá arriba, en lo alto del témpano, estaba la bandera desplegada con sus hombres saludando: una imagen importante, fotografiada y filmada desde un helicóptero de la Fuerza Aérea Argentina. Era el comienzo de la despedida, ya que el rompehielos ARA Almirante Irízar regresaba a la península antártica, para luego volver al continente americano.

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El buceo entre témpanos de hielo fue otra gran experiencia. «La DNA nos recomendó bucear en las cercanías de la Base Jubany, y nosotros no desaprovechamos la oportunidad de documentar la Antártida desde abajo del agua -cuenta Barragán-. Salimos en dos gomónes y nos sumergimos en una caleta ignota, y en un sector llama¬do Los Pinitos. Junto al «Vasco» Iriberri, al » Flaco » Serdá, a Santiago Roncoroni y a mi hermano Federico, bajé. La temperatura del agua era de -1° C. Allí encontré una flora variadísima, con vegetales de diferentes texturas y variedad de anchos de hoja: algas, estrellas de mar, pingüinos Adelia y de barbijo por todos lados… Te aseguro que fue otra experiencia intensa. Al finalizar, subimos a los botes y nos preparamos para regresar a Jubany. En eso estábamos cuando aparecieron ¡dos focas leopardo! Las tuvimos muy cerca y te confieso que asusta: un maxilar triangular fortísimo. Es una mezcla de víbora, con tortuga de mar, y dinosaurio… Por suerte, ya habíamos buceado… «
Por eso se comprende que después de 43 días don Alfredo haya dicho “Tengo la sensación de haber venido de otro planeta“.

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Exploraciones del CADEI
Barragán sostenía que los africanos pudieron haber llegado a América 3000 años antes que Colón, aunque los científicos consideraban imposible el cruce del Atlántico hace 35 siglos. Para confirmar su teoría, creo y dirigió un equipo compuesto por el comerciante Oscar Horacio Giaccaglia, el camarógrafo Félix Arrieta, el abogado Jorge Manuel lriberri y ingeniero agrónomo Daniel Sánchez Magariños. Juntos a este grupo Barragán se propuso cruzar el océano en una réplica de las antiguas embarcaciones africanas: una balsa de troncos, sin motor ni timón.

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Para construirla viajaron en 1983 a Guayaquil, Ecuador, en donde se metieron en medio de la selva, acompañados por indígenas, para dar con unos árboles iguales a los que en épocas pasadas crecían en la selva africana. Seleccionaron 20 troncos de 18 metros de largo y los llevaron a un astillero de Mar del Plata. Utilizando 9 de esos troncos, fibra vegetal y caña de bambú, crearon una balsa sin timón y con una vela en la que cargaron dos garrafas de gas, alimentos deshidratados, agua mineral, destiladores de agua, e instrumentos de navegación que solo utilizarían para confirmar su posición.

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El 22 de mayo la expedición Atlantis partió del puerto de Santa Cruz de Tenerife, en la Islas Canarias, y todo el viaje quedó documentado, ya que además del camarógrafo Arrieta el resto de la tripulación oficiaría como fotógrafos.
Durante el viaje la balsa debió soportar dos tormentas con olas de más de 8 metros y vientos de 70 kilómetros por hora. La primera fue a los 15 días de salir y duró 48 horas, mientras que la segunda fue casi al final e hizo que se soltaran varias ligaduras. Ante esta situación debieron anular la vela y todos se ataron a la nave. Un momento realmente picante.Igualmente tras 52 días de viaje y recorridos 5.500 kilómetros de mar llegaron al puerto de La Guayra, Venezuela, en donde fueron recibidos por miles de personas. A poco de llegar el capitán de la Atlantis pronunció una frase que quedaría en la historia: «Que el hombre sepa que el hombre puede.»

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Cuatro años después se estrenaría la película «Expedición Atlantis», escrita y dirigida por el mismísimo Barragán. En ella se pueden ver las distintas peripecias que debió soportar la tripulación, como la fractura de la pierna que sufrió Arrieta en pleno viaje. Este film, quizás movilizado por un sentimiento patriótico, fue visto casi obligatoriamente por toda una generación de niños que concurrió al cine en excursión escolar o, en menor medida, debió verla en el colegio mismo.

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Para culminar, nada mejor que repasar los increíbles logros de Alfredo Barragán. En el 84 dirigió la Expedición Atlantis, en 1991 hizo cumbre en el Aconcagua, realizó el cruce de la Cordillera en Globo en 1993, ascendió en 1995 a la cumbre del Kilimanjaro en África, realizó el cruce del caribe en kayac desde Venezuela a Puerto Rico en 1999 y el año pasado realizó la expedición Finis Terra
Después de todo esto le preguntaron si alguna vez la había pasado mal en sus expediciones, su respuesta fue una declaración de principios. «He tenido momentos de zozobra como cualquiera que viaja a Mar del Plata. Siempre digo que si Barragán puede, cualquiera puede, porque las cosas no son imposibles, sino sólo difíciles». Y entre tantas frases queda claro que Barragán tiene un ego enorme, aunque hay que reconocerlo: tiene con que respaldarlo.

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Kayak

Encuentro Nacional de Kayakistas, Nahuel Huapi

julio 26, 2019 — by Andar Extremo

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Del 2 al 5 de marzo en Villa La Angostura, se llevó a cabo el 17 Encuentro Nacional de Kayakistas Nahuel Huapi 2019, donde participaron más de 70 palistas de diferentes lugares del país. En la nota, Alejandro Routurou nos cuenta su experiencia.

por Alejandro Routurou texto y fotos

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Me enteré de esta travesía una tarde de diciembre del año pasado, mientras tomaba unos mates con unos amigos kayakistas durante la travesía Dolores-San Clemente que organiza todos los años el legendario Capitán Alfredo Barragán. Ni bien volví Buenos Aires, todavía con las bolsas estancas colgando en el tender y equipo de la travesía lavándose, me puse a averiguar fechas, recorrido, distancias, quienes la organizaban, etc.
Fue recién a principios de febrero, después de definir algunas cuestiones de trabajo y agenda, que me inscribí con mi amigo Víctor Tillería de Zapala, a quien no me costó mucho convencer para que me acompañe. Por suerte, siempre encuentro “víctimas” que me siguen en mis viajes de montaña o travesías en kayak.

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Estaba muy motivado y tenía muchas expectativas en participar de esta travesía. En primer lugar, porque iba a ser mi primera experiencia remando en kayak en lagos patagónicos con esos paisajes increíbles y todo lo que eso significa y por el otro, para darle una mano a mi amigo Víctor (trasplantado de riñón hace menos de un año) en la difusión sobre donación y trasplante de órganos. Cabe mencionar que estoy muy involucrado con la temática no sólo porque trabajo en Prensa del INCUCAI hace varios años, sino también porque tengo amigos trasplantados con quienes en otras oportunidades hemos difundido la temática a través del montañismo, ciclismo, y durante charlas.
El viernes 1 de marzo por la tarde, después de reunirnos con Víctor en Zapala y de hacer una escala previa en la casa de su madre en Aluminé, finalmente llegamos al Camping UNCUYO de Villa La Angostura. Allí fue la acreditación, cena y charla previa, a cargo de Marcelo Hostar quien organiza hace 17 años este memorable Encuentro de Kayakistas en Patagonia.El vento es una verdadera fiesta del Kayakismo que cada año suma más entusiastas.

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¡Arranca la aventura!
Luego de desarmar la carpa y un breve desayuno en el buffet, con Víctor y Ezequiel Poch de Bariloche nos dispusimos a bajar los kayaks en la playa del camping y guardar las bolsas estancas y demás equipo en los tambuchos del kayak doble donde iban Víctor y Ezequiel y en el Asiak Petrel que iba a ser mi compañero estos 4 días de travesía. Media hora después de lo pactado, a eso de las 11.30, arrancó el 17 Encuentro de Kayakistas Nahuel Huapi 2019. Más de 70 kayakistas y deportistas de distintos puntos del país, estábamos unidos en esta gran aventura en Patagonia.
Acostumbrado a remar en el Delta del Tigre, poder apreciar en el fondo del lago las rocas, algas y algunos peces, era un verdadero placer. Los paisajes alrededor eran increíbles, con los cerros y bosques de coihues, lengas y ciprés reflejados en las aguas turquesas del lago. Mientras remaba, disfrutaba el simple hecho de sentir la fresca brisa en la cara y poder contemplar las montañas nevadas y bosques desde abajo, cosa que en general es al revés, ya que por ser montañista suelo ver los lagos y bosques muy a lo lejos desde alguna cumbre. Qué lástima que en el Delta no hay montañas, sino sería la persona más feliz.

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Después de 2 horas de remada hicimos una parada para almorzar en Bahía Inalco donde, según cuenta la leyenda, se lo vio a Hitler en los años 50. Luego continuamos hacia el brazo Última Esperanza, pasando por el brazo Rincón para finalizar en la chacra Martinez donde acampamos la primera noche. La tarde pasó rápido entre el armado de la carpa, una breve siesta, mates y charlas de por medio con kayakistas que fuimos conociendo. La primera cena nos recibió a lo grande con cordero y choris, y algún que otro tinto que nunca faltan. La primera jornada remamos 18 km en unas 5 hs.
El segundo día, a eso de las 11 am, partimos con rumbo norte hacia el brazo Machete donde después de remar unas 2 hs, paramos a almorzar. En algunos tramos del brazo Machete el fuerte viento y oleaje por popa y manga hizo que por momentos se complicara mantener el kayak estable, pero por suerte no me di vuelta. Menos mal, porque aún no sé hacer el Roll y más allá de que siempre que uno se da vuelta hay mucha ayuda y camaradería de la tribu Kayakera, no está muy bueno que digamos darse vuelta en estas aguas congeladas.

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Como estaba muy ventoso, pasamos de largo el arroyo Colorado y a eso de las 17 hs llegamos a bahía Chavol, donde nos esperaba el camping para la segunda y tercera noche de la travesía. Cristina y Silvia nos atendieron en la chacra, con sus clásicas tortas fritas y mermeladas artesanales para acompañar los típicos mates en el camping. Este segundo día remamos 17 km pero se me hizo más largo que el primer día, quizás por el tramo del Machete que estuvo con mucho viento y oleaje. Para esa noche la cena del grupo eran las famosas viandas de “Sabor de Reyes”. Me tocó un guiso de lentejas con panceta y chorizo colorado, un verdadero lujo cada vez más difundido entre kayakistas y montañistas. Luego de varias rondas de chistes acompañados por más de un brindis, nos fuimos a dormir.
De acuerdo con el cronograma original de la travesía, el tercer día se suponía que debíamos ir a Piedras Blancas e Isla Victoria, pero al final se suspendió a causa del clima. Estuvo lloviendo toda la noche anterior y hasta casi el mediodía y, sumado al viento, se iba a hacer imposible remar en esas condiciones.
Igualmente se hizo un trekking de unos 5 km por la zona con una guiada de lujo a cargo de Adam Hajduk y Silvia o “Pila” como le decían, que nos llevaron a través del bosque a ver unas pinturas rupestres en unas rocas. Algunos decidieron quedarse en el camping y fueron a practicar apoyos y dominios de olas con Marcelo. Al volver del trekking, comimos una buena picada con mates, como antesala al asado que nos esperaba en el quincho de la familia Chavol. Como ya era costumbre, al cierre del asado no faltaron los chistes acompañados por bebidas espirituosas mientras afuera no paraba de llover.

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Península Quetrihué y Bosque de Arrayanes
Una vez cumplido el ritual de cada mañana entre desarme de campamento, desayuno y alistamiento de los kayaks, a las 10 arrancó la cuarta y última etapa de la travesía rumbo a Península Quetrihué. Nos tocó un cruce de casi 1 hr con bastante viento y fuerte oleaje. Después de una breve parada para reagrupar al resto de los compañeros, a eso del mediodía llegamos a Bosque de Arrayanes.
Después de almorzar estuve caminando un rato por la zona del Bosque de Arrayanes que me trajo gratos recuerdos ya que no había vuelto desde los 18 años, cuando fui al Viaje de Egresados a Bariloche. Algunos turistas que llegaban en catamarán desde la Isla Victoria nos miraban desorbitados al vernos con todo el atuendo de kayakista: chalecos, cubrecokpits y remos.

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Antes de partir rumbo a Bahía Mansa fue la tradicional foto grupal de la edición 2019, todos a puro festejo saludando y levantando las palas. Luego de 1 hora de remada llegamos a Bahía Mansa donde entre varios, fuimos porteando todos los kayaks un tramo de unos 80 mts por el bosque. A eso de las 5, y habiendo remado 23 km durante la jornada, finalmente llegamos al camping de la Universidad de Cuyo dando fin a esta gran travesía. Ni bien llegamos nos abrazamos con Víctor y Ezequiel, y después de cargar los kayaks y ordenar todo el equipo, nos fuimos a tomar un café con medialunas en el buffet del camping. Por la noche fue la cena show de cierre con pizzas y cervezas, algunos sorteos y entrega de reconocimientos a Víctor y Vanesa Fundaró. Para poner un broche de oro, Fabiana Schettini y Vanesa Fundaró nos deleitaron con sus cantos a capela mientras eran ovacionadas por todos.
Me da una gran satisfacción haber participado en esta travesía. Pude cumplir con mis objetivos, ver paisajes increíbles desde el kayak y la costa, conocí personas increíbles que, en definitiva, es lo que más rescato de las travesías en kayak y viajes de montaña. Ahora, a descansar y empezar a planear los próximos desafíos…

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Agradecimientos y Menciones especiales
No puedo dejar de mencionar la participación y gran desempeño de Agustina Arellano de Entre Ríos, palista extraordinaria que tiene capacidades diferentes y estuvo remando junto a su padre. También a Vanesa Fundaró, gran kayakista ciega de Córdoba que, con la mejor de la onda y pura garra, se remó todo. ¡Realmente admirable y ejemplar lo que hicieron estas dos guerreras de la vida!
Gracias totales a Víctor Tillería por acompañarme estos 4 días de travesía, demostrando que con fuerza de voluntad y convicción todo es posible y quien volvió a demostrar que “Donar órganos, es dar vida”. Gracias a mis compañeros de travesía y vecinos de carpa Ezequiel Poch, Richard Niebuhr y Martín Stanic por la camaradería y ponerle la mejor de la onda y, en especial, a Marcelo Hostar por estar en todos los detalles de la organización de la travesía para que todo salga a la perfección. Por último, a quienes aportaron para los premios y sorteos de la última cena: Carlitos Nieto, de Córdoba, que aportó con cereales y alfajores, a Gustavo Feldman de M&G Kayaks, y a Gonzalo Rivarola de Garmont por su indumentaria y equipo.
¡Gracias a todos y a seguir remando!

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A 20 AÑOS DE UNA HAZAÑA NÁUTICA ARGENTINA

mayo 31, 2019 — by Andar Extremo

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HACE 20 AÑOS CRUZARON EL MAR DE LAS ANTILLAS EN KAYAK REALIZANDO UNA VERDADERA HAZAÑA , DONDE LOS VALORES Y EL ESFUERZO SE CONJUGARON PARA ALCANZAR LA META.

Difusión Revista Andar Extremo y CADEI

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“Volver, que 20 años no es nada…», dice el tango, y más si viene de la mano del Capitán Barragán, un romántico emprendedor que ha llevado a la exploración y al deporte argentino a lo más alto del reconocimiento mundial. Cada expedición tiene una historia y, a su vez, un mensaje educativo que hace reflexionar a la humanidad.
Esta expedición fue quizás la más dura, por la planificación y por el esfuerzo que tuvieron que hacer los integrantes del CADEI. Alfredo Barragán (50), Horacio Giaccaglia (54) y Jorge Iriberri (52). Partieron el 1 de abril de 1999 y recorrieron 1600 km en 61 días, cruzando el mar en las embarcaciones más pequeñas que jamás lo hayan hecho.
El CADEI quedará en la historia por ésta y por otras tantas expediciones, entre las cuales se destacan: La Expedición Atlantis, El Cruce de los Andes en Globo, Aconcagua, Kilimanjaro y Antártica Finis Terra.

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“Cuando creamos CADEI, en el año 1975, el articulo 1 decía que sus objetivos eran: organizar y realizar expediciones deportivas especiales en ambientes naturales rigurosos, explorar dichos ambientes y difundir sus experiencias en beneficio del deporte, la ciencia y la cultura. Hace 45 años que eso es lo que hacemos. Esta expedición en las Antillas nos enamora porque la conocemos íntimamente, porque la conocemos desnuda y sabemos de su pureza. El cruce del Mar de las Antillas rechazó sponsors comerciales y hasta decidimos no filmar, porque para hacerlo correctamente había que tener un barco cerca o algún helicóptero y eso hacía desaparecer «la expedición» como tal. Una expedición no es turismo aventura. Por definición, tiene un desarrollo y un resultado incierto; un riesgo real, como esencial, que obliga a resolverlo y superarlo. Decidimos no hacer un contrato de miles de dólares con ATC, a cambio de la primicia. Recuerdo que viajé a Buenos Aires y le dije al presidente de ATC, que además era mi amigo: – No puedo hacer este contrato. Yo soy esencialmente expedicionario. Y en segundo término soy documentalista. Si tengo cerca un equipo de filmación, habrá desaparecido el riesgo y con él la expedición. No puedo hacerlo. Él abrió grandes los ojos, respiró hondo y me dijo muy pausadamente: – No lo habíamos visto, tenés razón. De ese modo, libre y solo, me fui a cruzar el mar”, relató el capitán.

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En tres kayaks de travesía individuales, de 5,10 metros, sin embarcaciones de apoyo, con vientos y corrientes trasversales, unieron 23 islas de 12 países. Partieron del puerto de Macuro de Venezuela y llegaron a San Juan de Puerto Rico el 31 de mayo de 1999. A diferencia de otras grandes expediciones en kayak ésta no recorrió la costa, sino que cruzó el mar
“Esta expedición fue pura. Hoy es enorme a nuestros ojos. Es bellísima a los ojos del alma. Fue la expedición deportiva más grande que hicimos con CADEI y tiene una connotación histórica: demostró la factibilidad de que antes del descubrimiento de América, los «caribes» (nativos que ocupaban el Golfo de Paria, entre Venezuela y Trinidad), hayan navegado el arco de las Antillas y llegado hasta Puerto Rico en sus botes a remo. Esto lo había afirmado Colón en sus escritos luego del primer viaje y desde entonces los expertos sentenciaron que eso era imposible, que era materialmente imposible hacerlo a remo dado que no había ni corrientes ni vientos favorables. Sostenían que los vientos alisios -del este / noreste- y la corriente norecuatorial – del este – arrastrarían a los botes hacia el oeste-sudoeste y se perderían en el sur del Caribe. Eso fue lo que despertó mi curiosidad y mi natural rebelión ante los imposibles. Entonces, decidí estudiarlo a fondo y encontrar cómo hacerlo”, señaló Alfredo.

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Remaban llevando el equipamiento mínimo necesario. Hacían entre 50 y 150 km en cada travesía, Los trayectos cortos les insumían unas 14 horas de remo. Dormían en playas desiertas al llegar a tierra firme. Al zarpar de Tobago un gran temporal los hizo derivar demasiado y estuvieron 40 horas remando al límite de su capacidad física y psíquica. Luego de dos jornadas dramáticas, lograron encontrar y arribar a Grenada, la meta salvadora; escribiendo una página gloriosa en la historia del deporte y la navegación.

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“Nuestra esencia es deportiva y el deporte es nuestra escuela de vida. Fíjense que no digo deporte amateur, pues sería una redundancia; así como deporte profesional sería una incongruencia. Si es profesional no es deporte. Por eso no aceptamos sponsors. Cuando la pureza es absoluta es más fácil enamorarse de lo que estás haciendo. Cuando encaro una expedición no me alcanza con que me guste. Sólo me la juego por algo que me enamore y sólo me puede enamorar una expedición cuando es así, absolutamente pura”. Y agregó “Creo que estas experiencias dejan ejemplos y sirven al objetivo de CADEI, de difundirlos cuando son útiles. Somos conscientes de que nuestro grupo ha tomado notoriedad y hay gente que nos sigue, se pregunta cómo lo hacemos y seguro que alguno quiere hacer algo similar. Entiendo que tenemos que hacernos responsables de esa situación, tenemos que asumir la responsabilidad ya que nos miran, nos escuchan. Es necesario dar un buen ejemplo, cuidar el discurso, ser tan buenos como para sentir que estamos honrando eso que creen los demás de nosotros. Me da profunda pena y muchas veces bronca cuando veo a figuras del deporte, arte, periodismo o de la política, figuras rutilantes del espectro social, no honrar el lugar que ocupan; pseudo deportistas, estrellas mundiales, que son pésimos ejemplos como seres humanos, que no han respetado el lugar que les dio la vida, desde donde pudieron ser extremadamente útiles y, sin embargo, están dejando una influencia negativa. Es increíble que se festeje un gol hecho con la mano, lo cual es una de las vergüenzas más grandes de la historia del deporte argentino.
Ante esta situación y una vida hecha que nos ha permitido reflexionar sobre estas cosas, en CADEI tenemos claro que, si encontramos elementos valiosos en lo que hacemos, tenemos la obligación de trasmitirlos. Ahora que se cumplen 20 años del Cruce del Mar en Kayaks, tenemos la oportunidad de contar cómo lo hicimos. Hoy sabemos dónde anida la fuerza y la alegría que le permiten al hombre común atreverse a lo extraordinario y ser un digno contendiente contra lo imposible. Estamos convencidos de que hay que compartirlo, con la esperanza de ser útiles.

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En estos momentos en que flaquea la cultura del trabajo, de la planificación y la perseverancia, nosotros seguimos creyendo en el orgullo del esfuerzo genuino, de la lucha sostenida con convicción.
Los que hicimos esta expedición por las Antillas tenemos una deuda con ella. Fue tan grande como Atlantis, pero Atlantis fue tan luminosa, exótica y carismática que les hace sombra a todas nuestras otras expediciones. Es la hermana bonita. Siempre que me junto con algún periodista a hablar del Mar de las Antillas en Kayaks o de otra de nuestras aventuras, como Cordillera de Los Andes en Globo, Aconcagua o Antártica Finis Terra, me hacen una o dos preguntas de lo que nos convocó e involuntaria pero invariablemente, volvemos a Atlantis y el foco se queda en ella.
Desde el punto de vista deportivo, cruzar el Mar de las Antillas fue mucho más exigente que Atlantis. Necesitó más preparación; requirió determinación, coraje y riesgo absoluto, con una concentración física y psíquica descomunal para llegar a la próxima isla.
Cada vez que me encuentro con el Vasco Iriberri y Horacio Giacaglia, compañeros también de la Atlantis y otras 10 expediciones, la imagen de la Travesía de las Antillas nos asalta, nos quedamos mirándonos y, luego de un silencio, nos decimos: -Estábamos locos! ¿No? Asentimos con la cabeza, nos damos un abrazo y recién después empezamos a hablar del motivo del encuentro. Sentimos la necesidad de reivindicarla siempre.
Si un hijo me dijera que quiere hacer una Atlantis lo alentaría y ayudaría, pero si me dijera que quiere hacer el Mar de las Antillas en Kayak, le pediría por favor que no la haga.
Cruzar el mar en kayak: tres años de preparación, mil seiscientos kilómetros de recorrido, veintitrés islas de doce países, un millón de remadas por persona, en definitiva… sólo estelas en la mar… “, relató.

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TRAVESIA DOLORES SAN CLEMENTE

marzo 7, 2019 — by Andar Extremo

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La vigésima juntada nacional de travesía se llevó a cabo entre el 6 y el 9 de diciembre. Comandados por el Capitán Alfredo Barragán, acompañado por los 4 tripulantes de la Atlantis, Jorge Iriberri, Horacio Giaccaglia, Chanco Arrieta, Daniel Sánchez Magariños, y unas 200 embarcaciones más, surcaron las aguas desde Dolores a la Bahía de Samborombón para, de ahí, remar hasta Punta Raza completando 100 km. En la nota, Adriana Gómer cuenta su travesía para la Andar Extremo número 52

por Adriana Gómer fotos Carlos Vaccarezza

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Somos la Flota Nacional de Kayaks
con los valores que llevaremos por el mar
la Flota Nacional de Kayaks
que hoy vuelve a navegar…
Pablo Banchero

Estribillo que corresponde, en los versos citados, al Himno Flota Nacional de Kayaks, compuesto para la ocasión del 20° encuentro, con letra y música de Pablo Banchero.

El pez por la boca… lanza kayakistas
Recuerdo vagamente que cuando era chica, tuve en mis manos un manual que como ayudamemoria, asemejaba el mapa de la provincia de Buenos Aires a la figura de un pez. Su cola se extendía desde Bahía Blanca hasta Carmen de Patagones, un ojo muy redondo y desorbitado andaba por 25 de Mayo, tenía enormes branquias que abarcaban toda la curva de la costa atlántica, y su boca abierta era la Bahía de Samborombón. Básicamente, era una palometa del Paraná boqueando en las arenas del Río de La Plata. Es imposible olvidarme de esa imagen que pasó de dibujo a mapa y, desde hace unos días, a vivencia plena con todos los sentidos.

“El desafío se vuelve a renovar…”
Esto sucedió gracias a que: desde el viernes 7 al domingo 9 de diciembre tuvo lugar la vigésima edición del Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía Dolores-San Clemente del Tuyú, organizada por el CAND (Centro de Actividades Náuticas de Dolores) con el capitán Alfredo Barragán a la cabeza, y a que con integrantes del grupo de los Re-Copados tuvimos la alegría de poder participar junto a alrededor de unas 170 personas. En mi caso, con los hermanos Lara, Noelia y Daniel, viajamos desde Paraná, Entre Ríos, arribando a la sede del CAND aproximadamente a las 20 del jueves.
Luego de armar las carpas, nos dirigimos al hermoso Teatro Municipal Unione para disfrutar del 9° Festival Nacional de Audiovisuales de Kayakismo de Travesía “Libres del Sur” con que se iniciaba este importante evento. De los cinco finalistas cuyos cortos se proyectaron en la velada, resultó ganador del primer premio, el audiovisual de Adriana Büchele, “Río Bermejo”. El segundo premio lo obtuvo “Agua que une”, de Miguel Zorzi, y el tercer premio fue “Aguas brillantes”, de Carolina Saá. Los trabajos se destacaron por ser muy emotivos y captar con imágenes, palabras y videos, lugares hermosos de nuestro país forjados por el curso de ríos y esteros, la singularidad de la fauna autóctona y, especialmente, historias de amistad y descubrimientos surgidos con el correr de los días y del agua, entre paladas y descansos.

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La cena que siguió en el Club Ever Ready, fue ocasión de encontrarnos con el resto de los amigos y amigas de Rosario y Resistencia, participar de sorteos, aplaudir homenajes como el de los 20 años del astillero Tigre (del querido Damián “Chapita” Figueroa), y conocer al resto de los integrantes de la Expedición Atlantis* : Jorge Iriberri, Horacio Giaccaglia, Daniel Sánchez Magariños y Félix Arrieta.
A la mañana siguiente, la alarma en el campamento sonó a las 8:00, y a las 10:00 ya estábamos formándonos en caravana para dirigirnos al margen del canal 9, junto al puente, desde donde partiría la flota pasado el mediodía. Como se imaginarán quienes conocen el lugar o han participado de otras ediciones, esta primera jornada fue “un paseo”, en palabras de Barragán. El tránsito por el canal prácticamente no tiene variaciones y lo que más distrae y alegra la vista son las aves acuáticas que frecuentan el lugar, como garzas blancas y biguás y, por la costa, alguna nutria y muchos caballos que se alimentan a campo abierto y nos observan el paso con ojos curiosos.
Después de navegar 27 kilómetros por el canal con una parada de descanso frente a la estancia Las redondas, arribamos a los puentes que marcan la intersección con la ruta provincial N° 11, lugar que sería nuestro campamento. La corriente era fuerte y nos costó un poco bajar, pero rápidamente nos organizamos en dos barrios separados por ambos puentes. Por la noche, nos dirigimos a la Escuela Rural N° 7 del Paraje Las Víboras por un sendero paralelo a la ruta, bordeado de pastizales amarillos y un entorno boscoso. Luego de cruzar un par de alambrados, estábamos en la escuelita que nos recibió con un asado y ensaladas.
Dadas las indicaciones precisas del capitán acerca de la segunda jornada, reemprendimos la caminata a la escasa luz de la luna nueva, esquivando –cuando los reflejos lo permitían- algunos pozos del camino, y deteniéndonos de vez en cuando para identificar alguna constelación o adivinar el paso de una estrella fugaz para pedir un deseo. Algunos extendieron un poco la velada haciendo ronda junto a una carpa, acompañados de charlas y bebidas espirituosas, pero pronto todos se fueron a dormir ya que al día siguiente el suave despertar del capitán se haría sentir a las 6:00 de la mañana.

* La Expedición Atlantis se llevó a cabo en 1984 al mando del capitán Alfredo Barragán y unió, a través del Atlántico y a lo largo de 52 días Tenerife, en las Islas Canarias, con La Guaira, en Venezuela, a bordo de una balsa.

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“…dejamos en tierra todo el egoísmo y toda la miseria…”
Para los debutantes como yo en esta travesía, la llegada e ingreso a la bahía era motivo de una gran ilusión y expectativa. Acostumbrada a ríos más largos que anchos, sería como navegar en el mar.
Dos horas era el tiempo pautado para levantarse y levantar campamento, higienizarse y desayunar. Y alcanzaba perfectamente para que al cabo de ese lapso estuviéramos todos en el agua prontos a zarpar. En esta segunda jornada continuaríamos por el canal 9 hasta su desembocadura en la bahía, a 13 kilómetros de distancia. Debíamos llegar allí a las 11:00 para aprovechar la pleamar y poder navegar cómodamente durante 21 kilómetros más hasta el canal 1, en cuya boca acamparíamos.
Y así fue. Si bien algunos integrantes de la flota no la pasaron tan bien, principalmente por sufrir síntomas de cinetosis, caídas por efecto del oleaje, de una distracción, o pérdida de una pala, lo cierto es que siempre hubo cerca alguien de prefectura, organizadores o compañero/a de remada, que se apresuraba a brindar la ayuda necesaria. Y entonces, el cuerpo en el agua, el kayak dado vuelta, la pala derivando o una fruta que flotaba, volvían a sus lugares para seguir el curso del resto de los navegantes en esa curiosa mezcla marrón y salada que conformaba el agua de la bahía.
Esa tarde al llegar, nos recibieron los cangrejos que se dejaban ver cada vez más a medida que avanzaba la bajamar. Asustados de nosotros, se metían en sus cuevitas en el barro cruzando las pinzas para pedir que nuestros pies no los dañaran. Nos instalamos en una larga avenida sobre una franja verde con bordes de pastizales a modo de medianera. A un lado los kayaks, al otro las carpas. Picada, siesta, charlas, fueron la previa de una noche con luces montadas para la ocasión, cerveza tirada, choripanes y bife de chorizo.
Por las instrucciones del capitán, supimos que al día siguiente habría más viento. Por los horarios de la marea la salida se estableció a las 9:00, por lo que debíamos levantarnos a las 7:00. Nos restaban aún 31 kilómetros.

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“Sólo con su esfuerzo al faro llegarán…”

La última jornada fue divertida y agotadora a la vez. No tocamos la costa blanca de conchillas y no pudimos detenernos al grito de “proa al viento” más que minutos contados en el agua, porque había pronóstico de viento sur que, en lo posible, se debía evitar. Durante cinco horas no miré el reloj. Cuando me decidí, ya eran casi las dos de la tarde. El faro San Antonio comenzaba a dibujarse a la distancia, en la cima de una línea de árboles. Franja blanca, franja negra, franja blanca, franja negra, iba cobrando nitidez, pero a un ritmo más lento que aquel con que crecían nuestras ganas de llegar.
Siempre custodiados por los gomones del CAND y de prefectura, y por los subcapitanes de la travesía, llegamos a la costa donde nos esperaban familiares, amigos y gente de la organización. Rápidamente, tras tomar un café caliente, trasladamos los botes, los vaciamos y ayudamos a cargarlos en los camiones que los devolverían por tierra a Dolores. Muchas manos ayudaron afanosas en esta tarea. Al poco rato, ya nos estábamos sacando el barro de las patas para presentarnos (si no de punta en blanco, al menos limpitos), al complejo “Termas marinas”.

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Mientras flotábamos y nuestro cuerpo tenso se aflojaba en el agua salada, comenzó a llover, y los vientos se tornaron fuertes. El contraste entre el agua caliente y el aire frío del exterior nos disuadió por un buen rato, de abandonar las piscinas. Nos terminó de persuadir el anuncio por altoparlantes de que el complejo se cerraba. Una ducha caliente y ropa limpia y seca, nos dejaron listos para disfrutar de una cena generosa en la carpa matera, apenas un rato antes de la entrega de remeras, diplomas y de algunos sorteos más.
Pronto llegaron aplausos, felicitaciones merecidas a los organizadores por sostener a lo largo de tantos años esta travesía pensada con un plan “que funciona”, en palabras de Alfredo. Algunas anécdotas ilustraron los inicios del emprendimiento, se alzaron las manos de quienes llevaban años asistiendo y se reconoció la participación de los más jóvenes. Nuevas amistades kayakeras surgieron que, si el agua nos vuelve a unir como espero que suceda, reencontraremos en futuras travesías.
Finalizada la ceremonia, los ómnibus nos aguardaban a la salida del complejo para trasladarnos a Dolores. En un ir y venir, nos devolvían al lugar que había reunido a la flota, sumidos en un sueño ondulante como las olas de la bahía. De allí, saldríamos horas después hacia los extremos, otras ciudades, otras provincias. Partíamos renovados hacia distintas latitudes, como la sangre oxigenada que bombea el corazón del pez.

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KayakMountain Bike

Bikerafting en el Río Santa Cruz

febrero 14, 2019 — by Andar Extremo

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Andrés Calla de la Vida de Viaje en compañía de Javier Rassetti y Marisol López de Nación Salvaje, hicieron un viaje muy particular y recorrieron el río Santa Cruz por momentos en mountain bike y por momentos navegando en botes inflables. Aquí, la experiencia del viaje. Nota de la revista n° 52

Texto: Andrés Calla. Fotos: lavidadeviaje.com / nacionsalvaje.com

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En el suelo están los botes desinflados y el equipo desparramado. Las bicis están intactas y nosotros todavía no nos pusimos los trajes secos. Estamos apurados por aprovechar lo que queda del día pero la puesta a punto del equipo es lenta o por lo menos esa es mi sensación. Miro el reloj y ya pasó casi una hora. Por instantes pienso que estamos desarmando lo ya armado, pero creo que en el fondo estamos tratando de estirar lo más posible eso que sí o sí sabemos que tiene que pasar: empezar a flotar.
El río avanza con fuerza, sin embargo casi que no sentimos su movimiento. Ya vamos una hora y no pasa nada. ¿Esto era? ¿Tanto mambo previo para esto? Pasamos un par de curvas y lo más emocionante es ver unos guanacos apareciendo en el filo de uno de los acantilados.

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Miro a Javi y Sol, y vienen bien. Quizás un poco tensos por las primeras sensaciones pero de a poco se van aflojando. Mientras tanto, el río se empieza a encajonar entre paredones y los principios de la física sobre la mecánica de los fluidos hacen de las suyas. El agua se acelera y estamos entrando en la primera zona de rápidos. Voy atento y cada tanto el río me sorprende con borbotones que salen de la nada y remolinos que se forman en segundos. Por momentos hay ondulaciones y los botes suben y bajan casi un metro respecto de la línea de la costa.
De repente, la cola del bote se me empieza a ir de costado y siento que se hunde. Giro la cabeza y veo atrás mío cómo se forma un remolino gigante con forma de embudo. Me empieza a chupar y sólo puedo hacer una cosa: remar, remar y remar. Remar tan fuerte como pueda hacia adelante. Poner cada milímetro de músculo al límite para poder salir cuanto antes de ahí. Sé que puede pasar que nos demos vuelta. Sé que puede ser parte del juego, pero eso, no va a pasar ahora. Empujo con fuerza, logro sacar el bote y me escapo.
A unos treinta metros viene Javi y un poco más atrás Sol. Les grito para avisarles que por ahí no pasen, y reman para alejarse. Vuelvo a respirar con normalidad. El río avanza rápido y las sorpresas van apareciendo.

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Los siguientes kilómetros los hacemos a buen ritmo. En cualquier momento sabemos que nos vamos a encontrar con lo que queda de un muelle caído. Lo había puesto hace poco una estancia para cruzar ovejas pero la fuerza del agua de la última crecida lo tiró y quedó volteado hacia uno de sus lados. Días antes de salir “El Colo Shule”, un kayakista amigo que conoce el Santa Cruz como nadie, nos dio una mano con la logística de la bajada y con su ayuda pudimos marcar en el GPS varios de los puntos donde debíamos estar atentos, las estancias abandonadas para poder pasar la noche y las posibles vías de escape a la ruta por si teníamos algún problema o mal clima.
El sol está más bajo, las fotos se empiezan a ver más doradas y no tenemos idea dónde está el puesto. ¿Habremos seguido al pie de la letra las indicaciones del Colo? ¿Nos habremos pasado? Minutos después… ¡puesto a la vista! Remamos con un solo objetivo en mente: llegar, bajarnos de los botes, cambiarnos el equipo húmedo por ropa seca, calentar agua para el mate, cenar y descansar.
A la mañana siguiente se respira aire fresco y silencio. Con todo listo volvemos al río y el día no puede ser mejor. Casi que no hay viento, el sol nos acompaña y las nubes son las justas y necesarias para pintar el cielo y darles un equilibrio a las fotos. El objetivo del día: la estancia abandonada Lubeck. El objetivo de ahora: volver al cauce principal del Santa Cruz. Ayer, para llegar al refugio donde hicimos noche, tuvimos que meternos en una especie de delta del cual ahora tenemos que salir. Como casi no hay corriente toca remar y así, avanzamos lento. El poco viento que hay lo tenemos medio de costado y en contra, y eso nos demora bastante más de lo que pensábamos.

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De a poco nos vamos sintiendo parte del paisaje. El ayer quedó mucho más que a 30 kilómetros y hoy todo se siente a otra velocidad. Cerca de las cinco de la tarde vemos una estancia y decidimos que hasta acá llegamos por agua. El pronóstico nos marca que en cuestión de horas va a empezar a soplar mucho viento así que buscamos un reparo donde poder armar la carpa y pasar la noche.
Los mates cortos que tomamos se lavan rápido y ponen en peligro el cálculo de yerba que hicimos para las dos semanas de travesía… pero qué importa si el momento es ahora y con amigos. El sol se va en el oeste y estamos en ese momento donde la luz empieza a ser poca y todo se va poniendo oscuro. Es en esos minutos donde la noche le empieza a pedir permiso al día, y elegimos no romper con las linternas la calma obligada de hacer todo un poco más lento. Es en este tipo de viajes donde uno empieza a sentirse de vuelta en equilibrio viviendo al ritmo del sol y la luna, lejos de las pantallas y todas las lucecitas de colores.

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La foto de los tres antes de entrar al río nunca existió. Por la vorágine de empezar la travesía nos olvidamos de esa foto tan simbólica que tienen todos los viajes. Recién terminando el segundo día pusimos la cámara en modo autorretrato y con esa foto tildamos el pendiente. Nuestras caras están un poco más curtidas por el clima, las pocas horas de sueño y no son las mismas que cuando empezamos, pero los tres sabemos bien que cuando esas caras llegan es porque estamos donde queremos estar haciendo lo que queremos hacer.
La mañana es fría y caminamos hasta la costa para cargar las caramañolas. Vemos el río y es imposible de navegar. Sería muy difícil remar con un día así y aunque se pudiera no valdría la pena correr el riesgo. La Ruta 17, que corre de oeste a este en la misma dirección que el viento, es la mejor opción para este tercer día de travesía.
La ausencia de humanidad es lo que hace diferente a estos lugares perdidos en el horizonte. Vamos pedaleando por una huella y eso es lo único que nos habla del hombre. Esta ruta de la Patagonia no tiene alambrados y eso nos genera una sensación hermosa: pareciera que las tierras no son de nadie.
En cada curva nos acercamos y alejamos del Santa Cruz y a la distancia podemos percibir cuál es la verdadera fuerza y dimensión de este último gran río libre. Imaginar que en unos años todo esto puede quedar bajo el agua nos da mucha tristeza. Si así como está es perfecto, ¿qué es lo que le da derecho a unos pocos que nunca pisaron estos suelos a llegar con sus máquinas y planos a querer cambiarlo todo?
Al día siguiente la ruta vuelve a ponerse paralela al río y es momento de tomar una decisión. El pronóstico indica que los próximos días el viento va a ser fuerte y tenemos tres opciones: seguir en bici por la Ruta 17 o la Ruta 9 (pero eso implicaría alejarnos del río por varios días), seguir por agua y jugarnos a que el clima cambie, o esperar que el viento no sea tan fuerte. Estamos en lo que se conoce como Cóndor Cliff y acá cerca se está levantando la primera de las dos megarepresas que van a cortar el río Santa Cruz. Como vinimos a este río para conocerlo de cerca y ver lo que está sucediendo con nuestros ojos, la balanza se inclina para seguir por el agua. Si mañana el viento nos saca, la próxima salida estará a más de 70 kilómetros y tendremos que caminar por la estepa.

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“Conocimos un río Santa Cruz que corre libre desde los Andes al Mar y hoy más que nunca levantamos la bandera de su lucha por seguir siéndolo”

De a poco nos vamos acercando al ruido. Un ruido ridículo que aturde el silencio de la naturaleza. Un ruido que no debería estar dinamitándolo todo para construir paredes. Dicen que todo esto es en nombre del futuro y la energía pero donde otros dicen ver la luz, nosotros no podemos ver más que oscuridad.
Al quinto día pasó lo que podía llegar a pasar. Una tormenta que avanza a buen ritmo desde el oeste nos obliga a pensar rápido. Donde hasta hace un rato había horizonte, ahora hay polvo en el aire y en minutos ese viento va a llegar hasta acá. Tenemos que decidir si entramos o no al río.

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Y entramos. Pero así como nos metemos avanzamos apenas 500 metros y las primeras ráfagas nos sacan de un envión. Con el viento llega la lluvia y ahora no queda otra que esperar: nos sentamos en los botes, nos ponemos las capuchas y sentimos por un largo rato a la Patagonia bien de cerca, tan de cerca que por momentos asusta.
Después de la tormenta empezamos a caminar. La estepa es un ambiente tan hostil que nuestras ruedas lo empiezan a sentir con sus espinas. El plan B de caminar los 70 kilómetros que nos separan de la próxima salida a la ruta ya es una locura y un par de casitas que vemos a la distancia se convierten en nuestro único objetivo. Es hora de dejar el río e improvisar.
Llegamos a la estancia de noche como desconocidos, pero al minuto siguiente ya tenemos un mate caliente entre las manos para olvidarnos del frío. Dormimos hasta el mediodía y al levantarnos nos quedamos en las bolsas de dormir charlando sobre el día que pasó que ya se convirtió en una anécdota. Ahora nos toca descansar para recuperar energías y planificar cómo van a ser los próximos días.

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En la Estancia Juana nos quedamos dos noches. Ya van seis días desde que arrancamos la travesía, y a pesar de que los planes cambiaron más de una vez, podríamos decir que estamos casi en la mitad del río. Al octavo día el viento para y volvemos al movimiento. Pedaleamos por la Ruta 9 hasta la próxima bajada que está a unos 30 kilómetros y nos reencontramos con el río.
Esa noche acampamos en Los Plateados, un puesto abandonado. Es temprano y tenemos todo listo, pero también tenemos muchas dudas: estamos cerca del final y hay que tomar otra vez la decisión de si seguimos por agua o por tierra. Hoy el viento no es un problema pero si pasa lo que el pronóstico dice que puede llegar a pasar mejor estar sobre las bicis que arriba de los botes. Decidimos esperar. Al final del día la estepa nos regala un atardecer dorado de esos que quedan grabados para siempre y forman parte de nuestro tesoro de momentos eternos.
El viento amaga y la mañana se vuelve incertidumbre. Parece que sí y al final no. Cuando parece que no, al final sí. Ya no podemos esperar más: nos subimos a las bicis y salimos a buscar otra vez la ruta.

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Casi como si se tratara de un guión que se va escribiendo kilómetro a kilómetro, la ruta se acerca al río y vamos sintiendo la despedida. El viento nunca sopló como pensábamos y aunque quisiéramos meternos con los botes, únicamente vemos paredones y no queda otra que seguir en bicicleta.
Llega el día doce y sabemos que no todo salió como lo planeábamos, sin embargo, así fue perfecto. El río ya es parte de nuestra historia y nosotros dejamos un poquito de lo que somos en esas aguas de la Patagonia. Conocimos un río Santa Cruz que corre libre desde los Andes al Mar y hoy más que nunca levantamos la bandera de su lucha por seguir siéndolo.

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Freya Hoffmeister, circunnavega Norteamérica

noviembre 8, 2018 — by Andar Extremo

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Ya lleva casi 300 días navegando las costas de Alaska, Canadá y Estados Unidos, salió el 24 de marzo de 2017 desde Naknek, Alaska. En estos momentos se encuentra en Oceanside en Estados Unidos cerca de la frontera con México remando aproximadamente 8.470 km.

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Como todos recordamos entre 2011 y 2014 circunnavegó Sudamérica, lo hizo en solitario y se convirtió la primera persona en darle la vuelta, paleo 27000 km y recorrió 13 países. En esa oportunidad llegó y salió de Buenos Aires.
Desde la revista Andar Extremo recordamos que en el n° 22, fue portada y afortunadamente la exhibe en su sitio web, así como también la nota de su paso por Argentina.
Freya es oriunda de la ciudad de Husum al norte de Alemania se metió en el mundo del kayak en el años 1997 cuando nació su hijo y solo remaba en aguas tranquilas porque lo llevaba en el tambucho trasero. Su primer gran viaje lo realizó con Greg Stamer, donde circunnavegó Islandia en 2007 en 33 días recorriendo 1620 kilómetros. El segundo desafío ya en solitario circunnavegó Nueva Zelanda en el mismo año, convirtiéndose en la primera mujer en dar la vuelta, y la 4 ª persona en hacerlo, una vez más en un tiempo récord de 70 días, recorriendo 2386 kilómetros. Su último desafío lo realizo en el año 2009, circunnavego Australia, en solitario travesía que realizó en 332 días, en un total de 13.790 kilómetros.

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www.freyahoffmeister.com

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Expedición Cordillera Darwin

octubre 19, 2018 — by Andar Extremo1

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Cinco kayakistas experimentados salieron en una expedición a recorrer la Cordillera Darwin, en el Parque Nacional Alberto de Agostini, en la parte suroeste de la isla Grande de Tierra del Fuego, Chile. Con tres kayaks simples y uno doble, Mariano Buenaventura, Marcelo Hostar, Martin Nye, Roberto Trinchero y Marcelo Zanotti, recorrieron en sus vehículos aproximadamente 2400 km desde Bariloche, hasta su lugar de partida en los fiordos. Nota de la Revista Andar Extremo n° 51

por Marcelo Holstar fotos Mariano Buenaventura

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Habían decidido recorrer el Norte de la Cordillera Darwin. De los fiordos ubicados de Oeste a Este, el Brooks, Marinelly y Parry, pensaron en el último, dado que lo consideraron el más interesante de los tres y el más protegido de los fuertes vientos del sector.
Con traje seco, remos de repuesto, bomba achique, teléfono satelital, spot, equipo de camping, kits de reparación general y comida termoestabilizada, partieron de El Seno del Almirantazgo, que se extiende de Oeste a Este por 90 km y posee un ancho de 9 km en promedio. Ingresaron desde Caleta María, pegado a la desembocadura del río Azopardo, que nace en el lago Fagnano.

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Era un viaje pospuesto por el grupo expedicionario que, si bien es distante de embarcar, significaba una travesía corta. Marcelo Holstar siempre había tenido la idea de hacer estos glaciares patagónicos, y por fin se daba el momento.
Pernoctaron en la cabaña de un lugareño y se levantaron de madrugada para aprovechar los vientos más calmos (forma de decir de los autóctonos).
Se dispusieron a cargar las provisiones para unos 10 días, e iniciaron el viaje 8:30. Remaron los 13 km que los separaba del ingreso al fiordo Parry, y unos 27 km hasta el campamento base, desde donde se parte habitualmente para todos los glaciares.

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El clima dentro del fiordo era bastante benigno, situación no muy usual, pero no faltó algún temporal. De ese modo, tuvieron la suerte de tener despejada la visual de la cordillera, lo que les permitió observar el monte Darwin al llegar, y en algunos pasajes de los demás días.
El recorrido diario estaba en función de la marea y el clima, dado que había hielo flotando y cubriendo la superficie del fiordo en los sectores próximos a los glaciares. Sabían que no podían adentrarse allí por el riesgo de quedar encerrados, pero a pesar de saberlo, habían llevado bolsas de vivac, comida y abrigo extra, por las dudas. Debido a las bajas temperaturas, se congelaba el mar junto al hielo y por ello iniciaban las salidas desde temprano hasta media tarde.

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En diferentes pasajes del viaje, se cruzaron con focas leopardo, toninas y petreles, que eran retratados por el fotógrafo principal de la expedición: Mariano Buenaventura. Una noche, un zorro de buen tamaño entró al campamento cuando dormían y les robo la leche, galletas, un vaso térmico con la cuchara y una botellita con azúcar.
El lugar era espectacular por la gran cantidad de glaciares y las vistas al cordón montañoso. Tenían intenciones de ir al fiordo Ainsword, pero no había pronóstico seguro y eran 25 km de remo contra viento sin protección.

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Previo a iniciar el retorno hacia Caleta Jackson por el seno del Almirantazgo, decidieron parar en Caleta Pescadores, ubicado a la salida del fiordo Parry. En ese sector, utilizado por los recolectores de Vieyras de enero a marzo, había una casilla de chapa y un sector del bosque abierto, lo que les permitió acampar. El día anterior, Mariano y Martín ya habían emprendido el regreso, por cuestiones de trabajo.
El resto del equipo debió quedarse un día más en el lugar porque el clima se había puesto áspero, situación de la que ya estaban prevenidos, gracias a la información anticipada que les había brindado un amigo chileno, Cristian Argel -conocedor de la zona-mediante mensaje satelital.
En la costa, recolectaron cholgas de gran tamaño y de buena calidad, con las que se dieron un festín los dos días que se quedaron en el lugar.

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Al salir al seno con la idea de visitar caleta Jackson y ver los elefantes marinos, sufrieron un gran temporal y en un momento tuvieron que hacer catamarán con los kayaks para poder sostenerse. Al llegar, fueron sorprendidos por el tamaño de esos ejemplares, pasando entre varios de ellos. Cerca de los animales, ingresaron al bosque e hicieron campamento, encontrándose lamentablemente con una cantidad grande de basura esparcida por el lugar. Sin dudarlo, fue informado a la CONAF (Corporación Nacional Forestal) para su intervención.

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Al salir hacia el destino final, Roberto se topó con una gran elefanta que emergió al lado del kayak, y se pegó el susto de su vida.
El regreso a Caleta María se completó sin problemas. Cargaron las camionetas y partieron contentos hacia sus casas, luego de disfrutar de un lugar espectacular.

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Kayak

20° ENCUENTRO NACIONAL DE KAYAKISTAS DE TRAVESÍA

octubre 17, 2018 — by Andar Extremo

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Del 6 al 9 de diciembre Travesía Dolores -Tordillo - Gral. Lavalle - San Clemente- Organiza CAND Centro de Actividades Náuticas Dolores

Se vienen los veinte años consecutivos del Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía y como es esperable del Capitán Alfredo Barragán, tendremos una juntada con muchísimas sorpresas. Este año tendrá en particular que remarán los 5 integrantes de la Expedición Atlantis (Alfredo Barragán, Jorge Iriberri, Horacio Giaccaglia, Daniel Sánchez Magariños y Félix Arrieta) y se emitirá nuevamente el ciclo de cortos de kayakismo de travesía por novena vez el festival nacional de audiovisuales «Libres del Sur»

F

A


CRONOGRAMA

Será un encuentro deportivo, no competitivo, de confraternidad. Como todos los años desde 1999, reuniremos a más de cien kayakistas de travesía de todo el país, para navegar juntos desde Dolores hasta San Clemente de¡ Tuyú, por el Canal 9 y la Bahía de Samborombón: Son 100 km , en tres etapas.

Reservado para kayakistas, mayores de edad, de ambos sexos, con experiencia en largas travesías, capaces de sostener el Régimen de Navegación durante 8 hs. x día; y para kayaks de travesía, con estancos para carga interior y seca.
Régimen de navegación: Todos juntos, en flota, al alcance de la voz; con el gomón delante y otro gomón detrás; a 45 paladas firmes por minuto, aproximadamente; con paradas de 10 minutos toda 90 minutos (pis, comida aguo etc.).
Clínica de kayakismo. Durante los tres días de navegación, quienes lo deseen, recibirán enseñanzas de los mejores kayakistas del país, identificados para ello.
Seguridad: 2 gomones del CAND y 2 de PINA, todos con VHF, GPS, bengalas, botiquín, etc.
Clima. La travesía se suspenderá en caso de fuerte sudestada.
Prensa. Tendrá cobertura nacional y regional (Tv, radio, diarios y revistas). (Ha sido difundida por La Nación, Gente,Telam,TyC,América TV,Weekend, Andar Extremo, La Capital, Aventura, Radio Rivadavia, Radio del Plata, Continental, etc).
Costo. La inscripción «Plena» es de $ 1.000 c/u.- Incluye: jueves: Camping en Dolores, Cena Show de bienvenida. Viernes: gomones de seguridad, ten «Las Vívoras'». Sábado: cena «Bajo las Estrellas». Domingo: merienda, baño termal, ducha y cena en Termas Marinas; Diplomas y remeras; Transporte de regreso a Dolores, para remeros y kayaks. La inscripción «Primera Etapa» es de $ 500 c/u. Incluye :Jueves: Camping inicial y cena; Viernes: cena, diploma y remera.

Inscripciones: Deben efectuarse provisoriamente por e-mail, antes del 28-11-18, consignando: nombre y apellido, DNI, fecha de nacimiento; dirección, tel, e-mail; si pertenece a alguna entidad deportiva, kayak (tipo, color, nombre).Al arribar a Dolores, el 06-12, formalizarán la inscripción definitiva.
Por razones de organización rogamos realizar la Preinscripción

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Jueves 06 / 12: Dolores.
14:00. Arribo, concentración y campamento de los participantes en el lago Parque Náutico, del CAND.
Se llega por Ruta N’ 2, km. 208, y por Camino Fuerza Aérea , dos kms. al Oeste. El camping dispone de forestación, parrillas, electricidad agua potable y baño.- (Provisto por el CAND).
Feria Náutico. Quien lo desee, puede realizar la Exposición y Venta de sus productos. En las ediciones anteriores estuvieron presentes SDK, Nitres, Atlantikayaks, Meridien, Austral Design Kayaks, Weir, Fugate, Asiak,Tigre, MyG, Multiradio, etc.
20:00. 9° Festival Nacional de Audiovisuales sobre Kayakismo de Travesía. Premio «Libres del Sur». En el Teatro Unione. 22:00. Acto y Cena de Bienvenida, provista por el CAND. – Con show artístico
– Homenaje a kayakistas destacados del año, etc.
-Sorteos, Regalos,

Viernes 07 / 12: Dolores – Ruta 11.
08:00. Desayuno y desarme de campamento.
10:00. Traslado hacia el punto de partida de la travesía; pasando en caravana por el centro de Dolores.- Distancia total: 10 km.
11:00. Concentración de kayaks en el punto de partida. Canal N° 9 y Camino al Parque Industrial (Estación de Hidráulica).
Alistamiento final.
12:30. PARTIDA de la Flota Nacional de Kayaks.
Debemos navegar 27 (veintisiete) km. por el Canal N’ 9, hasta su intersección con la Ruta Provincial N’ II. Habrá una parada de descanso frente a la Estancia «Las Redondas». Tiempo total estimado, en condiciones normales: 5 (cinco) horas. Importante: Por razones operativas de seguridad quien no pueda sostener el régimen de navegación referido anteriormente deberá dejar la flota en la Ruta 11. De modo que al día siguiente no podrán ingresar a la Bahía de Samborombón.
17:30. Campamento, en Canal 9 y Ruta I I.
Armado de carpas, merienda, pesca, etc.
21:00. Asado Show y Baile «De la Escuelita Rural». (Provisto por el Municipio de Tordillo). Sorteos

Sábado 08 / 12 : Ruta 11-Boca del Canal I
06:30. «Suave Despertar’.
Desayuno. Desarme de campamento. Alistamiento.
08:00. PARTIDA de la segunda etapa. Debemos navegar con rumbo NE, por el Canal 9, hasta su boca distante a 13 (trece) kms. Considerando las mareas, continuaremos navegando, por la Bahía de Samborombón, a vista de costa, con rumbo 130°, para recorrer otros 21 (veintiún) kms. hasta la boca del Canal 1.
Tiempo total estimado, en condiciones normales* 7 (siete) horas. 16:00. Campamento en la boca del Canal 1.
Armado de carpas, merienda, pesca, etc.
21:00. Asado «Bajo las Estrellat».. No hay construcciones en el lugar. Nota: campamento y cena allí mismo.

Domingo 09 / 12 : Boca del Canal I- San Clemente del Tuyú.

06:30. «Suave Despertar—.
Desayuno. Desarme de campamento. Alistamiento.
08:00. PARTIDA de la tercera y última etapa. Debemos navegar por la Bahía de Samborombón, 19 (diecinueve) kms. con rumbo 109° huta la boca de la Ría Ajó; y luego otros 12 (doce) kms. con rumbo 80° hasta San Clemente. La costa es de cangrejal y no se tocará tierra en toda la travesía. Tiempo total estimado, en condiciones normales: 7/8 (siete/ocho hs.) I5:00. FIN DE LA TRAVESÍA (estimado). Arribo de la Flota Nacional de Kayaks a «Termas Marinas», al pié del centenario faro. Acto de llegada. Baños Termales, Duchas calientes . Merienda. Carga de los kayaks en los transportes (Provistos por el CAND). Visita sin cargo al complejo Termas Marinas.
19:00. Cena ligera.
19:30. Ceremonia de Cierre. Entrega de Diplomas, remeras y recuerdos a todos los participantes; así como las medallas de la PNA. Sorteos; despedida.
20:30. Partida hacia Dolores de los transportes de deportistas y kayaks. (Colectivos y Camiones acondicionados con el «Dolores Kayaks System», Provistos por el CAND).
22:30. Arribo estimado al Lago Parque Náutico de Dolores. Desconcentración general. Quienes lo deseen podrán permanecer allí en el camping, sin cargo, hasta el día siguiente.

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BASES DEL CERTAMEN PARA LA ENTREGA DE AUDIOVISUALES

01 – Podrán participar trabajos audiovisuales de cine, videos y/o fotografías; que tengan entre siete y catorce minutos de duración, incluidos los títulos.

02 – El tema debe ser el kayakismo de travesía, realizado por argentinos en cualquier lugar, o por extranjeros en territorio argentino.

03 – Las obras deben presentarse en formato DVD y en 2 ejemplares. Cada disco debe tener impreso el titulo de la obra. Y cada estuche debe tener: titulo, duración, nombre y apellido del autor, DNI, domicilio, teléfono e e-mail.
Debe acompañarse un disco con: foto de la obra en jpg, los datos personales y de la obra, y una sinopsis (máximo 10 renglones) en word. Debe acompañarse una nota al CAND solicitando la inscripción y aceptando las bases del certamen.

04 – Podrán participar todas las obras existentes, que nunca hayan llegado a la «Noche Final» del certamen.

05 – Todos competirán en categoría única.
06 – Las obras deben presentarse, personalmente o por correo, hasta el día 26 de noviembre de 2018, en la oficina del CAND de calle Belgrano 222, (7100) Dolores.

07 – El material entregado no podrá ser retirado del certamen. Nadie podrá utilizar el mismo o copias del mismo en usos que no tengan relación con la Noche Final del certamen.

08- Antes del 01 de diciembre de 2018, el jurado preseleccionará un máximo de cinco obras que se exhibirán en la Noche Final. Los trabajos restantes podrán ser retirados por los productores, hasta 90 días después de la preselección, en el mismo lugar de su presentación.
Es un certamen artístico, ideado y realizado por el C.A.N.D., Centro de Actividades Náuticas de Dolores, Prov. de Bs. Aires, Argentina.

Su objetivo es fomentar que los kayakistas documenten sus experiencias y elaboren trabajos audiovisuales para compartir las mismas con otros kayakistas y el público en general.

Debe ser un instrumento para la difusión y el crecimiento del kayakismo de travesía.

El Jurado debe considerar:
Calidad y belleza Foto / Cinematográfica. Fomento de la cultura del deporte.
Rescate del espíritu del kayakismo y el mundo de la aventura. Respeto del medio ambiente.
09 – La Noche Final se realizará el día 06 de diciembre de 2018, a las 20:00 hs., en el Teatro Unione de Dolores, como parte del 20° Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía. En caso de fuerza mayor o si lo considera conveniente el CAND podrá cambiar esta programación; debiendo informarlo a los participantes.
10- En la Noche Final, ante los integrantes de la Flota Nacional de Kayaks, el jurado y el público general, con acceso gratuito, se exhibirán las obras finalistas.

11- El jurado debe elegir la obra ganadora y las que ocupen el segundo y el tercer puesto. Para ello deberá considerar la calidad y belleza foto / cinematográfica, el fomento de la cultura del deporte, el rescate del espíritu del kayakismo y el mundo de la aventura, así como el respeto del medio ambiente.

12 – El CAND elige a los miembros del Jurado y puede modificarlo si lo cree conveniente. En este octavo festival está integrado por:

Alfredo Barragán (Presidente) Presidente del CAND, expedicionario y realizador cinematográfico. Jorge Iriberri. Expedicionario. Vicepresidente de CADEI.
Marcos Ferrer Director de la Revista «Andar Extremo». Marcelo Ferro. Director de la Revista «Week End». Guillermo Gallishaw. Director de la Revista «Ochentamundos».

13-Los ganadores obtendrán los trofeos «Libres del Sur» e importantes regalos. Todos los finalistas recibirán sus correspondientes certificados.

14-Todo tema no contemplado en este reglamento será resuelto exclusivamente por el CAND

C

AUTORIDADES
Un Comité de ocho miembros, del CAND y CADEI. Ellos son:
Capitán: DcAlfredo Barragán, Presidente del CAND Capitán Exp. Atlantis,Aconcagua, Kilimanjaro, Capitán Exp. Mar de las Antillas en Kayak 99. Cap. Exp. Finis Terra 2007, Capitán de la Flota Nacional de Kayaks 99/17.
Sub Capitán: Dc José Roch del CAND.
Sub Capitán: : Prof. Marcelo Laterrade, Escuela Náutica y Vicepresidente CAND.
Sub Capitán: Dr. Pablo Bidart, Secretario del CAND.
Sub Capitán: Prof. Guillermo Caprq del CAND.
Sub Capitán: Dr. Rafael Macchi, del CAND.
Sub Capitán: : Federico Falistaco, del CAND.
Sub Capitán: Cristian Urquijo, del CAND.

INFORMES E INSCRIPCIONES
C.A.N.D.: Belgrano 222 (7100) Dolores
Te¡/Fax: CAND / TURISM0: 02245-441925 (de 8 a 18 hs) E-mail: nauticodolores@gmaiLcom

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Aleksander Doba, Tercer Cruce Transatlántico a los 71 años, en Kayak

enero 29, 2018 — by Andar Extremo2

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El kayakista oceánico Aleksander Doba, aventuró su cuerpo de 71 años por tercera vez y, con un nuevo kayak, atravesó el Atlántico en un viaje de 7700 kilómetros. Salió de Nueva York el 16 de mayo pensando finalizar en Lisboa pero los vientos decidieron otro final, empujándolo a Francia. Después de unos días a la deriva, finalmente llegó a Le Conquet el domingo 3 de septiembre. Nota en la revista n° 48

VIEJO LOBO DE MAR

1

Agotado pero feliz logró completar su tercer transatlántico en kayak, en un lapso de 7 años. Uno se podría preguntar si existe un remero más intrépido en el mundo que elija por tercera vez estar solo durante 110 días surcando las aguas del Océano Atlántico. La lógica es obvia para «Olek» (así lo llaman a Aleksander Doba), no tiene ataduras y sí mucha convicción.
A poco de su llegada, el atleta polaco siempre optimista y decidido, que había ignorado todo tipo de sentido común y precaución, terminó su exitoso tercer cruce. Sólo tres remeros lograron este viaje en la historia: Franz Romer en 1928, Hannes Lindemann en 1956 y Peter Bray en 2001. Doba es el cuarto y único que cruzó tres veces el Atlántico.
El primer intento fue fallido. El 7 de mayo salió con su kayak de fibra de vidrio reforzado de 23 pies de largo (7 metros) y un metro de ancho, y con un bote insumergible de 750 kilos con carga (450 kg vacío) llamado “Olo”. Los percances comenzaron casi de inmediato: se encalló cerca de la costa de Sandy Hook e inmediatamente fue remolcado lejos de la tierra. En ese proceso, casi vuelcan el kayak. Durante los siguientes cuatro días, Doba avanzó cerca de 100 kilómetros hacia el este por su propia potencia antes de alejarse de la costa. Hizo un parate en tierra, comió bien y buscó equipo nuevo. Finalmente partió el 16 de mayo.

2
“Mi cuerpo se ve un poco viejo, pero adentro mi corazón y mi mente son jóvenes”

En los últimos 37 años, el experimentado kayakista ha registrado 100.000 km en el agua, incluidas las circunnavegaciones del lago Baikal (1900 km) y el mar Báltico (4200 km). En su primer viaje transatlántico de 99 días en 2011, atravesó Dakar, Senegal, Acala, soportando semanas de tormentas. Durante su segundo intento de 167 días en el mar, hizo desde Lisboa hasta New Smyrna Beach, Florida, en 2014, y navegó en círculos dentro del Triángulo de las Bermudas. Luego tuvo que detenerse en una isla para reparar el bote. El kayakista, ingeniero químico retirado que saltó en paracaídas y voló planeadores antes de comenzar a navegar, nunca perdió el entusiasmo por cruzar el Atlántico.
El equipo en esa oportunidad no estuvo de acuerdo. El constructor de yates polaco Andrzej Arminski, quien construyó Olo con una quilla y una superestructura, temía que el kayak se rompiera en mares del norte. Caracterizó el tercer intento transatlántico como «suicida». Consideraba que los difíciles vientos alisios que vuelan hacia el oeste a través del océano no le permitirían a Olek terminar la travesía. Sin embargo, ninguna de esas preocupaciones lo sorprendió.
Doba había probado este cruce transatlántico en 2016, he inmediatamente luego de la partida, una tormenta le dejó inutilizado los equipos electrónicos y debió ser rescatado.

3

Su intento en 2017 a través del Atlántico fue una búsqueda de redención. En este viaje pasó por 4 grandes tormentas y rompió su timón que fue reparado con la ayuda de un barco. En una de las primeras que ocurrió en junio, trató de dormir a pesar de los vientos de 75 km/h y olas de 10 metros. Desafortunadamente su compartimento de dormir, hermético y estrecho (apodado «el ataúd»), carecía de la ventilación y lo obligaba a subir cada 15 minutos, abriendo la escotilla para tomar aire.
En otro caos climático, el aparejo de ancla de Olo había torcido gravemente algunos de los herrajes clave del timón. Doba manipuló el sistema de dirección para mantenerse cerca del rumbo, aunque hizo un progreso incoherente durante tres largas semanas. El 30 de junio estaba a más de 3200 km de Lisboa. Necesitaba ayuda pero un rescate era muy costoso. Por suerte, el capitán de un buque de carga con destino a América Central se apiadó de él, lo saco del mar, y su tripulación hizo la reparación. Varias horas después, y con una comida caliente, volvió al Atlántico. La asistencia causó que pierda toda esperanza de establecer un récord mundial Guinness para el viaje más largo sin ayuda en kayak o canoa.

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A principios de agosto también lo castigó el clima, con ráfagas de 100 km/h y los mares estaban blancos de tantas olas. A pesar de eso, se mantuvo positivo. Él siempre dice que es un 150% optimista y lo días malos un 100%.
La comida que utilizaba era iofilizada: estofado con verduras, pollo y pasta con salsa boloñesa. Su kayak estaba armado con desalinizadores y paneles solares, remaba desnudo cuando hacía mucho calor, entre 5 a 12 horas al día.
Al acercarse al continente Europeo, fue derivado hacia el noreste. El 3 de septiembre, después de navegar un tramo incierto del Canal de la Mancha, Olo aterrizó en la ciudad portuaria francesa de Le Conquet.

4

No obtuvo el récord Guinness pero logró su objetivo de ir de continente a continente. Viajó un 25 por ciento más de lo que podría indicar la ruta. Ahora quiere pasar tiempo remando con miembros de su asociación local de kayak polaco, y contarles las historias del viejo lobo de mar a sus tres pequeños nietos, sabiendo que las grandes aventuras del abuelo Olek pueden continuar aún. «Me quedan 29 años antes de cumplir los 100», dice Doba,»mi cuerpo se ve un poco viejo. Pero adentro mi corazón y mi mente son jóvenes”

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«Siempre soy un 150% optimista y los días malos, un 100%”

Tres Cruces del Atlántico en 7 años
2010 Dakar a Senegal en Acarau, Brasil.
2014 Lisboa, Portugal, a Port Canaveral, Florida
2017 Nueva jersey EEUU a Le Conquet Francia
Aleksander Doba fue galardonado con el premio National Geographic Aventurero del Año en 2015

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Fuente Andrew Tilin Outside Mag

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Lago Nahuel Huapi III, La Vida de Viaje

octubre 6, 2017 — by Andar Extremo

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Andrés Calla y Jimena Sánchez nos comparten su última y tercer entrega de la experiencia en kayak por el lago Nahuel Huapi. Nota de la revista 46

El hombre animal
por Andrés Calla y Jimena Sánchez

1

El margen oeste del lago es la más agreste. El coihue, la lenga, el ñire y el arrayán son los verdaderos dueños de estas tierras. Todavía se pueden ver las casas de aquellos pobladores que viven desde mucho antes de la creación del Parque Nacional. Son hogares humildes, con techos y paredes de madera nativa, gallinas en corrales y algún que otro molino de viento que quedó relegado del tiempo.
Chequeamos el pronóstico y es poco alentador: en tres días se cae el cielo y se vuela todo. Pero ese mal clima no va a durar un día o dos, sino seis. Ergo: debemos llegar a Bahía López en tres días porque en la cuenta de comida, el saldo es negativo.
El Blest es el brazo del Nahuel Huapi que más promete. Es un lugar turístico visitado por miles de personas al año que lo navegan en catamaranes y barcos, y que conecta Argentina con Chile. Para nosotros es una garganta de 15 km de largo. Las condiciones ideales para remarlo de ida son dos: sin viento (tranquilidad absoluta, avanzaríamos a nuestro ritmo) o viento leve del este (un empujón de atrás, avanzaríamos un poquito más rápido)
A medida que nos vamos acercando a su boca todo se complica. Hacemos una parada en la isla Centinela para un segundo desayuno. En este islote de 250 metros de largo y 100 de ancho, descansan los restos de Pascasio Moreno, el explorador, geógrafo y político más importante de la década del 80 en Argentina. Mientras preparo avena con nueces, Andrés sale a fotografiar la isla. Llega hasta el extremo opuesto desde donde puede ver al profundo Blest y vuelve con un pronóstico extendido:
-Podés creer que está entrando viento del oeste…
-¿Cómo la ves?
-Y… está picado…
-No quiero pasar otra vez por lo de Dina Huapi. Si lo ves bien, vamos y si no, cruzamos a la playa de enfrente y nos quedamos.
-No, dale, comamos y sigamos.

2

Dos días atrás, remando con lago planchado, Andrés me confiesa que estaba algo aburrido, que él había ido a buscar aventura y que los días, hasta ahora, habían sido muy tranquilos. Poco viento en contra, poco viento a favor.
-Tené cuidado que la última vez que dijiste algo parecido te diste un palo con la bicicleta en San Luis.
Y agregó con tono mitad chiste, mitad en serio:
-Guarda con lo que decís porque acá no estás solo. Yo no vine a buscar más aventura que ésta, así que tené cuidado con las palabras que usás porque lo que pidas lo vamos a vivir los dos.
Al salir del reparo de la isla Centinela casi se nos vuela el alma. Estábamos en el lugar más complejo del lago, donde no debía soplar viento y donde las olas eran sinónimo de quilombo. Pero en lugar de desesperarme como aquella vez en Dina Huapi, me dije: vos podés, ¿vos querías aventura? ¡Acá la tenés!
Empezamos a remar con fuerza y constancia para no perder el ritmo, pero yo me quedé muy atrás. Andrés me saca mucha ventaja y el viento se pone peor… acá no la puedo cagar. Lee mi mente a distancia, y frena, saca su remolcador para ir juntos y cerca, otra vez.
Vamos avanzando a paso de babosa, frenando en pequeñas bahías para aflojar los músculos y la tensión, que sabe a agua dulce de glaciar. La realidad es que no sabemos con qué nos vamos a encontrar a medida que vamos avanzando.
¿Habrá un paredón? ¿Habrá una playa? ¿Habrá piedras? ¿Podremos parar? ¿Cómo pegarán las olas?
Lo que venía después no estaba en los planes: 2 km eternos de paredones de piedra y el catamarán que navega el brazo Blest, del lado de enfrente. Ahora no sólo tenemos olas de frente sino también del lado del paredón y del lado del catamarán.
3-O-L-A-S.
De diferente altura y dirección. Veo cómo la proa del kayak de Andrés sube dos metros y rebota en el agua, y él a veces no alcanza a verme, también por las olas. Debo estar atenta al cabo del remolque porque si se engancha con algo, corremos el riesgo de caernos al agua.
Y Andrés me pregunta cómo estoy, y no sé qué responderle.
Tengo miedo.
El paredón no termina más.
Y la playa no llega más.
Y todo pasa lento.

3

Y se me viene un recuerdo absurdo a la cabeza: la primera vez que hice kayak en México con mi papá. El mar estaba tranquilo y los dos remábamos en un kayak doble de plástico. Entrábamos al mar cortando la ola y lo estábamos haciendo bien, pero cuando quisimos doblar, vino una ola y nos dimos vuelta. De repente me encontré abajo del agua, con los ojos abiertos hacia la playa y el kayak como sombrero. Empecé a preocuparme: ¿dónde está papá? ¿Dónde está Papá? Y cuando salí a la superficie, lo vi y respiré profundo y…
¿¡Qué carajo hago pensando en eso!?
Vuelvo al Nahuel, y Andrés me pega otro grito:
-¿Cómo estás?
-Bien, ¡¡Pero quiero costa!!
-¡Yo También!
Y aparece una playa a la derecha, pero si entramos con esta ola seguro nos tumba. Entonces seguimos remando para que esa ola nos empuje de atrás. Y llegamos. Y me tiembla todo el esqueleto. Y a Andrés, después de tanto remolcarme, le duele el hombro derecho.
Bingo.
FOTOS
Nos quedamos en la costa a descansar, esperando que el caos se calme de una vez. Hace frío y hay muy poco sol, mala combinación. Andrés me confiesa que su decisión de salir de la isla Centinela no fue buena. Que nos deberíamos haber quedado, que nos arriesgamos sin sentido. Y le respondo: vos querías aventura. Casualidad o palabras que crean realidad.
Dos horas después, el lago se plancha. Maldito lago, maldito Eolo. Me acuerdo de Nahuelito, esa supuesta criatura acuática desconocida que, según la creencia popular, habita en esta inmensidad de origen glaciar. Al único ser al que hay que temerle en la Patagonia es al dios del viento que se encabrona y ralentiza a los seres humanos que buscan romper cadenas y sumergirse en lo desconocido.
Salimos.
Y el sol nos calma el pulso.
Y aparece Prefectura arriba de un gomón.
Y nos pregunta si estamos bien.
Y llegamos a la cascada del arroyo Blanco.
Y sentimos que todo el esfuerzo valió la pena.
Al otro día nos levantamos bien temprano. Son las 6 de la mañana y el sol aún no salió. Las botas de neoprene, las calzas, las remeras, están húmedas. Nos duelen los huesos cuando nos metemos en el agua y empezamos a remar. Hasta nos ponemos guantes, pero las manos tardan en entrar en calor y los pies… ni pensemos en los pies: son dos icebergs.
Llegamos a puerto Blest, un pequeño embarcadero anclado en una bahía de arena volcánica con los cerros Esperanza y Tres Hermanas, escoltándola. Es un paraíso en el corazón de la Cordillera de los Andes que esconde a la selva Valdiviana, uno de los lugares más lluviosos de Argentina (3 mil mm de precipitación anual). Cohiues y alerces gigantes, arbustos bajos y verdes, lianas y enredaderas son los tesoros que encuentran los aventureros que se animan a explorarla.
Puerto Blest sirvió de puerta de entrada al lago Nahuel Huapi desde Chile. Desde 1620 los militares usaron este paso en búsqueda de indígenas esclavos. Lo cruzaron misioneros, viajeros y colonos y fue un punto estratégico dentro de la Campaña del Desierto. Las huellas de la historia no sólo están en la tierra, también se ven en el agua.
No nos queremos demorar mucho más en salir. Vemos una ráfaga bien al fondo, entrando en el este y al rato, otra vez, viento en contra. Estamos cansados, el cuerpo está cansado. Ni bien salimos del brazo Blest, la cosa cambia. El lago nos guiña el ojo y se aquieta…se vuelve mudo. Con su mano derecha entramos en el último brazo de esta larga aventura.

4

El brazo Tristeza tiene cascadas, pero no vemos ni una. Abril no es un mes de agua y las pocas lluvias de verano no hicieron brotar ni siquiera un chorrillo. Quizás por eso se llama Tristeza…sus lágrimas tienen caída libre. Son 14 km tallados por la naturaleza. Es angosto, prístino, salvaje, y está enmarcado por los cerros López y Capilla. Ahí vamos nosotros, entre paladas de pensamientos. No queremos bajarnos del kayak ni que la travesía se termine pero el reloj anuncia que en 24 horas llegaremos al km 0 de esta larga aventura.
A la mañana siguiente ordenamos por última vez el equipo, tomamos el último mate sobre la costa, apoyamos por última vez las manos sobre el agua, y remamos por última vez las aguas del Nahuel. Nadie dijo que la salida iba a ser fácil. Faltaba una prueba más.
La entrada y salida del brazo en días de viento es complicada: se juntan los vientos de tres grandes regiones del lago y se suma la pared del cerro López donde esos mismos vientos rebotan. Las olas, también. Viniendo del sudoeste, los últimos mil metros pueden volverse tu peor enemigo, Sólo hay paredes de roca y nada más.
Ahí estamos nosotros con viento a favor, el que tanto pedía Andrés, pero en el peor lugar del lago. Encima de todo, con ola de atrás, esa que no te da tiempo a enderezar el kayak porque te mueve de un lado a otro, esa que en días rabiosos te puede desestabilizar y plaf!, al agua, esa que existe para una cosa: molestar.
No hay palabras para describir cómo se mueve el kayak. Dina Huapi no fue nada, menos lo fue Blest. Las olas son enormes, están más altas que nunca. El rebote en el paredón es abismal, no me da ni la velocidad de los brazos ni los movimientos del pie sobre los pedales del timón para lograr que al menos un segundo el kayak quede derecho. Andrés está cerca mío intentando seguir adelante pero creo que ninguno de los dos se esperaba ésto. La despedida del Nahuel es como él: violenta, desordenada y al límite.
Hay que llegar a esa punta, doblar y entrar en bahía López. Pero otra vez, como tantas veces, esa punta no llega. El paredón se hace eterno. El pulso cardíaco se acelera por demás por la ansiedad de llegar.

5

Pero llegamos.
Y gritamos de la alegría.
Porque lo hicimos. Y lo hicimos bien.
Y los ojos empiezan a brillar.
Y las lágrimas se entremezclan con el agua.
Y es en ese instante donde lo natural y lo humano, se hermanan.
Huapi, en idioma mapuche, significa isla, tierra aislada por ríos o quebradas. Nahuel quiere decir tigre, pero algunos dicen que en realidad significa «hombre transformado en tigre». La raíz «na» remite a saber y «Nahual» al conocimiento de las cosas secretas de la naturaleza.
En el lago Nahuel Huapi fuimos testigos, aprendimos a observar la naturaleza y a oír sus mensajes ocultos. A veces, nos sentimos una pieza más de la Madre Tierra…y es que lo somos, pero casi siempre lo olvidamos. Nos sentimos como esos antiguos exploradores que leían el agua y las nubes para zarpar o arribar. Nos sentimos solos, como nunca antes. Nos sentimos héroes y humanos al mismo tiempo. Nos sentimos tan frágiles como el cristal. Tuvimos miedo. Reímos y lloramos de adrenalina. Peleamos con el agua y con nosotros mismos.
Después de 16 días, conquistamos nuestros límites. El sabor es dulce y frío como las aguas inmensas y cristalinas del cuarto lago más grande de Argentina.
Nahuel Huapi, ya sos parte de nuestra historia.

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Lago Nahuel Huapi II, La Vida de Viaje

octubre 6, 2017 — by Andar Extremo

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Andrés Calla y Jimena Sánchez nos comparten su segunda entrega de la experiencia en kayak por el lago Nahuel Huapi. Nota en la revista n° 43

«El Enemigo Invisible»

1

Solos en una isla, en una playa. En la oscuridad se escuchan aullidos, quizás de ciervos. Hace mucho frío y el lago está furioso y ciclotímico: de noche es una seda, de día las olas salpican su superficie. Estamos en la isla Victoria, en el corazón del Nahuel Huapi. No es una isla pura sino todo lo contrario: fue manoseada por quienes la habitaron, al contrario de lo que nos cuentan.
En 1903 llegó Aarón Anchorena, un aristócrata argentino que deslumbrado por la belleza del lugar, solicitó al Estado Nacional su usufructo. Al año siguiente y ya instalado como arrendatario, construyó una vivienda, un astillero en el puerto, muelles, abrió senderos destruyendo la vegetación nativa y limpió sectores del bosque para sembrar especies exóticas. Además impulsó la explotación ganadera y maderera, y después de una década, devolvió las tierras al Estado.

2

Desde ese momento pasaron 15 años de permisionarios que aumentaron el número de cabezas de ganado, de talas y de incendios, lo que produjo una reducción del 50% del bosque andino-patagónico que cubría la isla. En 1924 se creó el Vivero Nacional (ubicado en el centro de la isla) con la intención de reforestarla con especies nativas y exóticas de todo el mundo. Sin embargo, «las de afuera» (el pino oregón, el pino ponderosa, el arce y la retama) empezaron a desplazar a las nativas. Hoy eso es un problema que las autoridades del Parque Nacional Nahuel Huapi están intentando resolver.
A pesar de la historia tan injusta que le tocó, es la isla más importante del lago. Y porque el clima así lo quiere, nos quedamos tres días en la playa Piedras Blancas. El primer día disfrutamos de estar con los pies sobre la tierra. El segundo no sabíamos si salir o no, porque los corderitos (olas) que estaban llegando del este venían jugando una carrera con una ráfaga de más o menos 40 km/h. Al final decidimos no salir, pero aprovechamos que los kayaks estaban vacíos para entrenarnos un poco en esta materia que nos estábamos llevando a marzo: remar con olas cuando el viento lo tenías de costado.
Mientras nos equipamos, llegó un velero. Se bajaron cinco hombres de unos 50 años, y mientras amarraban su embarcación, nos miraban. Bajamos los kayaks a la costa y ellos una heladerita. Nos ajustamos los chalecos y ellos sus mandíbulas para un asado. Agarramos los remos y ellos velocidad como manada de caballos.
-Chicos, no salgan, eh.
-No, gracias. Vamos a jugar un poco con los kayaks pero dentro de la bahía.
-Ah, menos mal. Estábamos preocupados. Este lago es muy puto.
«Este lago es muy puto», era poesía pura…segunda vez que lo escuchamos. La primera vez la oímos salir de la boca de un chico de 16 años que intentaba convencernos de que el Nahuel no era moco de pavo, que no nos confiemos nunca de su calma porque la mayoría de las veces le precedía una tempestad. Y mientras las olas se iban poniendo más bravas, los hombres de 50 afilaban sus cuchillos sin mayores preocupaciones y nosotros… nos metíamos al agua a jugar, cerca de la orilla.

3

Piedras Blancas era un paraíso. Y como en todo paraíso natural, no hay señal de celular. Pero uno de los hombres cincuentones nos avisó que teníamos que caminar hasta la cima que está en uno de los extremos de la bahía para poder dar señales de vida. Lo bautizamos como «el locutorio», o el lugar donde mandábamos mensajes. Llamamos a Prefectura y cargamos los paneles solares cuando la luz del sol iluminaba los puntos altos de la isla.
De noche, y mientras cenábamos té con chocolate, nueces y almendras, reflexionamos sobre las sensaciones del viajar en kayak. Debe ser similar a lo que siente un escalador cuando está enfrente de una montaña: la estudia, la analiza, la respeta y la admira…seguro le tiene miedo, pero él quiere superar ese miedo, quiere superarse a él mismo.

4

Me quedé pensando en lo que decía Andrés y quizás era cierto, sin embargo había algo que nos estábamos olvidando y que marcaba el ritmo de todas nuestras travesías y viajes, estamos dejando de lado al verdadero enemigo de toda esta trama, un enemigo invisible que nos hacía luchar y que nos desafiaba minuto a minuto, día tras día: el viento, ese buscarabia del cual no nos librábamos ni en tierra ni en agua, él era quien definía nuestro destino cortoplacista.
El tercer día salimos de paseo. Dejamos la playa para caminar por la isla y atravesamos el bosque para llegar al antiguo vivero. Bordeamos el lago y llegamos a playa del Toro, una playa de arena con pinturas rupestres que atestiguaban el paso de los pueblos originarios que habitaban este territorio insular. Tomamos mate en el muelle y regresamos a Piedras Blancas pensando que al día siguiente había que levantarse bien temprano para poder salir de la isla.
La alarma del celular sonó a las 7 de la mañana. Decidimos desayunar una manzana para cruzar el lago lo antes posible. Hay corderos en el este, pero son bajitos, indefensos. Mientras remábamos, le rogaba al Dios del agua que nos dejara llegar tranquilos, le suplicaba que no se vuelva a repetir lo de Dina Huapi. Y Andrés, sin preguntarme, sacaba el remolcador y lo enganchaba en la proa de mi kayak para avanzar juntos lo más cerca posible.

5

Una hora después y ya en tierra, el lago se arremolinaba, se llenaba de corderos. Sentí que me estaba por bajar la presión. No sé si por el cagazo o porque me faltaba un desayuno en el estómago. Mientras Andrés preparaba avena con nueces y almendras, respiré profundo y le agradecí a la Madre Tierra el aventón.
Entramos en el brazo Huemul y como las ráfagas eran del este, el lago ni se movía. Lo navegamos tranquilos, con la atención puesta en el paisaje y no en las olas-zamba. A este brazo lo rodeaba la mítica 40, esa ruta vertebral que une al país de punta a punta y que conocíamos a pedal. Si alguien nos hubiese preguntado si imaginábamos verla desde el agua alguna vez, le hubiésemos respondido seguramente que no, que en nuestros planes sólo existía la posibilidad de viajar en bicicleta y nada más. Hoy sabemos que las cosas pueden cambiar como la dirección del viento. Quizás esa sea la gran lección del enemigo invisible: él es tan incierto como nosotros.

6

Amanecimos cerca de la 40, preparamos el equipo y salimos. Parecía que el viento nos estaba tomando el pelo: esperó vernos en el agua para empezar a soplar. El lago fue un espejo durante la primera media hora de remada, pero después ese espejo se volvió una anécdota y lo peor de todo: lo teníamos en contra.
La proa subió en cámara lenta y cayó rápido y con fuerza. Tenía que cortar la ola si no, estábamos jodidos. El agua nos empapaba la cara. El ventilador cada vez soplaba con más y más fuerza y no quedaba otra que alejarnos de la costa porque la ola de ese lado pegaba de costado. Otra vez la adrenalina en la primera plana de nuestro diario de viaje.
Me di cuenta que tengo un temita con el tiempo mientras remo: una hora para mí son 20 minutos… 20 minutos eternos, pero minutos, no horas. El tiempo se estiraba y estiraba como chicle y todo pasaba lento, a velocidad de 7 km/h.
Cruzamos islas, pasamos cerca de casas tan grandes que me pregunté si en este punto de la Patagonia todas las familias eran numerosas o sus dueños competían entre sí para ver quién tenía la casa más grande, con más cuartos y mejor vista. Mis pensamientos tan superficiales se vieron interrumpidos por una lancha que salió de Bahía Mansa con cuatro amigos en dirección a nosotros. Me empezó a latir el corazón como si estuviese caminando en la avenida 9 de Julio con un camión a punto de atropellarme. No exagero. Le quise hacer señas con el remo, pero el viento no me permitía dejar de remar y cuando agarré más velocidad, el estúpido timonel esperó a tenernos a un metro de distancia para abrirse y desviarse. Ese timonel casi me mata de un paro cardíaco. Lo maldigo a los gritos y se me queda mirando. Ojalá haya escuchado algo de todo lo que le dije, especialmente la parte de sus músculos marcados y la lancha de papá.
Todo volvió a la normalidad cuando llegamos a bahía Mansa, pero como no había campings, debimos cruzar 100 metros a pie desde Bahía Mansa a Bahía Brava, porteando los kayaks. Le pregunté a Andrés:- ¿si les digo a esos chicos que nos ayuden? Pesan mucho los kayaks, amor. Y Andrés me respondió: no los molestemos, llevamos uno, descansamos, llevamos el otro y listo.
Al segundo siguiente, ellos mismos se acercaron:
-Perdón, una pregunta… ¿ustedes son Jime y Andrés?
-¡Hola! ¡Sí!
-¿Del blog: La Vida en Viaje?
-¡Sí! La Vida de Viaje.
-¡Yo los sigo! ¡Qué bueno verlos acá!

7

Y entre charla y charla, aparecieron más amigos, todos con sus cascos y el pulso acelerado después de haber hecho el bosque de arrayanes en bici. Los seis nos ayudaron a cargar los botes. Gracias, gracias, gracias. Soy feliz.
Paramos en un camping por tres días sin deseos de irnos por la increíble ducha de agua caliente, ese chorro que nos usó de blanco perfecto, esa lluvia que nos recordaba que no todo era agua fría sino que también existía el agua caliente. Éramos los únicos en el camping y nos dimos el lujo de darnos una ducha de más de 10 minutos. Sepan entender: es una necesidad, cambia la temperatura corporal, cambian las ideas y nos urgía sacarnos el olor a neoprene que en este viaje se convirtió en nuestra segunda capa de piel.
Al otro día salimos a darle la vuelta a la península de Quetrihué en kayak. Ahí se escondía un tesoro: el bosque de arrayanes, algunos con más de 650 años de edad. Se trata de una especie nativa característica del bosque andino-patagónico cuyo tronco es frío y color canela. El vocablo «Quetrihué» significa en idioma mapuche «donde hay arrayán».

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Son 12 km de ida sobre la margen oeste y 12 de regreso por el este. Paredones muchos, playas para parar pocas. El frío del bosque, los chucao cantando (esos pajaritos tan chiquitos que vuelan en el sur), el viento ausente. Después de los días agitados que tuvimos, esto se volvía un paseo. Llegamos al muelle que indicaba el ingreso al Parque Nacional Los Arrayanes. Estacionamos los kayaks, sacamos del tambucho una lata de atún, pan y mayonesa y nos sentamos en un banco de madera que estaba sobre la costa.
-Perdón, una pregunta… ¿ustedes son Jimey Andrés de La Vida en… La Vida de Viaje?
-¡Hola! ¡Sí!
-Quiero que sepan que por su culpa estoy acá.
Los tres largamos una carcajada y nos volvimos a presentar. Facundo estaba viajando desde Bariloche hasta San Martín de los Andes por primera vez en bicicleta y vino a pedalear al bosque de arrayanes. Nos sentamos, almorzamos y dimos una vuelta por las pasarelas que conectan el lugar. Nos despedimos, volvimos a los kayaks para regresar al camping y en Bahía Brava nos volvimos a encontrar con Facundo para tomar unos mates. En ese momento, unos chicos se acercaron:
-Perdón, una pregunta… ¿ustedes son Jime y Andrés de La Vida de Viaje?
-¡Hola! ¡Sí!
-Los seguimos por el blog, nosotros también viajamos pero en camioneta.

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Guillermina y Gonzalo del blog: Vuelta por el Universo www.vueltaporeluniverso.com se sentaron así con nosotros a merendar. Ellos estaban cumpliendo su sueño de viajar en La Fugitiva, una trafic modelo 94. Charlamos, tomamos mates, nos despedimos y volvimos al camping sabiendo lo que nos esperaba: la sagrada e incomparable ducha de agua caliente.
Los próximos dos días fueron libres: libres de kayak, de comer algo más que fideos, de dormir siesta… Llovía, y cuando llueve el lago es una seda. Llovía a cántaros, menos mal que no salimos. A la mañana siguiente, y después de patalear (porque andá a saber cuándo volveremos a disfrutar de una buena ducha de agua caliente), salimos en dirección a la isla Fray Menéndez que estaba justo enfrente del camping. La rodeamos y pensé: «no todo es lo que parece», porque la cara oeste de la isla era tupida, llena de árboles y verde, pero la cara este de esta misma isla es gris, agrietada, un paredón. La explicación: la erosión del viento y del agua siempre es más fuerte en el oeste, y de ese lado el enemigo invisible se hace visible.
Era el día 12 de la travesía y el fondo transparente nos seguía sorprendiendo. Había vapor sobre el agua y seguían apareciendo islas: esta vez dos iguales y redondas. Entramos en el brazo Última Esperanza y nos preguntamos por qué habrá sido bautizado con ese nombre.
El bosque acá no es verde: es verdísimo. Es que el 4 de junio de 2011 el cielo de Villa La Angostura se tapó y la ceniza del volcán chileno Copahue lo cubrió todo (rutas, lagos, casas, senderos). Esa arenilla gris e invasiva parecía el fin del mundo. Sin embargo, desde ese día todo cambió. El pueblo se unió y en tiempo récord se recuperó. La naturaleza tomó la ceniza como abono y Villa La Angostura volvió a ser «el jardín de la Patagonia».
Las playas en Última Esperanza están aún hoy cubiertas de ceniza, y cuando entramos en el brazo de al lado, el Rincón, remamos rodeados de piedras pómez del tamaño de carozos de aceitunas. Los remos parecían maracas: hacían tanto ruido que creímos que en cualquier momento se iban a rayar. Al agua la sentimos más densa, más espesa. Después recorrimos el brazo Machete y de ahora en adelante sólo nos quedaba volver. Empezamos a recorrer la margen oeste del lago, la menos intervenida por el hombre, y entramos en sus brazos más largos y complejos: el Blest y el Tristeza.
Dicen que lo mejor siempre queda para el final.

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Rock Gardening, ILHABELA, BRASIL

mayo 8, 2017 — by Andar Extremo

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Bajo el nombre de Rock Gardening se esconde una de las modalidades más extremas del kayakismo, que se desarrolla entre rocas y grandes olas, desafiando la bravura del mar. En este caso, Márcio Bortolusso, Fernanda Lupo y Evaldo Plado se enfrentaron a una de las mas grandes tormentas del sudoeste de Brasil y la costa de Los Naufragios, en Ilhabela, fue testigos de los vientos de más de 100 km/h. Nota en la Revista Andar Extremo n° 44

Por Márcio Bortolusso

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Un ciclón extra tropical y un fuerte frente frío, produjo una de las tormentas más destructivas de las últimas décadas del sur y el sudeste de Brasil, que castigó a 1300 km de costa con vientos de más de 100 km/h y formaciones de olas de hasta 5 metros de frente en algunas áreas.
Paradójicamente, si bien se lamentaron las pérdidas y daños causados, lo que para muchos creó el caos, para otros fue la salvación. Así, mientras que el Cuerpo de Bomberos y Defensa Civil asistían cientos de necesidades como casas enterradas, árboles y estructuras públicas caídas, deslizamientos de tierra, inundaciones con autos arrastrados, rutas intransitables, barcos paralizados, ciudades sin energía eléctrica y teléfono cortados, con la atleta-documentalista Fernanda Lupo, decidimos hacer frente a esta tormenta histórica en búsqueda de nuevos avances en la víspera de una expedición atrevida que había llevado cinco años de preparativos.

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Para darle vida a este entrenamiento y hacer algo más que salir a “remar durante una tormenta», tomamos la oportunidad de celebrar una sesión de “Rock Gardening” en la Costa de los Naufragios. Este sitio es una de las áreas más críticas para la navegación a lo largo de la costa brasileña, y está ubicada al sur del Archipiélago de Ilhabela, área constantemente golpeada por frentes fríos poderosos.
El modo Rock Gardening remite al descenso de ríos y rápidos pero en Kayak de Agua Blanca en este caso, utilizamos kayak de Mar (como lo llamamos el deporte en Brasil). La emoción fue crear desafíos a través de las olas en un «jardín de rocas» en el mar, cruzando pasajes estrechos o punzante en bloques afilados y piedras cubiertas brevemente por espuma. Esta es una de las modalidades más extremas y menos conocida de Piragüismo que, por desgracia, significa para mucho: raros practicantes y mayor riesgo. Después de un par de llamadas y abandonos, finalmente «secuestramos» al kayakista Evaldo Plado quien aceptó superar sus límites y reforzó la seguridad de nuestro equipo.
Sin tener cuenta los preparativos detallados, específicos y exigentes para una expedición, tal vez alguno pueda juzgar nuestras decisiones, pero como remero olímpico necesito enfocarme para lograr el nivel de los Juegos Olímpicos. Nosotros tenemos que entrenar numerosas técnicas, a veces en condiciones muy duras, y prepararnos para los peores escenarios. Lo que puede parecer una locura, es el resultado de años de entrenamiento, el uso de un buen equipo (dispositivos satelitales, prendas con tecnología Gore-tex, etc.), estudios que van desde la meteorología a la supervivencia al aire libre (o de la Medicina a la navegación cartográfica) y el dominio de diversas técnicas específicas (salvamento marítimo, etc.). Después de todo, abrir un mapa y soñar con nuevos retos es lo más fácil del juego.
Entre las paredes de la costa de los Naufragios

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De acuerdo con la Escala de Beaufort un “temporal duro» tiene velocidad entre 89 y 102 km/h. Ese día, los meteorólogos habían informado ráfagas de 103,7 km/h en el área protegida de Ilhabela (oficialmente 95 km/h por el CPTEC / INPE), pero ya estábamos en el lado mar del archipiélago más expuesto a lo duro del Cuadrante Sur y, probablemente, el viento superaba estas marcas generando un destructivo temporal grado 11 en una escala que va hasta el 12 («temporal huracanado»).
Un espectáculo inolvidable mezcló diversión y tensión bajo un clima patagónico: enormes olas que explotaban en las rocas como dinamita, formaban cortinas de 10 metros de altura bajo un sonido capaz de preocupar a cualquier marinero… el mar parecía tomado por miles de osos polares furiosos, y el frío era extremadamente penetrante que obligó a remar con interiores térmicos debajo del neoprene.
Como grandes paredes de agua salada que se enfrentan en un sueño quijotesco, mientras las series más grandes llegaban en unos diez segundos, repetimos acciones para no golpear el fondo rocoso o ser lanzado contra la costa. Memorización de las piedras de la zona, remar con «casi» todas las fuerzas (reservando algo para una contingencia), penetrar en la pared de agua llenando los pulmones, emerger del torbellino equilibrando con el «apoyo» de remo, proteger las costillas de las rocas cercanas y recomenzar de nuevo esta secuencia hasta que pase lo peor de cinco o seis olas que venían cada tres a cinco minutos.

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Golpe, porrazo y bofetada en la cara fue el menú del día, sin tiempo para descansar o reposicionarnos, o buscar lugares seguros antes de ser tragados y arrastrados por una nueva masa de espuma.
Me sentía con sensación de pesadez y sin coordinación, con la impresión de que los compartimientos de carga estaban con agua. No podía girar el kayak, si me daba vuelta podía perder subir a la ola. Estaba agotado, con el pecho prendido fuego y sin energía ni para salir. Por suerte, la tormenta alcanzó su pico máximo y comenzó a decrecer, ahí simplemente quedó volver a tierra firme.

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Bajo la fina línea entre la seguridad y los riesgos reales, sin duda, fue una experiencia que nunca nos olvidaremos. La peligrosa aventura, exigió la mayor parte de nuestros conocimientos y nos enseñó y fortaleció más que un centenar de entrenamientos bajo el cielo azul.
Damos las gracias al anfitrión Neptuno por la fiesta memorable y a las marcas Gore-tex y Windstopper por la gran colaboración en estos últimos 10 años. Ellas fueron fundamentales para el logro de nuestros grandes sueños.
Con la certeza de que a menudo los peores días son los mejores, grandes aventuras para todos!
Para ver un video con las pocas imágenes que grabamos este día épico: video

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Expedición Bioceánica

abril 26, 2017 — by Andar Extremo

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Del Pacífico al Atlántico en kayak, Cruce del campo de hielo patagónico: “Un alumno y dos maestros”. El relato de este cruce comenzó con el primer viaje a Puerto Edén de Leonardo Proverbio (Cuny) y Sergio Camacho Villalobos en septiembre de 1999. En ese momento Cuny tenía 19 años y Sergio 28. El segundo viaje en el que se logró cruzar, fue hecho por Cuny y Roberto Trinchero en septiembre de 2016. Nota en La revista Andar Extremo n° 44

Por Leonardo Proverbio

Relato del primer viaje
Una de las mayores habilidades del ser humano es la de intercambiar mucha información a través de comunicarse de modos diferentes: hablándose, escribiéndose y mostrando fotos, como en este caso. Lo cierto, es que vivir el mundo real por nosotros mismos, siempre supera cualquier película que imaginemos.
Si querés escalar una montaña, transformar esa fantasía en realidad es la clave, intentarlo es el mayor aprendizaje para saber cómo hacerlo mejor. Gracias a las enseñanzas y voluntad de otros, logramos que sea posible.
La historia comienza con Sergio y un delirio de “algo en kayak” que había visto en un programa de TV español llamado “Al Filo de lo Imposible”. Me dijo que íbamos a cruzar en kayak por el campo de hielo patagónico, que a mí me llevaría un pescador chileno hasta la base de un bosque y ahí nos encontraríamos…sin preguntar mucho dije:- Vamos.
Casi 20 años atrás, las pasarelas de Puerto Edén eran iguales a las de ahora: calles del pueblo, sin autos, sólo barcos de madera pintados de amarillo.
En nuestra estadía acompañamos a Juan Bilbo en sus trabajos: bucear para encontrar mariscos, pescar róbalos, poner trampas de centollas y cortar leña. Comimos chogas en todas sus formas (ya que era lo que más se comía) y un día en el que fuimos a pescar, juntamos de todo para un curanto a la olla.
Una vez que Sergio estuvo sobre el puente de los pescadores, cargó el kayak para luego en la orilla comenzar su remada de 120 km hacia adentro del fiordo Exmouth, lugar donde nos encontraríamos para armar el campamento con nylon y quedarnos 1 mes esperando para cruzar a Chaltén. Sin un pronóstico climático, entrar a esas zonas era una aventura que podía durar varios días dependiendo de los antojos del viento.

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Con el Capitán Juan Bilbo, partimos a encontrarnos con el Gallego en algún lugar de los Fiordos (que luego resultarían ser mucho más grandes de los que esperábamos y al estar nublado encontrar un pequeño kayak era una aguja en un pajar). Llegamos a las cercanías del Glaciar Pío XI donde el oleaje y los témpanos nos obligaron a retroceder… ahí aprendí que en el mar y la montaña saber esperar es tan importante como ir rápido. Finalmente encontramos a Sergio para volver a Edén, donde subimos al cerro Panchote y conocimos a los últimos Kawésqar que en su infancia habían vivido sin el hombre blanco.
En la primera expedición no había mapas ni teléfonos satelitales, GPS, bengalas o pronósticos climáticos. Nuestra experiencia como deportistas tenía grandes bases físicas y motivacionales pero sin duda, no era la mejor forma de tomar decisiones. El salvajismo era la base de todo, y a lo largo de los años pude saber que esa visión de la montaña era la clave. La fuerza estaba y está en la motivación del espíritu, sabiendo que la montaña debía sentirse como un hogar.
Este viaje fue una gran experiencia en la cual aprendí que estas expediciones no son de montañismo sino de aventura, no hay manual o técnica que te enseñe a subir por vegetación cerrada, caerte en un pozo de selva, prender fuego cuando llueve, vivaquear en un agujero del bosque todos mojados, atar con alambre…también supe que no debía apurarme, porque el simple hecho de estar en este lugar era parte de los que considerábamos ser felices. Saber contemplar la naturaleza en cada momento, no pretender que todo sea ya y ahora, dejar que la naturaleza tome su curso y seguir sus tiempos es la clave para no tener un accidente ya sea dentro de los fiordos, la selva, el bosque, glaciares, campo de hielo, lagunas, ríos y lagos. Cada espacio tiene su tiempo, su clima, su forma, su momento… el no contemplar la naturaleza y dejarnos llevar por nuestros profundos pensamientos nos llevaría a malas decisiones. Aprendí también que estos lugares no son hostiles, no son enemigos, sería imposible lograr este cruce sin que la mente esté en paz y armonía con el entorno por el que avanzamos.

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2° Expedición 2016
Objetivo: cruzar del Pacífico al Atlántico a través del campo de hielo

No sabía nada de kayak, había realizado el curso de rescate en ríos de aguas blancas y guía de rafting, así que 2 meses antes de la expedición, Marcelo Hostar comenzó a enseñarme a remar hasta que finalmente avanzamos a buen ritmo y a eso sumamos conocimiento en papeleo y logística.
Comenzamos en Puerto Edén, remamos por el pacífico 120 km hasta el interior del Fiordo Exmouth y mediante varios porteros subimos las cargas y el kayak hasta el plateau glaciar del campo de hielo. Pasamos por el Paso Moreno a 1750 mts, luego bajamos por el Paso Marconi, refugio Fraile, Chaltén y retomamos la navegación pasando por el Lago Viedma, el Río La Leona, Lago Argentino y el río Santa Cruz hasta el Atlántico.

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LOS FIORDOS DE CHILE:
Usamos un kayak doble y dentro de él teníamos alimento para un mes, 6 litros de solvente, carpa grande, bolsas de dormir, ropa de montaña, equipos de ski de travesía, equipos de transito glaciar, palas, serrucho y tantas cosas llegando a casi 100 kilos de carga al inicio del viaje al que se sumaban los 160 kilos de 2 personas… iniciamos con 260 kilos, dudando si el kayak avanzaría o se hundiría.
Luego de verificar todos los papeles y permisos pertinentes, descansamos una noche en un hostel de Edén y muy temprano comenzamos a remar.
Los 120 km los realizamos en 2 días pero en el medio quedamos parados 2 días más cuando nos vimos obligados a dar la vuelta para retornar al campamento.
Atravesamos olas de 2 mts con rebotes en las paredes laterales con 30 o 40 nudos de viento, maniobras tan delicadas que una buena o mala remada marcan la diferencia. Roberto Trinchero era quien dirigía el timón del kayak, él determinaba los giros y yo escuchaba lo que me decía, remaba hacia adelante o algo lateral y cada tanto algún manotazo casi instintivo.
Pasamos por el Glaciar Pío XI lo cual nos llenó de motivación y esperanza al ver la zona glaciar, además de ser este punto una zona de témpanos y baja profundidad. Sin contratiempos pasamos dentro del fiordo Exmouth llegando tarde, cansados y con frío, para decidir el armado del campamento. A la madrugada, cuando subió la marea, tuvimos que desarmar la carpa y armar un campamento en el bosque que por suerte quedó bien montado y lo usamos durante un par de días más.

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LAS SELVA, EL BOSQUE Y LA TUNDRA:
Con una mochila para los 2 y lo necesario para una jornada de trekking, dejamos el Pacífico y comenzamos a caminar hasta subir al campo de hielo para hacer un reconocimiento de por dónde y cómo subir el kayak. Algo perdidos fuimos avanzando hacia arriba hasta llegar a superficies de roca y nieve, donde reconocimos la mejor entrada al campo de hielo sin necesidad de atravesar fuertes pendientes o terrenos llenos de grietas. En la bajada, cansados por la larga jornada de remo, el cambio de carpa, la madrugada y la caminata, nos perdimos a 600 mts de la carpa muy cerca de la costa. En la oscuridad, con la potente linterna, sólo veíamos acantilados de selva así que nos vimos obligados a vivaquear sin bolsas de dormir. Nos metimos pasto seco bajo la ropa, prendimos fuego y pasamos la noche. Al otro día caminamos 20 minutos y llegamos a la carpa. Cansados, comimos y dormimos todo el día.
Con nuevas fuerzas retomamos los porteos usando sistemas de poleas o arrastre a lo bruto para ir lentamente subiendo el kayak por etapas. Entre los ascensos, subíamos mochilas con lo menos necesario como remos, chalecos, cubre cockpit, grampones, piquetas, combustible, comida para el hielo. Dejamos algunos nylon atados como marcas para no perdernos, que luego quitamos para no dejar basura. Fuimos afortunados ya que el invierno seco no trajo lluvias fuertes en la selva, pero esta falta de precipitaciones haría más difícil el tramo final.

ROCA Y NIEVE:
Logramos dejar el kayak en la nieve para llegar a la zona de terreno plano del campo de hielo. Aún era necesario ascender una canaleta de 400 mts y 40-50° de nieve, luego bajar un corto tramo y, entre grietas, ganar pendiente hasta donde fuera posible comenzar el arrastre del kayak.
Desarmamos el campamento junto al mar y subimos definitivamente al terreno de montaña más expuesto al viento. Armamos un refuerzo de rocas alrededor de la carpa, y comenzamos a recibir los pronósticos climáticos provenientes de el Paso Mariano Moreno. Subimos primero un porteo de mochilas, luego el kayak que dejamos marcado y anclado para que no lo vuele el viento o lo tape la nieve. Así, a la espera de la racha como si fuera un pegue al Fitz, el viento nos dejó una ventana. Un día bueno, uno malo, y 2 buenos. Muy temprano, como siempre, desarmamos la carpa, nos disfrazamos de montañistas y llegamos al kayak que previamente habíamos encerado con 500 grs de parafina para facilitar su deslizamiento.

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EL CAMPO DE HIELO Y EL PASO MARCONI
Casi con las primeras luces dejamos un rato de sufrir tanto y rodeados de cientos de montañas nos dimos cuenta que el kayak realmente deslizaba. Habíamos aprendido que nada iba a ser fácil…todo en la Patagonia es más grande o está más lejos de lo que imaginás, pero era posible. Si fue posible subir todo por la selva, era posible cruzar el campo de hielo.
El primer día fuimos en dirección NE 30 km, viendo nuevas e inexploradas montañas hasta llegar a la base del cerro Kolliker, donde con serrucho y pala preparamos la carpa. Con rapidez y organización, con buena nieve, en 1 hs fue posible tener la carpa lista con casi 1,80 mts de altura de bloques de nieve.
El día siguiente fue nublado, ventoso y cayeron 20 cm de nieve. Estábamos cansados y nos fue útil comer, tomar y descansar la espalda.
El tercer día en el campo de hielo creímos que iba a ser más sencillo pero ascender los 450 mts de desnivel hasta el Paso Moreno y llegar hasta las rocas a la derecha de la entrada del Paso Marconi nos llevó varias horas. Armamos la carpa casi a las 20 hs. En el medio de este itinerario vi por detrás de una línea de nieve las cumbres del Fitz y el Torre apenas asomando, ese fue el momento en el que sentí por primera vez saber más o menos donde estábamos…fue como una sensación de estar salvados.
Ya casi sin comida, desayunamos polenta con chocolino y comenzamos la bajada hacia el Glaciar Marconi. Una vez en la zona más estrecha, realizamos 2 rappeles de 60 mts hasta dejar el kayak en terreno plano y lejos de la caída de bloques de hielo. Armamos una mochila de porteo y salimos en botas de goma para Chaltén ya que sólo nos quedaba una bolsita de liofilizado que comimos al terminar el sendero de la laguna del Eléctrico.
En Chalten, pasamos 3 días descansando y sumando kilos en el Restaurante Parrilla el Muro de Claudio Andrade, vecino de la infancia en Bariloche. Luego retomamos la subida a Marconi para bajar el kayak en compañía de Marcelo Hostar que quería navegar el Eléctrico, y los Gendarmes Diego Montenegro, Marco Olguín y yo terminamos de bajar las mochilas y, gracias a su ayuda, en lugar de bajar con 50 kilos bajamos con 17 kilos cada uno.

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LAGUNAS, RÍOS Y LAGOS
La bajada del kayak por el hielo de ablación fue fácil, sólo algunos tramos de piedras y morrenas complicaban deslizar el kayak así que usamos un carrito con ruedas inflables que subimos desde Chaltén. Una vez en el fin del Glaciar, cruzamos la primera laguna y fuimos a dormir al Campamento Eléctrico. Al otro día, navegando y usando las rueditas, pasamos el sendero de Piedra del Fraile hasta el Río de las Vueltas, que navegamos con mucho cuidado ya que había poca agua y muchas piedras.
Retomamos 2 días de descanso con asados, guisos camperos y buena onda en el Restaurante El Muro. Juntamos provisiones y comenzamos a remar nuevamente un tramo que realmente era el mayor del recorrido en kilómetros de avance. Desde Bahía Túnel comenzamos a remar hasta que el fuerte viento nos arrastró a la costa a sólo 10 kilómetros de iniciar la marcha. Con algo de viento que venía del glaciar Viedma, nos vimos obligados a pasar ese día atrás de unas grandes y antiguas matas de Calafate. Desde un terreno estepario casi desértico vimos las montañas de la cara opuesta a la que caminamos hacía una semana.
Alertas por estas opciones de viento, decidimos comenzar muy temprano a remar el lago Viedma ya que por la mañana algunos días solía estar menos ventoso. Con una buena jornada de remada, llegamos a la entrada del Rio La Leona y fuimos al parador a dormir. Por un descuido de dejar el kayak sin atar, casi lo perdimos a las 20 hs en la oscuridad, se fue solito 500 mts y quedó atascado en un banco de arena.

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EL RÍO SANTA CRUZ
En teoría, íbamos a llegar desde la dembocadura del Santa Cruz a Piedra Buena en 2 o 3 días, pero la realidad y lo que uno espera no siempre coincide… ahí en esas diferencias es donde la aventura comienza y debimos adaptarnos a los tiempos de la naturaleza. Al ser un invierno seco, el río iba bajo y algo lento, con poco espesor de agua. Algunas rocas, de golpe, me sacaban del aburrimiento, y alguna que otra ola llegaba a tener más de un metro.
Avanzando veíamos pasar guanacos, ñandúes, ovejas, caballos y estancias abandonadas… un inmenso espacio de cielo. El río era un lugar de pensamiento y meditación, como una vía a la reflexión. Con levantar la cabeza, pudimos ver el sol y contemplar lo que nos rodea hasta casi dejar de existir, o simplemente mirar el agua dejando crecer nuestros pensamientos, llevarlos a los lugares más profundos de nuestro ser para así entender mejor lo que somos y lo que nos rodea.
A cada parada hacíamos un fueguito y bajo el traje seco llegamos a ponernos 3 o 4 capas de abrigo. En el primer día, el rio tenía muchas curvas. Remamos en zigzag casi 75 km lineales, los dos segundos días fueron más rectos y en el medio nos vimos obligados a esperar que el viento amaine, además de sirgar el kayak con cuerdas en algunas riberas.
Para la parte final de Piedra Buena a Puerto Santa Cruz esperamos que la marea suba a las 11 de la mañana. Con marea bajando y la ayuda del rio llegamos a la desembocadura del Santa Cruz donde bancos de arena nos llevaron a arrastrar el kayak por algunos metros y luego un tirón corto hasta el fin de nuestra larga expedición de casi 45 días.

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CONSEJOS Y RECOMENDACIONES:
Aprendí que los problemas se auto-expanden. Solos, cada vez se hacen más grandes o más enredados, es como dejar una soga al viento… Es necesaria la voluntad de solucionar los problemas inmediatamente para que en momentos inoportunos no encontremos cabos sueltos.
Aprendí a compartir con mi compañero las cosas buenas y las malas. Si alguien está cansado físicamente es necesario decirlo, ya que el cansancio físico se refleja rápidamente en cansancio “cerebral” y la mala toma de decisiones o maniobras. Carece de sentido buscar culpas, pero es necesario que queden claros los errores para no volver a cometerlos. Me parece que sería más seguro ir en un equipo de más personas, tal vez 3 o 4, en el que cada uno vaya realizando un función y tarea. Eso permitiría hacer cada día mejor las cosas, más rápido, más eficiente y seguro, eso a la larga da más horas de alimentación, sueño y descanso.
El respeto entre las personas de la expedición es fundamental. La capacidad de hablarnos con educación y aceptar diferentes opiniones hasta llegar a un acuerdo, para luego con total energía y determinación desarrollarlo en equipo, es imprescindible. Eso permite si hay fallas, cambiar de plan.
Fundamental, llevar suficiente alimento, sistemas de comunicación, kit de reparaciones, botiquín completo (y saber usarlo) y mucho nylon ya que es lo único que realmente mantiene las cosas secas dentro de la carpa o el kayak.

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“El peor día de malabar siempre es mejor que uno de trabajo”

Generalidades del Kayakismo
La voluntad es la mayor fuerza. Para tener voluntad es necesario ser sinceros con nosotros mismos para saber qué es lo que realmente queremos. Todos dicen ser “felices”, yo aún no entiendo qué es ser feliz y, si ser feliz siempre es realmente posible o una ficción más que algunos logran con el “no pensamiento”. Después de todo, porque no puede haber días malos y tristes?… es imposible que haya siempre sol o sea siempre de día. De un modo u otro no puedo controlar el estado de mi “felicidad” pero sí puedo elegir dónde estar. Puedo tener un mal día en casa, en la calle, en una oficina, un bondi, o en un glaciar, sendero de trekking, centro de ski o en la cima de una gran montaña. Un día en la naturaleza, en la montaña, en el lago, el río, el mar o donde desees estar, siempre es mejor que estar por estar donde nada hay que hacer y perder ese poco tiempo que tenemos en esta vida. Si hacés lo posible con la mayor fuerza de tu voluntad, con la certeza de que es lo correcto, que cada paso que das va en buena dirección, todos serán tus amigos ya que siguen un mismo camino, y en ese camino contemplando lo que te rodea, la intensidad de vivir será tan poderosa que te demostrará que cada día puede ser único, que no hace falta nada material o valioso para ser feliz, simplemente debes estar en el lugar, el momento y la compañía apropiada. Jamás te mientas a vos mismo, sincerá tu mente expandí los pensamientos, conoce lo bueno y lo malo que tengas dentro, ya que es parte del todo.

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«La voluntad es la mayor fuerza»

De las montañas he aprendido tantas cosas que no tienen nada que ver con las “técnicas de escalar”…lo poco que se necesita para vivir: una mochila, techo, abrigo, agua y comida… ver la simpleza de las cosas y lo complicado que se torna “ser parte del sistema”. Uno elige vivir entre los hombres o podemos vivir en la naturaleza donde no hay reglas o formas.
Cuanto más estés en la montaña, más misteriosamente fluye todo. El viento no sólo es capaz de volar tus cuerdas infinitas veces en un mismo rappel, sino que puede generar grandes olas en los encajonados fiordos de Chile, esos acantilados cambian de corrientes con las mareas generadas por la luna.
Una manera de aprender el arte de la paciencia es contemplar con atención el presente, el sonido del mar, el viento en los árboles, el ahora que nos rodea. Así estaremos atentos a rápidos imprevistos o a lentos cambios del clima
Hay tres tipos de miedos: unos reales, otros de la imaginación o contagiados por otras personas. He llegado a casi perder el control de mi cuerpo por el modo en que temblaba por cometer errores y entrar en las trampas de la montaña. Otras veces estuve a punto de matarme y casi no fui consciente de lo que pasó, sintiendo el silbido de una piedra al pasar cerca de mi cabeza o caer por más de 25 metros repentinamente. Pasadas varias horas al ir a dormir, ser consciente de lo que pasó y empezar a tener miedo. Estos miedos pueden ser reales o producto de nuestra mente, pueden durar un segundo o vivir por siempre en nosotros. Escalando una gran pared es normal tener miedo a las alturas “al patio” pero es el suelo con lo que realmente nos golpeamos, el temor imaginario no nos permite ver la realidad y nos lleva a los verdaderos errores peligrosos. Entender nuestros temores más profundos, ser conscientes de nuestras debilidades físicas, mentales y espirituales nos dan una mejor conciencia de la realidad, de lo que realmente está pasando a nuestro alrededor. Fue así que en este viaje no tomé ninguna fuerza de la naturaleza como enemigo, fui por el mar sin temer a las olas sino contemplando sus formas, entré en la selva cerrada con cuidado de no tropezar, pase horas escuchando el fuerte viento, mirando las nubes cerrarse hasta llover dejando que la fuerza del río sea aliada. La montaña es un reflejo de lo que ya tenemos por dentro, un espejo.

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LAGO NAHUEL HUAPI, LA VIDA DE VIAJE

enero 3, 2017 — by Andar Extremo

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Andrés Calla y Jimena Sánchez de La Vida de Viaje, viajan en bicicleta por Argentina y esta vez, nos comparten su experiencia en kayak por el lago Nahuel Huapi. Nota de la revista Andar Extremo n° 42

“La fuerza de lo Natural»

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Son las 3 de la madrugada. No sé por qué, pero me despierto, quizás por los sueños monotemáticos y recurrentes que tengo durante los días previos a la salida: yo remando en un lago planchado, yo remando en un lago agitado, yo surfeando olas de 5 metros con el kayak. Pero ese día me doy cuenta de que no soy la única que tiene grabado en el inconsciente las pocas horas que faltan para empezar la travesía. No. Lo primero que escucho una vez abiertos los ojos es la voz de Andrés que soñando me pregunta:-¿cómo está el lago? .Claramente no le respondo. Lo miro, me río y le susurro:- shhh, tranquilo.
El calendario tenía fecha de partida 18 de marzo, pero el Nahuel quiso que nos demoremos 24 hs más. Ese día, la Patagonia amaneció ventosa, fría y lluviosa. Y Prefectura (porque para hacer este tipo de travesías uno tiene que presentar una carta solicitando permiso, un listado y fotos del equipo, incluyendo los elementos de seguridad) nos llamó a las 8 de la mañana avisando que el puerto estaba cerrado (se dice así cuando las embarcaciones tienen prohibido salir a navegar por las condiciones climáticas).
Menos mal que las cosas salieron así y no de otra manera: además de que el clima no era el mejor, la noche anterior nos habíamos acostado super tarde. Estábamos cansados por las idas y vueltas de los preparativos, nos habíamos estresado porque la radio VHF (otro obligatorio para hacer este tipo de travesías) no funcionaba… en fin, necesitábamos un día de nada, y ese 18 de marzo en lugar de remar, dormimos como morsas.
A la mañana siguiente no había excusas: un sol que raja la tierra, calor de verano y una brisa de viento. El día ideal para salir a remar. El Nahuel nos espera como pocas veces se lo ve: pacífico, quieto, como la pileta del jardín de mi casa. Mientras una amiga nos lleva con los kayaks, las bolsas secas, los remos y todo el equipo en su Fiat 147. La emoción de estar a punto de empezar nos pone la piel de gallina.
El km 0 es en Bahía López, ahí nos esperan tres Prefectos que con una carpeta y un ckecklist en mano, revisan con lupa que todo el equipo esté en condiciones. Después de media hora de ordenar y poner todo en su lugar, saludamos a nuestra amiga, nos despedimos de los Prefectos (y ellos se despiden de nosotros sacándonos una foto mientras entramos en el agua), y partimos.

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Después de las primeras remadas, freno, apoyo el remo sobre el cubre copickt, pongo mis manos sobre el agua y cierro los ojos: «sólo necesitamos 17 días de vos en paz». Acto seguido, Andrés me dice:- bueno Sánchez, a Bariloche vinimos para esto. Y le respondo con una sonrisa y ojos saltando de adrenalina. Y pienso que más allá de la aventura, éste es un viaje de purificación. Por eso el agua, hoy y ahora.
El Nahuel Huapi es un lago de origen glaciar compartido entre las provincias de Río Negro y Neuquén, y vive dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, el primer Parque Nacional de Argentina. Su superficie, 557 km2, lo ubican en el cuarto puesto dentro de los lagos más grandes de nuestro país. Su profundidad máxima es de 464 metros y tiene siete brazos o ramificaciones: Campanario, Huemul, Última Esperanza, Rincón, Machete, Blest y Tristeza. La vuelta completa, incluyendo brazos e islas, suma aproximadamente 400 km.
En el siglo XVI toda esta zona estuvo poblada por pueblos llamados ténesh o poyas, habitantes milenarios del Nahuel Huapi también conocidos como «vuriloches» (gente del otro lado de la montaña) por los mapuches. Al lago llegaron militares españoles, misioneros jesuitas de Chile y la figura más emblemática de la Patagonia argentina, el perito Francisco Pascasio Moreno, que remontando el río Limay arribó a la costa este del lago. Él fue quien donó las tierras para que tiempo después se creara el Parque Nacional.
No sabemos cuántos le habrán dado la vuelta completa. Quizás muchos o quizás menos de los que imaginamos. Pero poder sentirnos al menos por un ratito en la piel de aquellos primeros exploradores que vaya uno a saber qué pensaron cuando se encontraron con tan titánico lago, es como convertirnos en los protagonistas de una película fantástica y épica a la vez. Porque salvaguardando las distancias de tiempo y espacio, el agua sigue siendo la misma. Y el escenario, también.

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Empezar la travesía en Bahía López tiene un lado B: sí o sí debíamos salir con poco viento. Es que a la izquierda están los brazos Tristeza y Blest, los más largos y complejos del Nahuel Huapi. Y sumado a que saliendo de la bahía, el lago empieza a abrirse hacia la derecha, hacer estos primeros kilómetros con el lago picado hubiese sido una odisea peligrosa para dos principiantes kayakistas. En su lugar, navegar este tramo con 0,0 km/h de viento es una bendición tan azarosa como improbable.
Además del desafío de salir de la bahía, se suma el de cruzar «La tabla», unos paredones altísimos que con viento se convierten en la zona más peligrosa y expuesta a las olas del Nahuel. Pero el día de la salida es el día de yapa. Dejando atrás la península LlaoLlao, y con esas paredes de piedra tan imponentes, nos sentimos como en la película “Querida, encogí a los niños”, diminutos, frágiles y vulnerables, pero sobre un lago sedoso y tranquilo. Algo que casi nunca se da.
La inmensidad y nosotros.
Y nada más. Ni nadie más.
Al mediodía, y después de dos horas de remada, paramos a almorzar en la península San Pedro. Estacionamos los kayaks entre unas rocas, sacamos una de las cuatro bolsas de 1 kilo de frutos secos que compramos y maldecimos a quien las preparó: hay un exceso de pasas de uva. Tomamos un puñado y de 10 frutos secos, 7 son pasas. Todo bien con las pasas, pero presentimos que a la semana ya las vamos a odiar.
Las horas pasan y avanzamos en piloto automático. Entramos en el brazo Campanario y la luz de la hora dorada vuelve este instante surreal: el agua está tan baja que tenemos que sumergir sólo la punta del remo para poder avanzar, subimos los timones para que no peguen con la arena, vemos que la luna se asoma llena y de la nada empieza a sonar de una de las casas de la costa una ópera de Pavarotti a los cuatro vientos. Frenamos en una playa y así como quien se bautiza, nos damos nuestro primer chapuzón en estas aguas mágicas del Nahuel. A las 8 de la noche y con los últimos rayos del sol, llegamos a playa Bonita, nuestra parada del día. Habemus remado 40 km. Nuestros primeros 40 km en el Nahuel Huapi.

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Salimos de playa Bonita con una leve brisa del este. El reloj marca las 11 de la mañana y la proa del kayak apunta hacia la isla Huemul en una diagonal de casi 3 km. En este lugar se dieron los primeros pasos en la investigación de la energía nuclear en Argentina. Hoy es solamente un área protegida de 75 ha. Su nombre viene dado del apellido de un antiguo poblador, Bernardino Guenul, y que por alguna cuestión que desconocemos (quizás por una deformación fonética o por referencia a una especie de ciervo nativa) se transformó en Huemul.
Muy cerca de la isla vemos la proa de un barco semi hundido. Le damos la vuelta y la claridad del lago nos permite ver parte de la quilla, la cubierta y su popa clavada en la arena. La historia nos sumerge en sus profundidades: de 1948 a 1965 era una lancha torpedera de la Armada Argentina, que luego fue vendida y convertida en una lancha de paseo turístico. «Don Luis» prestó servicio en la ciudad de Mar del Plata, pero después fue vendida y trasladada a Bariloche donde fue utilizada como lancha de paseo en el Nahuel Huapi, uniendo puerto San Carlos-isla Huemul entre los años 70 y principios de los 90.
En julio del 93 una fuerte crecida del lago dañó por demás las instalaciones del puerto San Carlos y provocó el hundimiento de «Don Luis». Una vez reflotado fue trasladado a la isla Huemul, pero quedó abandonado y varado en la costa durante años. Nuevas crecidas hicieron que se hundiera muy cerca del muelle en aguas poco profundas. Hoy sólo se asoma su proa, sin mucha más suerte que la que le tocó.
Al lado de Huemul hay dos islas mucho más pequeñas llamadas, informalmente: Gallinas y Huevo. Le damos una vuelta a las tres y sin intenciones de hacerlo, empezamos a entrenar la mirada.

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A diferencia de las demás islas, los paredones de piedra de Gallinas esconden multiplicidad de formas. Lejos de ser uniformes y prolijos como otras paredes, se agrietan, sobresalen, se hunden y se quiebran exageradamente. Las islas están alfombradas de piedras anchas y redondas de colores verde, naranja, marrón, gris y violeta. Cualquier amante del fen shui se volvería loco y querría cargarlas en su bote para decorar sus ambientes zen. Es que este sitio, así como está, es zen y mágico a la vez.
Frenamos, acomodamos los kayaks en la orilla y sacamos de uno de los tambuchos el termo, la pava y la cocinita para calentar agua para unos mates. Mientras cortamos un poco de membrillo para acompañarlo con unas galletitas de agua, Andrés me dice:- todo lo que hacemos, lo hacemos por y para ésto. Y me quedo pensando en su reflexión mientras observo esos botes de plástico que con sus remos nos permitieron llegar hasta acá.
Sí, lo que hacemos (viajar, sin importar el medio que elijamos para hacerlo) es para sentir el éxtasis que nos regala todo ésto que nos rodea. Y aunque quizás para muchos ese todo sea nada, es esa nada la que nos completa. Estamos en el medio de un lago, sentados en la piedra de una isla, escuchando el sonido del agua, tomando unos mates, un lunes a las 12 del mediodía
Nos subimos otra vez a los kayaks y vemos que lo profundo empieza y termina infinidad de veces siguiendo la intermitencia de un fondo que a simple vista parece que no termina nunca. De turquesa se convierte en azul océano, y a pesar de ese abismo sin transición, nosotros seguimos flotando gracias a estas superficies amarillas y rojas que nos contienen.
Empiezo a traducir esos mensajes que la naturaleza tiene para nosotros. Me alejo de la isla unos pocos metros y veo que la piedra que se asoma es igual a la piedra sumergida. «Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba» dice la ley de la correspondencia. «Como es afuera es adentro, como es adentro es afuera». Y respiro el mundo enfrente que se encuentra frente a mí.
Sigo observando y pienso: «en la naturaleza, hasta la muerte es bella». Los árboles verdes que crecen con sus raíces firmes en la tierra son tan espectaculares como los árboles color ceniza que se apoyan con sus raíces al sol y que sirven de hábitat para reptiles, aves y roedores. En este lugar, como en todos los lugares del mapa donde la naturaleza habita, conviven la vida y la muerte. El inicio y el fin, el infinito y lo finito, lo intraterreno que no vemos y el planeta como lo conocemos.
De las islas nos vamos hacia el centro cívico de Bariloche y lo recorremos como pocos: desde el agua. La parada del día es en Dina Huapi, una localidad a 15 km al este de la ciudad, un lugar que está entre la estepa y el lago.

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El Parque Nacional Nahuel Huapi tiene tres ambientes bien diferenciados: el altoandino, el bosque y la estepa. El altoandino se da a los 1600 metros de altura, es frío y húmedo, su relieve es escarpado y predominan lagunas, lagos de altura y mallines. El bosque se divide en húmedo y de transición (el que recorremos al navegar el lago). Y el último, la estepa, con un clima templado, semiárido y arbustos enanos, son el escenario donde las miradas se posan en el vacío, el vacío preferido de los guanacos patagónicos.
Es raro ver cómo el bosque empieza a perder colores de oeste a este. Teniendo la cordillera tan cerca, y como si estuviésemos en una clase de geografía, nos es inevitable recordar la lección sobre el ciclo del agua. Se evapora, condensa, precipita, se absorbe y el círculo vuelve a empezar cientos de millones de veces. Y toda esa agua queda del lado del bosque. La estepa, con sus colores pasteles y ocres, sigue viva, a su manera.
A las 8 de la mañana el lago estaba turquesa y el viento era una brisa. A las 11, el lago está azul plomo y las ráfagas que se están empezando a levantar nos dan un poquito de taquicardia. Caminamos de un extremo de la costa al otro mientras los kayaks esperan que tomemos alguna decisión. Estamos seguros de que si no fuesen seres inanimados nos estarían suplicando que dejemos de cambiar de opinión cada vez que nuestra mirada se clava en el oeste.
-¿Qué hacemos Sánchez? ¿Vamos o no vamos?
-Y no sé, ¿a vos qué te parece?
-Y… ¿es el tercer día y ya vamos a arrugar?
-Pero no se trata de arrugar, vos tenés más experiencia, ¿cómo la ves?
-Si metemos una recta hacia más o menos la mitad del lago y después bordeamos la costa, cortando la ola, vamos a llegar bien. Según Windguru no va a soplar más viento que éste. ¿Qué pensás?
-Y… está picadita la cosa. Pero dale, salgamos ya antes de que se ponga peor.

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Dejamos la seguridad de la tierra, nos ajustamos los chalecos salvavidas y arrastramos los botes sin darnos tiempo a respirar. Es que en situaciones así, donde la ola rompe tan fuerte sobre la costa, el subirse al kayak se vuelve una prueba de equilibrio y velocidad: una ola puede desestabilizarte, puede entrar agua adentro del cockipt, y lo peor de todo, puede hacerte caer. Una vez flotando, siento que el viento va a arrasar con mi remo. Y lo que hasta hace dos días era un placer, hoy se vuelve una batalla. Este es el verdadero Nahuel, el que te hace sentir el corazón en la boca.
-¡Vení más cerca mío!
-¿Qué? ¡No te escucho!
-¡¡Que vengas más cerca mío!!
-¡Ésto no me gusta nada!
-¡Dale, metéle todo el huevo que puedas!
Las olas avanzan a paso firme una detrás de la otra, sin piedad. Son de un metro y medio…o dos metros…o no sé cuántos metros, pero son grandes y altas. Con cada ola la proa del kayak se me va hacia la derecha y tengo que meter timón con el remo para poder enderezarlo. La costa de enfrente se ve tan diminuta y lejana que en lugar de sentir las manos mojadas por el agua las siento húmedas pero por la transpiración. Se me vienen a la mente los consejos de mis entrenadores y sus palabras me autoflagelan: “¡siempre cerca de la costa! ¡Nunca vayan por el medio del lago!”
Estoy a punto de abortar la misión. Estoy nerviosa y pienso lo peor. Pero si pienso en lo peor hay más probabilidades de que me vaya a la mierda. Y si me voy a la mierda, ¿cómo hago para llegar a la costa? En estas condiciones Andrés no me va a poder ayudar con el autorescate. Y si se da vuelta él, ¿voy a poder ayudarlo yo? Estoy bloqueada. ¡No te bloquees! ¡Remá, carajo!,
-¡Vamos a meter un rectón hasta la costa de enfrente, no queda otra!
-¿Qué? ¡¡Estamos en el medio del lago, Andrés!!
-¡Mirá cómo pegan las olas allá! ¡Vamos, vamos que podemos!
-¡Yo no vine a ésto!
-¡Yo tampoco! Pero ahora vamos, dale. No aflojeés, por favor.
En voz baja le suplico a este Nahuel enceguecido que tenga piedad de nosotros, que nos deje llegar a la costa. Andrés me sigue dando indicaciones a los gritos sobre cómo agarrar la ola y me cuestiono por qué carajo salimos si no estábamos seguros, si veíamos que las olas cada vez eran más y más jodidas.

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Confío. Confío en que vamos a poder. Avanzamos hacia la costa pero parece que se aleja. Avanzamos como caracoles. Me olvido de la técnica, dejo de remar con la espalda y toda la fuerza la hago con los brazos. Pero en un momento, sin darme cuenta, hago un click. Pará, lo estamos haciendo bien. Estamos controlando la situación, estamos tomando las decisiones correctas. Sin embargo no veo la hora de bajarme del bote y decirle a Andrés que ésta va a ser la primera y última vez que salgamos así.
Después de una hora y 6 km, llegamos a la costa. Dejo el bote como puedo, me bajo, respiro y noto que mis manos siguen temblando de miedo. Ya está, ya pasó. No sé de dónde sacamos tanto huevo pero lo que sí sé es que este día se termina acá. Basta para mí, basta para todos.
Al día siguiente el lago está más tranquilo. O quizás no está tan tranquilo como los dos primeros días, pero si ayer era una especie salvaje, hoy es un animalito del zoológico: nos deja mantener la proa derecha y conversar sin gritarnos.
Nos alejamos de la estepa y nos vamos metiendo otra vez en el bosque. Observamos las copas de los árboles, sus colores y contrastes. Observamos la vida que hay en la tierra. Algunos verdes son tan intensos que no podemos quitarles la vista. Vemos bahías puntiagudas, otras rodeadas de paredones altos, están las redondeadas y las que tienen piedras que sobresalen del fondo y que las olas tapan.
Hoy, además del bosque, quedamos obnubilados por los detalles en movimiento: las gotas que rebotan sobre las piedras en slowmotion. Esas gotas que quedan huérfanas de su madre-ola, que quedan flotando, pero en el aire. Y también vemos al pato de los torrentes, que estira sus alas de pluma para cazar insectos, alimentarse y seguir. Y cuando volvemos a posar los ojos en el bosque, me doy cuenta de algo: la naturaleza no es perfecta. Está llena de imperfecciones: troncos pelados y caídos, árboles tupidos y flacos, picos de montañas áridos y pedregosos, laderas vacías y playas que hacen doler los pies con sus piedras irregulares.
En la mente radica nuestra construcción ideal y errónea de lo perfecto, porque lo que el hombre cataloga así, simplemente no existe en ningún orden de la vida. Y es por eso que me llama la atención el bosque: porque hoy logró contradecirme y reformular una premisa que creía exacta y cierta: la naturaleza es perfecta…no, la naturaleza es perfecta en su imperfección.
La ciudad de Bariloche se convierte en un punto lejano y el cerro Tronador se lleva todos los halagos.

mapa

Hace miles de años, gran parte del territorio del Parque Nacional Nahuel Huapi estuvo cubierto de glaciares, pero los cambios climáticos dieron pie a que esos hielos empiecen a derretirse. Así se formaron valles, lagos y ríos. Hoy esos glaciares milenarios están en la cumbre del Tronador (su nombre alude a los desprendimientos de hielo que provocan sonidos estremecedores). Tiene 3478 metros y es el pico más alto dentro del Parque.
Los planes del día cambian: en lugar de seguir hacia el brazo Huemul, y teniendo en cuenta que los próximos tres días anuncian vientos fuertes, decidimos cruzar hacia la isla Victoria para descansar y conocer la isla a pie. Desde donde estamos son 5 km en línea recta y a lago abierto, pero como ahora está calmado, no corremos ningún riesgo.
Mis intenciones de llegar remando sola, se agotan. Andrés me mira, asiento sin decir una palabra y engancha el remolcador en la proa del kayak para darme una mano. No es que ahora deje de remar y sienta que estoy en una góndola de Venecia, pero al menos llego sin hacer tanto esfuerzo.
A las 6 de la tarde llegamos a la mágica playa Piedras Blancas. Pero eso lo dejamos para el próximo capítulo.

La Vida de Viaje
Andrés Calla y Jime Sánchez, viajan en bicicleta desde enero de 2013. El primer gran viaje fue por Argentina, uniendo Ushuaia-La Quiaca a lo largo de 6600 kilómetros durante 9 meses. En este viaje recorrieron el Litoral, el Noreste, el centro del país y ahora comenzaron a recorrer los lagos del sur. En su blog se pueden ver todas sus historias.

www.lavidadeviaje.com

AguaKayak

3500 Km en Kayak, Sin Apuro.

septiembre 10, 2016 — by Andar Extremo

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Desde Rosario Argentina a Diamantino Brasil. Editada en la Revista Andar Extremo nº 41

“Sin Apuro” así se llamó el raid en kayak que realizaron desde Rosario (Argentina) a Diamantino (Brasil) Manuel E. Rois, Manuel Settimini y Franco Cacciola, remaron durante 3500 km remontando los ríos Paraná y Paraguay en una travesía que les demandó 7 meses.

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La idea de hacer este viaje se comenzó a gestar a principios de la primavera de 2014 en Mendoza, cuando fui a visitar a Manuel Settimini con quien íbamos a Los Andes en busca de la cima del cerro Sgto. Manuel Rodríguez (tío de mi padre) y hablamos sobre qué haríamos el año próximo ya que ambos sentíamos aires de cambio.
En noviembre Manuel estaba de visita en Rosario, me dijo su idea de ir en kayak hasta Corumba, Brasil, por el río Paraná y Paraguay y de ahí hacia Bolivia, luego Perú, etc… Yo venía pensando viajar en kayak saliendo desde Rosario, mi ciudad natal donde comencé a remar, y armamos junto a Fabricio Timó la escuela de canotaje «Al otro lado del río». Quería un viaje donde pudiera escapar de las grandes urbes y mimetizarme con un entorno natural SIN APURO. Así que no terminamos de contar nuestras ideas que ya sabíamos que el viaje se hacía. Manuel volvió a Mendoza a trabajar la temporada en Aconcagua, y a su regreso en marzo resolvíamos lo necesario para partir.
Me puse en contacto con Eduardo Narvaja, un kayakista paranaense con más de 30 años de experiencia, quien remó desde Corumba a Buenos Aires y nos dio una mano grande durante el viaje; con Ezequiel Vela, de Gualeguaychú, que fue desde las nacientes del río Paraguay, en Diamantino, Mato Grosso, Brasil, hasta Buenos Aires; y también con Jorge Mac Donald, rosarino que bajó por el mismo río en chalana (canoa de madera) desde Cáceres, Mato Grosso hasta Formosa. Este último nos reafirmó la idea de continuar hasta Cáceres.
Durante el proceso un compañero se sumó al viaje, Franco Cacciola, amigo de Manuel de Aconcagua, quien se entusiasmó escuchando hablar del viaje. Nunca había remado, pero tenía experiencia en la naturaleza, estado físico y lo fundamental, ganas de viajar.

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Era 6 de mayo del 2015, Rosario, Santa Fe, Argentina. Mientras tomamos unos mates, llevamos los kayaks hasta el agua (su peso estaba arriba de los 100 Kg) y saludamos a quienes fueron a despedirnos (Madre y hermano de Manuel S.; mis tíos Alfredo y Nora; Eliana; Jesús y Sebastián Wey).
Soplaba viento sur fresco, con un sol otoñal. La sensación era como cuando algo termina, similar a la satisfacción de quien finaliza un estudio. Después de meses de tener la mente dentro de los preparativos del viaje, de preparar el espíritu para la nueva experiencia y dejar atrás el resto, me sentí más liviano y relajado de hacer al fin lo que planeamos durante meses.
Los próximos días fueron de adaptación, tanto física y mental como la dinámica del grupo ya que con Franco no nos conocíamos previamente. Físicamente hicimos frente no sólo a la corriente en contra sino también al viento norte que por esa época gustaba comenzar a soplar antes del mediodía hasta las 4-5 horas de la tarde dificultando el avance.
El tramo que comprendió el río Paraná (820 km en 42 días), antes de entrar en la desembocadura del río Paraguay, se caracterizó por remadas acompañadas de paisajes amplios, donde el cielo, el agua y la vera hacían nuestro horizonte infinito. En los campamentos agrestes a la vera del río o en riachos internos del humedal, los atardeceres y la puesta del sol eran «el momento» del día, seguidos por la cena al fuego, un poco de música rústica que hacíamos entre nosotros, acompañados del cielo lleno de estrellas.

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Luego entraríamos en las aguas del río Paraguay, nos acompañarían por más de 2800 km hasta sus nacientes, y se compartía entre Argentina (margen oeste) y Paraguay (margen este) 375 km. Ese día y el siguiente fueron los más fríos del viaje. Aquí el río se hacía más estrecho, cambiaba su color, velocidad y comenzaban a notarse cambios en la flora (estábamos en la región del gran Chaco) y fauna (avistamos los primeros tucanes, monos entre otros animales que latitudes más al sur no se encuentran fácilmente). Cambiamos los atardeceres en el Paraná por amaneceres espectaculares. Los campamentos agrestes cesaron ya que no se encontraban lugares y comenzamos a pernoctar en puertos y localidades de ambas márgenes donde siempre fuimos muy bien recibidos. Tuvimos un imprevisto, el idioma Guaraní, el cual redujo en ocasiones la comunicación al antiguo y universal lenguaje de señas.
Dejamos Argentina atrás con la bienvenida al territorio paraguayo que nos dio Asunción el 6 de julio cuando cumplimos 2 meses de la partida. Allí fuimos increíblemente bien recibidos por Santiago Vourliotis y Nahuel Hassan quienes conocimos a través de Ezequiel Vela (kayakista de Gualeguaychu). Gracias a ellos pudimos hacer un descanso del río. Nos llevaron a recorrer las regiones cerca de la capital, campos y sierras fueron nuestro entorno acompañados de buenos momentos.
Ahora teníamos 615 km para atravesar tierra paraguaya por ambas márgenes. Esta etapa comenzó con varios cambios. El más importante fue tomar agua directa del río sin potabilizar, lo cual nos sacaba un peso de encima. Pasamos el trópico de Capricornio y la temperatura aumentó drásticamente acompañado de la época de seca con fuertes vientos del norte que por momentos no permitió el avance. Como despedida de esta etapa conocimos a los buenos amigos del barco hotel San Gabriel quienes nos agasajaron con un día de descanso sobre su embarcación con comidas y bebidas deliciosas.

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Porto Murtinho fue el primer puerto brasilero. Llegamos cansados después de largas remadas con viento norte y temperaturas altas que nos obligaban varias veces a remar de noche y descansar de día. En la vera conocimos a Brass Neto por casualidad (o causalidad), él fue la gran bienvenida a Brasil. Nos consiguió una casa barco donde pudimos descansar varios días, conocer la ciudad y hasta compartimos un almuerzo con el intendente Heitor Miranda y su gente.
Los próximos 260 km los compartían el río Brasil y Paraguay. Aquí estaba el portal a la región del gran pantanal atravesando el «Fecho dos Morros» (embudo natural que regula el nivel del agua). Ese mismo día acompañaron nuestra remada casi un kilómetro tres curiosas ariranhas (nutria gigante). Tuvimos la oportunidad de compartir varios días con comunidades indígenas Chamacoco y Tomarajo aprendiendo su historia y costumbres.
Como cierre de oro del Paraguay llegamos a la estación biológica «Tres Gigantes» localizada sobre el Río Negro divide con Bolivia. Allí Nery Fabián Chamorro, encargado de la estación, nos recibió como hermanos. Vimos en estado natural yacarés, monos, incontable cantidad de aves, venados, osos hormigueros y por primera vez las pisadas del yaguareté que sería un personaje importante durante el resto del recorrido.
Puerto Bush, Bolivia, fue el siguiente puerto donde se encuentra la reserva natural de Otuquis. A partir de allí nos adentrábamos en territorio brasilero, ellos tienen un control mayor de conservación de la naturaleza y se podía notar desde los primeros kilómetros. Capivaras (carpinchos) descansaban en la vera a nuestro paso sin mostrar alarma por nuestra presencia.
Todavía nos separaban 250 km de Corumba, punto clave de la peregrinación acuática. Todas las personas que entablábamos conversación nos preguntaban si habíamos visto una Onҫa Pintada (yaguareté) y que busquemos refugio para dormir porque era muy peligroso acampar en el Mato, solos. Haciendo caso de los vaqueanos fuimos parando en fazendas y donde había moradores donde la recepción era muy cálida. Ahora al paisaje se sumaban morros en el horizonte y en la vera del río.

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Llegando a Corumba tuve el mismo sentimiento que el día de partida. La satisfacción de haber cumplido con uno de los objetivos, si bien faltaba, habíamos remado 2350 km! Aquí pudimos descansar gracias a Viviana Méndez que nos cedió la sede de la ONG Paz & Natureza Pantanal. Durante nuestra estadía investigamos a fondo la derrota que nos separaba hasta el próximo puerto, Cáceres, 680 km donde sólo hay algunas fazendas, pescadores a la vera y lo que venía siendo el verdadero motor del viaje, el gran pantanal, un ecosistema con más biodiversidad que el propio Amazonas.
El día que partimos de Corumba, se sabía que debíamos estar alerta en todo momento, ya que si bien no somos el alimento preferido de onҫas y anacondas, son animales salvajes oportunistas y al acecho, y la densidad de su población en esta región es la mayor del mundo.
La realidad fue conocer un lugar increíble, donde la naturaleza le saca ventaja a la humanidad. Por momentos olvidaba que existía la sociedad moderna y el sueño de vivir, de perderse en ese paraíso latía en cada remada. Podría escribir un libro de esa vivencia de 33 días. Cada jornada nos sorprendió con un paisaje, un árbol, un ave, el gesto y el sabor de un plato de arroz con feijao de cada pantanero, una mariposa, un atardecer, el olor de una planta desconocida, un amanecer, una luna llena, mirarse a los ojos con un yaguareté, mirarte con tu compañero de viaje y saber que es cómplice de mil aventuras y nada cambiará eso.

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El 1 de noviembre del 2015 arribamos a puerto Cáceres, más de 3000 km de ríos libres de represas desde Rosario. Estábamos física y mentalmente agotados, pero con el espíritu grande. Sabíamos que el camino del agua todavía continuaba. Después de descansar, recorrer la región y hacer muchos amigos volvimos al agua para seguir remando hasta donde no se pudiera más.
El 4 de diciembre llegamos a Diamantino, ciudad y región donde se encuentran las nacientes del río Paraguay y donde terminaba nuestra remada que comenzó en Rosario a más de 3500 km, 7 meses atrás. Aquí el río no supera los 15 metros de costa a costa. Sorteamos saltos y correderas a pie porque los kayaks no podían hacerle frente a la fuerza del agua.
Ahora nos encontramos en una región que sirve de divisor de aguas de la cuenca platina y amazónica. ¡Sería una pena desaprovechar la oportunidad de adentrarnos en las aguas de la cuenca vecina!
Los protagonistas de este viaje no fuimos sólo nosotros, sino quienes fueron parte desde el sentimiento, la buena intención y bondad con la que nos dieron la mano.

A ellos, eternamente agradecidos.

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KayakSupervivencia

FUIMOS, relato de una Travesía y una Sudestada

agosto 15, 2016 — by Andar Extremo

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¿Qué preponderancia debe tener el factor 'suerte' en cuestiones relacionadas con situaciones que podríamos evitar?¿En qué preciso momento es necesaria la fuerza para decir 'no' a pesar de nuestra experiencia o habilidad? ¿Cuándo se enciende la chispa que nos hace ir más allá de los riesgos que sabemos existentes y nos impulsa a subestimar situaciones peligrosas? Tal como sabemos, el azar es caprichoso pero la evaluación de riesgos es una habilidad que toda persona que realiza un deporte en contacto con la naturaleza debe desarrollar y perfeccionar. El equilibrio entre la recompensa y la desgracia es fino y a menudo difuso cuando la pasión por la actividad, sea cual fuere, hace su trabajo en el espíritu de aquellos que buscan la aventura. En deportes que impliquen riesgo la suerte debería brillar solamente entre bambalinas. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 41 May/Junio 2016

Por NorberthHaertel

Cuando entrar la supervivencia en una excursión de Kayak pende de un hilo

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Fuimos. Si, fuimos. ¿Deberíamos haber ido? La respuesta a esta pregunta solo es posible en retrospectiva y solo la conocemos ahora, luego de haber pasado por situaciones que creo hubiésemos preferido no pasar. Algo es claro, hicimos lo posible, pero en algún punto todo fue más de lo esperado. Habíamos tomado todos los recaudos y por eso salimos el jueves a las 4 de la mañana del Club Hispano de Tigre. Gracias a la colaboración de la gente del club, luego de explicarles el pronóstico, pudimos salir más temprano y evitar situaciones de algún modo ‘peligrosas’ con el fin de llegar seguros al decimoprimer encuentro anual de kayakistas 2016 en la isla Martín García.
El viaje de ida hasta la isla fue agradable, estábamos enteros luego de 10 horas en el agua, a horario y con un día radiante hasta ese momento. Un poco atrasados, quizás, dado que el pronóstico prometía fuertes vientos sobre el canal Buenos Aires a partir de las doce del mediodía. Diría que llegamos un tanto jugados, con algo de duda sobre cómo encontraríamos el canal. Por fortuna, pudimos hacer el cruce a la una de la tarde sin problemas gracias a la suerte que mandó el viento para atrás unas tres horas, iniciándose el llamado ‘pesto’ o ‘rosca’ tipo cuatro de la tarde. En este horario ya las cosas estaban complicadas. El viento imponía paulatinamente su fuerza, las olas crecían y las ansias de que todos cruzaran bien, también.
Ya en la isla Martín García, con los botes en parque cerrado, fuimos al muelle a ver cuál era la situación, a tratar de deducir cómo estarían las condiciones en el canal y para ver si veíamos a alguien apuros. Algunos kayakistas llegaban cómo podían, con sus últimas fuerzas, cual sobrevivientes. Las palas se veían aparecer y desaparecer a lo lejos entre las olas. Algunos prefectos estaban apostados en el muelle con largavistas tratando de ver qué pasaba y para ver sí advertían alguien flotando o en peligro. El viento aumentaba, la noche caía y la situación general empeoraba.

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Era imposible no pensar en los que estaban en el río peleando. ‘-¿Estarán bien? ¿Los chicos venían? ¿A qué hora salieron? ¿Ya llegaron?’ Las preguntas abundaban y las respuestas no. La alegría de ver compañeros llegar era enorme. Cruzaron, bien ahí. Zafaron. ‘-¿Y cómo estuvo? ¿Lo viste a tal o cual? ¿Qué sabés? ¿Llegaron? ¿Dónde están?’ El abanico de preguntas se limitaba a un hecho puntal: que hayan llegado. No más que eso.
Luego de unas horas, ya caída la noche, empezó a circular entre los kayakistas el rumor de que tres palistas habían querido cruzar llegando solo uno de ellos. Es decir, lo que nadie, pero nadie hubiese querido escuchar. La información era muy escasa: uno cruzó, el otro fue rescatado por prefectura. ‘-¿Y el otro quién es?’ Ya no importaba quién era, lo único que importaba era que podía haber sido cualquiera de nosotros. Eso nos despertó muchas dudas con respecto a la decisión de haber ido o qué nos había motivado a ir. Solo queríamos que aparezca y que aparezca bien. Sé que nadie lo decía, pero todos lo pensaban. Y me refiero a eso. Si, eso que alguna vez pasó y que solo sabíamos a través de lo que nos contaban aquellos que estuvieron esa vez durante el primer encuentro del año 2006.

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Simultáneamente a esto otras noticias llegaban a la isla Martín García de manera esporádica. Se sabía que había gente pasando la noche en la Isla Timoteo Domínguez cuyas embarcaciones fueron derivadas por el viento. Otros se habían vuelto al club motonáutico del Paraná Miní. Otros estaban colgados de los árboles en hamacas paraguayas en las Islas Oyarvide dispuestos a pasar la noche con la sudestada. Otros dejaron los botes en las Oyarvide y los cruzó prefectura en un gomón por precaución. Estas noticias, sumadas a las anteriores, hacían mella en los ánimos y profundizaban las dudas y la incertidumbre. Ya todo se había ‘pasado de rosca’. Ya no era un juego o una aventura sino que era otra cosa: un peligro.
Durante el viernes el viento fue constante y fuerte. La marea subió rápido durante la madrugada y ya había inundado el parque cerrado lo cual nos obligo organizarnos espontáneamente para subir los botes durante la madrugada dado que algunos ya se encontraban flotando. Sin embargo, hicimos el rol en prefectura para salir el sábado a las seis de la mañana, pero nadie aseguraba si nos iban a dejar. La duda aumentaba, los vientos que se auguraban no eran del todo favorables y no había novedad del palista hasta el momento desaparecido. Ciertos pronósticos indicaban que iba a haber una ventana tipo seis de la mañana, momento en el cual, supuestamente, el viento bajaría un poco. La cosa era cruzar el canal Buenos Aires, el resto capaz ‘lo manejábamos’, pensamos. Otro tema era el Paraná de las Palmas que a veces se pone un poco traicionero con varios tipos de olas dependiendo del punto en el cual uno se encuentre durante el cruce. Nos fuimos a dormir luego de una ‘celebración’ de cierre del encuentro que en algún punto se vio un tanto empañada por la situación general: un palista seguía sin aparecer, el viento no aflojaba, el pronóstico no era muy alentador y nosotros tratábamos de tejer alguna estrategia para ver cómo nos íbamos a ir y en qué condiciones íbamos a remar.

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Habíamos puesto el despertador las cuatro de la mañana para que a las seis pudiéramos tener todo listo para irnos si se podía. Nos levantamos, e inevitablemente miramos las palmeras y los árboles altos de la isla para darnos una vaga idea de cómo venía la mano. Es decir, para ver si la ventana se abría y para sacarnos de encima cierta angustia, pero nada cambiaba demasiado. Soplaba, menos, un poco menos, pero soplaba. Seguimos adelante: preparamos todo el equipo, levantamos campamento y, sin perder un segundo, estibamos los botes y nos pusimos nuestro equipo como para salir ni bien prefectura autorizara la salida. Lo único claro es que nada estaba claro en ese momento.
Ya en el parque cerrado y con los botes listos, mirábamos a los palistas llegar de los campamentos para iniciar el ritual de la estiba. Seguía soplando. ‘-¿Se sabe algo?’ ‘-Nada’ ‘-¿Y? ¿Se sale o no se sale?’ ‘-Ni idea. Parece que no, dijo prefectura’ La misma conversación se escuchaba como eco entre los aproximadamente trescientos palistas que estaban en la isla. La salida se retrasaba. La tan ansiada ‘ventana’ parecía no abrirse nunca. El viento parecía aumentar a cada instante y cada vez más palistas llegaban de los campamentos. El momento de salir era ya mismo. Luego ‘iba a empeorar’, decían.

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A las ocho de la mañana del sábado había llegado el momento. Prefectura dijo que si. Emprendíamos el regreso. Estaba todo listo, pero no teníamos idea de lo que había ahí afuera. Ya estábamos en el agua, flotando. Empezamos a palear con los timones abajo y bien asegurados. Avanzábamos, metro a metro todo se ponía peor. Las olas, que venían de popa, eran cada vez más grandes y nos desequilibraban. Nos perdimos de vista. Las olas crecían. Era bastante peligroso mirar hacia atrás. Las olas seguían creciendo. No me atrevo a especificar su altura pero fácilmente superaban los dos metros. La corriente nos derivaba y solo se podía remar tratando de mantener el equilibrio y no dejar que las olas arrastraran el bote. Era complicado. No se avanzaba. Casi nada. Las olas de popa eran cargosas y poco se podía hacer más que aguantar y mantenerse a flote para no caer o ser arrastrados. Al mirar al costado se veía la verdadera magnitud de las olas y se tomaba consciencia de donde estábamos realmente. Los brazos se cansaban y los compañeros no se veían. Las preguntas abundaban y el viento, soberbio, seguía riéndose de todos nosotros. Algunos palistas se daban vuelta a lo lejos. Las lanchas de prefectura hacían lo posible. Otros kayakistas asistían a los caídos en una maniobra admirable, otros luchaban por aguantar. Los chicos seguían sin estar a la vista.
Luego de unos 45 minutos, o más, fuimos llegando una a uno a salvo a las islas Oyarvide a unos quinientos metros del canal Petrel por lo que debimos remontar el río por la costa hasta entrar al pasaje entre las islas. No festejamos y apenas nos reconocimos en una señal de aliento, angustia y cansancio. Lo que habíamos pasado dejaba un cierto sabor amargo. No la pasamos bien y todavía quedaban unos 50 km por recorrer. Al voltear la vista atrás hacia el canal Buenos Aires tomamos conciencia por lo que habíamos pasado. Las olas eran grandes de verdad y nos costaba creer que momentos antes habíamos estado remando en ese lugar que en algún punto se parecía a un campo de batalla.
Una vez pasado el susto del canal Buenos Aires nos dispusimos a meterle remo a ‘Los pozos del Barca Grande’. Esta es una porción de río muy ancho que se extiende entre las islas Oyarvide y el Paraná miní y que está formada principalmente por la desembocadura del Arroyo Barca Grande y otros arroyos más pequeños. El río estaba alto por la sudestada por lo que entrar al Paraná Miní fue fácil pero el sudeste entraba directo formando olas sobre las islas que ahora estaban tapadas por agua. Otra vez las olas de popa dificultaban una entrada fácil, aunque su dirección era propicia para ‘surfearlas’ en dirección al Paraná Miní.

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Ya entrados en el Miní nos agrupamos en la intersección con el arroyo Diablo. Una vez en el lugar bajamos de los botes y poco a poco fueron llegando kayakistas y noticias de las buenas y de las malas. Ahí fue donde nos enteramos que habían encontrado con vida al palista que había desaparecido. También nos enteramos quiénes se habían dado vuelta en el cruce y cómo estaban. La imagen era cimatográfica: cada kayakista que llegaba había sobrevivido al cruce. La situación se asemejaba a ciertas escenas de las películas bélicas en las cuales se está esperando la llegada de soldados que vuelven de una batalla. Esa era la sensación que me daba el estar ahí, junto al resto de los palistas que se veían cansados mientras relataban su propia experiencia y cómo la habían vivido.
Luego de un pequeño descanso, remontamos el arroyo Diablo donde los ‘Bajos del Temor’ nos esperaban bien cargosos. Mucha ola y mucho viento durante un tramo que volvió a ser agotador hasta llegar al Aguaje el Durazno donde tuvimos todas las corrientes a favor hasta llegar al Paraná de las Palmas. Esto nos permitió recuperarnos un poco y prepararnos para el último desafío que nos tenía preparado la sudestada.
El Paraná de la Palmas es una cosa aparte. Cuando llegamos lo vimos, nos detuvimos y lo estudiamos. Estaba ahí, esperándonos como siempre, pero esta vez guardaba una sorpresa. Si, otra sorpresa. El viento soplaba fuerte del sudeste por lo que al salir a su cruce todo estuvo bien hasta despedirnos del resguardo de la costa. En ese momento el viento entraba sin obstáculos, lo que transformó un cruce agradable en olas que superaban los dos metros nuevamente. Una vez más nos enfrentábamos a lo que no queríamos. Por suerte pudimos negociar las olas de frente, lo que nos permitió tener un manejo más claro de la ola. Elegimos un punto en la costa, remamos y otra vez nos perdimos de vista. Unos minutos después dejé de ver a Edu. Fer ya había cruzado. ‘- ¿Y Edu?’, le pregunté a Fernando. ‘-Viene ahí atrás’, respondió Fer. Zafamos, una vez más. Luego del cruce de Paraná, estábamos en el barrio. Ya estaba todo claro. La suerte estuvo a nuestro favor. El resto del viaje fue normal, conocíamos el camino. Ya no había peligros claros en la zona por la que debíamos remar hasta llegar al punto de partida: el Club Hispano.

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Lo que acontece luego de los sucesos relatados en los párrafos anteriores culmina sencillamente con nosotros tres en el club. Estábamos enteros, cansados, pensativos y con ganas abrumadoras de llegar a casa y de estar secos. Nos miramos, pero nadie dijo una palabra. De hecho, no había nada o casi nada que decir: habíamos zafado. Zafado y no más que eso. ¿Fuimos valientes? ¿Fuimos capaces de mantenernos juntos? ¿Fuimos compañeros? ¿Fuimos ‘kamikazes’? ¿Fuimos ignorantes? No lo sé, fuimos. Creo que las respuestas llegarán en su momento. Sin embargo no fue cualquier travesía. Fue un viaje que puso de manifiesto aspectos fundamentales que deben ser tenidos en cuenta al momento de emprender una travesía: nuestras limitaciones, nuestros miedos, nuestra fuerza espiritual, nuestra fuerza física y nuestras destrezas. Doy gracias que tuve compañeros que no aflojaron, que se mantuvieron fuertes y que supieron mantenerse atentos en los momentos más complicados. Si bien este relato admite un abanico de reflexiones y pensamientos, la verdadera conclusión es simple: en esta vida, todo es aprendizaje.
Es mi intención dedicar este humilde relato a mis compañeros de travesía (Eduardo Baraiolo y Fernando Ruiz) y a todos los kayakistas que vivieron todas o parte de las situaciones que intenté describir. Si algún lector considera que las experiencias relatadas pudieran ser útiles a otros kayakistas (experimentados o no), siéntanse libres de compartirlas.
Buenos vientos a todos!!!

8 horas arriba de un árbol
Martin Maccagno, Kayakista que con la sudestada se quedo en un árbol por 8 horas en el cruce a la isla Martin García, en el último encuentro anual.
Gracias Prefectura Naval Argentina!!.
Por habernos rescatado en la isla Oyarvide , a tan solo 3 km. que la separaba de la isla Martin García. Donde luego de 47.5 km. de remada en nuestros kayak de travesía, hacia el 11º encuentro anual de kayak, nos encontramos conque el cruce estaba muy complicado con olas de metro y medio y vientos muy fuertes. Emprendimos juntos con mis amigos y otros kayakistas el cruce, uno solo de los nuestros se mandó a seguir, nosotros decidimos parar en una isla donde había tierra firme, ahí paramos, juntamos leña, encendimos el fuego, e hicimos un refugio arriba de un árbol, a 2 metros. Hice unas hamburguesas en una parrillita con carbón que lleve en mi tambucho, comimos,abrimos un vino, pero luego el agua empezó a subir hasta casi el cuello. Estuvimos en el árbol hasta las 3 de la madrugada. Tres de mi grupo durmieron sentados en sus Kayak y fueron rescatadosen la mañana del viernes. A las doce de la noche más o menos nos buscaba el helicóptero de prefectura, y luego de hacerles señas con linternas, se paró arriba nuestro con su reflector y se fue, a las tres horas vino una lancha de ellos y bajamos del árbol nos metimos al agua helada (que lo habíamos hecho muchas veces para tomar nuestras cosas o atar bien los kayak que se habían hundido) y con las fuerzas que nos quedaban subimos al gomón, que fue difícil hacerlo. Nos llevaron y alojaron en su destacamento. Había dos kayakistasdesaparecidos ,unolo encontraron a uno a 15 km de ahí , el otro llego nadando a Uruguay, tambiénrescataron a una pareja y otros kayakistas más.Fueron muy hospitalarios con nosotros.

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