Kayak

FIORDO PARRY, CHILE

febrero 11, 2020 — by Andar Extremo

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FIORDO PARRY, CHILE

febrero 11, 2020 — by Andar Extremo

Del 1 al 4 agosto se realizó en una de las zonas más bonitas del planeta, el Encuentro Invernal de Kayak de Mar. Atilio Mosca, integrante kayakista del club AFASyN de Ushuaia, cuenta la historia de este evento desarrollado en Tierra del Fuego Chilena.

Por Atilio Mosca, fotos Francisco Ibarra Osorio

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Cuando llegó a mis manos la invitación de Nativo Expediciones SRL, para ser guía del Primer Encuentro de Kayak Invernal de Mar en Tierra del Fuego Chilena, más precisamente en el Fiordo Parry, armamos un grupo de kayakistas del club AFASyN de Ushuaia para asistir al evento.
Esta región posee un paisaje majestuoso, que comprende montañas, fiordos y glaciares, fauna marina muy diversa, y un clima que imposibilita predecir lo que sucederá en las próximas horas.

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Para viajar éramos 6 kayakistas: Guadalupe Gómez, Luciana Cavallin, Agustín Ciolfi, Hugo Monte de Oca y yo de Ushuaia y Dolores Urdampilleta de Mar del Plata. En el grupo de Whatsapp volaban las preguntas, había mucha ansiedad y entusiasmo. La decisión principal, fue llevar kayaks de plástico roto-moldeados, por la presencia de hielos flotantes dentro del fiordo. Luego entendimos que fue una muy buena opción. Cuando ya teníamos todo organizado y faltaban dos días para el viaje, lamentablemente Dolores Urdampilleta, kayakista de Mar del Plata, tuvo que bajarse de la expedición.

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El día antes de salir, cargamos los kayaks en las camionetas y empezamos a sentir el invierno. Lograr atar y fijar los kayaks en los techos del vehículo con viento y frío fue muy dificultoso, pero las ganas de estar en el fiordo rodeado de cinco glaciares que llegan al mar con las imponentes montañas de la Cordillera Darwin de fondo, hacían olvidar las duras condiciones.
En Ushuaia, que remamos en el Canal de Beagle todo el año, la temperatura no nos amedrenta. Sabía que, al ingresar en los fiordos con los glaciares, bajarían, y más en esta época. Mi experiencia de haber navegado los fiordos tanto en kayak como en velero, sirvió para que el equipamiento que lleváramos sea el adecuado. Fundamentalmente lo más importante era el traje seco, abrigo debajo y buena bolsa de dormir para recuperarse del cansancio diario.

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El día 1 de Agosto con el amanecer, emprendimos el viaje en dos camionetas 4×4, que también había sido un requerimiento, por la zona de alta montaña que había que atravesar y que en estos momentos sabíamos que se encontraba con mucha nieve.
La ruta que nos tocaba hacer en vehículo eran 570 km desde Ushuaia. Pasamos por Río Grande y luego cruzando la frontera Argentina-Chile en el paso San Sebastián, para llegar a la comuna de Cameron, donde pudimos descansar la primera noche y nos encontramos con los organizadores Camilo Uribe y Fredy Moreno de NATIVO EXPEDICIONES SRL.

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Hasta llegar, la ruta fue clásica de Patagonia: poco tránsito y mucho paisaje. Cameron se encuentra en la cota oeste de la Isla de Tierra del Fuego lado chileno, sobre el Estrecho de Magallanes. La mitad del camino era de asfalto, la otra de ripio y con nieve. Como medidas de precaución llevábamos cadenas para las ruedas de los vehículos que, además, tenían clavos.
Al llegar y entrar al valle de la comuna, el paisaje bordeando la costa del Estrecho de Magallanes, se veía majestuoso. Campos con horizontes infinitos, el típico guanaco queriendo saltar algún alambrado, y algún hambriento cóndor sobrevolando la ruta en busca de comida. Los cóndores en época invernal se encuentran en zonas más bajas ya que las cumbres están nevadas.

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La recepción estaba prevista en el albergue municipal de la comuna, cedido por el alcalde. Ahí nos encontramos con los demás integrantes de Chile: Pablo Aravena Cerda (kayakista de Coquimbo) y Juan Paulo Cerón (de la empresa UNIVERSAL KAYAK de Santiago), quien compartiría conmigo la tarea de guía del encuentro. Al equipo de la organización se sumaba Valeria, marinera de la embarcación que nos llevaría de Caleta María hasta el campamento dentro del Fiordo Parry.

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Después de deleitarnos con una rica cena, brindar y augurar una buena estadía en los glaciares, tomamos posición de las cuchetas. A Hugo le toco mantener la salamandra alimentada de leña para conservar la temperatura de la cabaña durante la noche, única calefacción en estos lugares.
A la mañana siguiente, continuamos en los vehículos. Al principio la ruta era ripio, pero a medida que nos elevábamos en las montañas, la nieve cubría todo. Para nuestra suerte, el camino era mantenido por máquinas del ejecito y no hubo necesidad de encadenar las ruedas. La cordillera se cruzó muy despacio, pero segura.

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Al alcanzar el final de la ruta: Caleta María. Allí nos esperaban Fredy, el capitán, y Valeria. Con ellos recorreríamos 30 km para llegar al campamento. La Armada de Chile esperó nuestra llegada a Caleta María. Una vez que inspeccionó los kayaks y equipos, dio el visto bueno para iniciar la navegación e ingresar a uno de los lugares más inhóspitos de Tierra del Fuego. La embarcación, con 12 personas, kayaks y bolsos con equipos, contaba con dos motores que la hacían correr a 30 nudos. Alcanzar esta velocidad optimizaba el viaje ya que en esas latitudes el clima era intenso y cambiante. El mar puede variar de estar planchado, a elevar en 5 minutos 2 m de ola, por el aumento en la intensidad del viento.

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“Nuestro propósito era visitar lugares vírgenes, procurando respetarlos y mantenerlos igual de vírgenes para los próximos buscadores de lugares especiales”

Al poco tiempo de estar navegando en la lancha e ingresar al fiordo Parry, la ansiedad por ver dónde pasaríamos los próximos dos días remando, y el deseo de registrar todo, nos hacían disparar fotos y videos en todos los aparatos que llevábamos. Para nuestra suerte iba Francisco, fotógrafo profesional, quien registró imágenes de momentos únicos.
Llegamos a Puna Canoa a las 15 h y nos recibió en tierra Fabián, quien se encargó del campamento armando un refugio tinglado para protegernos de la lluvia y nevadas, que eran inminentes. Ya habíamos pasado frente al primer glaciar que daba la impresión de forzar su paso entre las montañas para poder tocar el mar.

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El fuego estaba siempre encendido para tener un punto cálido donde reunirse y disfrutar de historias y anécdotas vividas por los que participábamos de la reunión, tal como lo hacían los pueblos originarios que habitaron estos lugares. Esa primera noche, se planificó la actividad del próximo día y a la vez un cordero fueguino crujió al espiedo. A la cena se sumó un zorro colorado, que se hizo habitué del campamento y que tomaba confianza con el correr del tiempo. A medida que pasaba la noche nos íbamos acomodando cada vez más cerca del fuego. La escasez de confort se empezaba a sentir. El piso estaba totalmente húmedo por el manto verde de las hojas y tierra acumulada durante milenios. Fabián (Guenchu) improvisó unos bancos con troncos. Guenchu, como lo llaman sus amigos, vivió toda su vida en estos lugares y su físico fue moldeado para resistir el trabajo duro de pescador artesanal, marisquero y centollero. Mientras que nosotros ya no teníamos ropa para ponernos encima y ya no contábamos la cantidad de capas entre sintéticos y respirables, él se manejó con un buzo de algodón como único abrigo, cuando no, aparecía en remera… pura adaptación al medio. Pasadas las horas, cada uno buscó su carpa. En minutos, el silencio recuperó el lugar.

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A las 6 h de la mañana, Guenchu empezó a levantar la fogata para armar el desayuno y cortar el frío mañanero. A las 8 h comenzaron a surgir de las carpas en estado somnoliento, los kayakistas, que habían experimentado la primera noche invernal dentro de un fiordo rodeado de 5 glaciares. Los que tuvieron sueño liviano pudieron escuchar los estruendos producidos por los desprendimientos de bloques de hielo de los glaciares.

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Enseguida, nos pusimos los trajes secos, chalecos salvavidas y demás equipos, y fuimos al agua. En la playa nos encontramos con un paisaje diferente al del día anterior. El viento había traído del interior del fiordo, cientos de bloques de hielo que quedaron depositados en la playa durante la marea baja. La nevada caída había dejado los kayaks ocultos.
Previa charla de seguridad de cómo movernos en zona de hielos y glaciar, comenzamos a remar con un día de sol espléndido sin nada de viento. La lancha se mantuvo en la cercanía, siempre con bebidas calientes, por si era necesario suspender la remada y volver a la protección del refugio.

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Visitamos dos glaciares que llegaban al mar, y nos detuvimos media hora frente a uno de ellos. El espectáculo de rompimiento era continuo. Los estruendos al fondo del glaciar debido al movimiento de la masa de hielo, hacían que todos giraran la cabeza en estado de alerta.
La medida de seguridad frente a un glaciar es mantener distancia del frontón, nunca se sabe cuál será el bloque que caerá y su tamaño, ni la ola que se generará, pero sí que pueden golpear al kayakista.

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Para el mediodía continuamos remando al segundo glaciar, un trayecto que bordea un pie de montaña no accesible para desembarcos. Durante ese trayecto, se nos acercó una foca leopardo, uno de los máximos predadores que llegan a estas latitudes desde el sur. Se mantuvo un rato curioseando mientras remábamos. Nos mantuvimos en nuestro rumbo sin interrumpir sus movimientos, por precaución. Aunque es muy difícil que se produzca un evento de peligro, siempre hay que mantener una distancia y respetar su camino.

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Al llegar al segundo glaciar, nos encontramos con la pequeña bahía congelada en superficie, con un espesor de 5 a 10 cm de hielo. Pudimos avanzar rompiendo el hielo unos 30 m, pero luego fue imposible. La lancha al mando de Fredy, ingresó como un rompehielos y nos abrió un camino para hacer una nueva y única experiencia, y remar en un manto de hielo. Nos detuvimos y compartimos el almuerzo a bordo de la lancha.

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El regreso en kayak al campamento fue casi en silencio. Pienso que todos estábamos hipnotizados por la nueva experiencia.
En el campamento, nos encontramos con Guenchu y dos amigos pescadores y buceadores de mariscos, que trabajan en la zona. El refugio se llenó de conversaciones donde cada uno explicaba lo que experimentó. Mientras cenábamos, el fuego mantenía un estado de reunión único. Después de escuchar increíbles historias, nuestros nuevos amigos pescadores nos demostraron la sencillez con que llevan adelante su vida para poder subsistir meses en estos lugares. De a poco, cada uno a su tiempo, desaparecían de la luz del fuego y se perdían en la oscuridad en busca de su carpa.

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El domingo por la mañana, cada uno ordenó su equipamiento y se alistó para el regreso. Nos esperaba 1 hora en lancha hasta Caleta María y luego 10 en vehículo hasta Ushuaia.
A pesar de que ya habíamos recorrido el camino, hacerlo nuevamente generaba emoción por la inmensidad del paisaje. La ruta serpenteaba las montañas, acompañada de guanacos que observaban el paso de los autos. Nuestro propósito era visitar lugares vírgenes, procurando respetarlos y mantenerlos igual para los próximos buscadores de lugares especiales.

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