KayakSupervivencia

FUIMOS, relato de una Travesía y una Sudestada

agosto 15, 2016 — by Andar Extremo

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FUIMOS, relato de una Travesía y una Sudestada

agosto 15, 2016 — by Andar Extremo

¿Qué preponderancia debe tener el factor 'suerte' en cuestiones relacionadas con situaciones que podríamos evitar?¿En qué preciso momento es necesaria la fuerza para decir 'no' a pesar de nuestra experiencia o habilidad? ¿Cuándo se enciende la chispa que nos hace ir más allá de los riesgos que sabemos existentes y nos impulsa a subestimar situaciones peligrosas? Tal como sabemos, el azar es caprichoso pero la evaluación de riesgos es una habilidad que toda persona que realiza un deporte en contacto con la naturaleza debe desarrollar y perfeccionar. El equilibrio entre la recompensa y la desgracia es fino y a menudo difuso cuando la pasión por la actividad, sea cual fuere, hace su trabajo en el espíritu de aquellos que buscan la aventura. En deportes que impliquen riesgo la suerte debería brillar solamente entre bambalinas. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 41 May/Junio 2016

Por NorberthHaertel

Cuando entrar la supervivencia en una excursión de Kayak pende de un hilo

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Fuimos. Si, fuimos. ¿Deberíamos haber ido? La respuesta a esta pregunta solo es posible en retrospectiva y solo la conocemos ahora, luego de haber pasado por situaciones que creo hubiésemos preferido no pasar. Algo es claro, hicimos lo posible, pero en algún punto todo fue más de lo esperado. Habíamos tomado todos los recaudos y por eso salimos el jueves a las 4 de la mañana del Club Hispano de Tigre. Gracias a la colaboración de la gente del club, luego de explicarles el pronóstico, pudimos salir más temprano y evitar situaciones de algún modo ‘peligrosas’ con el fin de llegar seguros al decimoprimer encuentro anual de kayakistas 2016 en la isla Martín García.
El viaje de ida hasta la isla fue agradable, estábamos enteros luego de 10 horas en el agua, a horario y con un día radiante hasta ese momento. Un poco atrasados, quizás, dado que el pronóstico prometía fuertes vientos sobre el canal Buenos Aires a partir de las doce del mediodía. Diría que llegamos un tanto jugados, con algo de duda sobre cómo encontraríamos el canal. Por fortuna, pudimos hacer el cruce a la una de la tarde sin problemas gracias a la suerte que mandó el viento para atrás unas tres horas, iniciándose el llamado ‘pesto’ o ‘rosca’ tipo cuatro de la tarde. En este horario ya las cosas estaban complicadas. El viento imponía paulatinamente su fuerza, las olas crecían y las ansias de que todos cruzaran bien, también.
Ya en la isla Martín García, con los botes en parque cerrado, fuimos al muelle a ver cuál era la situación, a tratar de deducir cómo estarían las condiciones en el canal y para ver si veíamos a alguien apuros. Algunos kayakistas llegaban cómo podían, con sus últimas fuerzas, cual sobrevivientes. Las palas se veían aparecer y desaparecer a lo lejos entre las olas. Algunos prefectos estaban apostados en el muelle con largavistas tratando de ver qué pasaba y para ver sí advertían alguien flotando o en peligro. El viento aumentaba, la noche caía y la situación general empeoraba.

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Era imposible no pensar en los que estaban en el río peleando. ‘-¿Estarán bien? ¿Los chicos venían? ¿A qué hora salieron? ¿Ya llegaron?’ Las preguntas abundaban y las respuestas no. La alegría de ver compañeros llegar era enorme. Cruzaron, bien ahí. Zafaron. ‘-¿Y cómo estuvo? ¿Lo viste a tal o cual? ¿Qué sabés? ¿Llegaron? ¿Dónde están?’ El abanico de preguntas se limitaba a un hecho puntal: que hayan llegado. No más que eso.
Luego de unas horas, ya caída la noche, empezó a circular entre los kayakistas el rumor de que tres palistas habían querido cruzar llegando solo uno de ellos. Es decir, lo que nadie, pero nadie hubiese querido escuchar. La información era muy escasa: uno cruzó, el otro fue rescatado por prefectura. ‘-¿Y el otro quién es?’ Ya no importaba quién era, lo único que importaba era que podía haber sido cualquiera de nosotros. Eso nos despertó muchas dudas con respecto a la decisión de haber ido o qué nos había motivado a ir. Solo queríamos que aparezca y que aparezca bien. Sé que nadie lo decía, pero todos lo pensaban. Y me refiero a eso. Si, eso que alguna vez pasó y que solo sabíamos a través de lo que nos contaban aquellos que estuvieron esa vez durante el primer encuentro del año 2006.

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Simultáneamente a esto otras noticias llegaban a la isla Martín García de manera esporádica. Se sabía que había gente pasando la noche en la Isla Timoteo Domínguez cuyas embarcaciones fueron derivadas por el viento. Otros se habían vuelto al club motonáutico del Paraná Miní. Otros estaban colgados de los árboles en hamacas paraguayas en las Islas Oyarvide dispuestos a pasar la noche con la sudestada. Otros dejaron los botes en las Oyarvide y los cruzó prefectura en un gomón por precaución. Estas noticias, sumadas a las anteriores, hacían mella en los ánimos y profundizaban las dudas y la incertidumbre. Ya todo se había ‘pasado de rosca’. Ya no era un juego o una aventura sino que era otra cosa: un peligro.
Durante el viernes el viento fue constante y fuerte. La marea subió rápido durante la madrugada y ya había inundado el parque cerrado lo cual nos obligo organizarnos espontáneamente para subir los botes durante la madrugada dado que algunos ya se encontraban flotando. Sin embargo, hicimos el rol en prefectura para salir el sábado a las seis de la mañana, pero nadie aseguraba si nos iban a dejar. La duda aumentaba, los vientos que se auguraban no eran del todo favorables y no había novedad del palista hasta el momento desaparecido. Ciertos pronósticos indicaban que iba a haber una ventana tipo seis de la mañana, momento en el cual, supuestamente, el viento bajaría un poco. La cosa era cruzar el canal Buenos Aires, el resto capaz ‘lo manejábamos’, pensamos. Otro tema era el Paraná de las Palmas que a veces se pone un poco traicionero con varios tipos de olas dependiendo del punto en el cual uno se encuentre durante el cruce. Nos fuimos a dormir luego de una ‘celebración’ de cierre del encuentro que en algún punto se vio un tanto empañada por la situación general: un palista seguía sin aparecer, el viento no aflojaba, el pronóstico no era muy alentador y nosotros tratábamos de tejer alguna estrategia para ver cómo nos íbamos a ir y en qué condiciones íbamos a remar.

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Habíamos puesto el despertador las cuatro de la mañana para que a las seis pudiéramos tener todo listo para irnos si se podía. Nos levantamos, e inevitablemente miramos las palmeras y los árboles altos de la isla para darnos una vaga idea de cómo venía la mano. Es decir, para ver si la ventana se abría y para sacarnos de encima cierta angustia, pero nada cambiaba demasiado. Soplaba, menos, un poco menos, pero soplaba. Seguimos adelante: preparamos todo el equipo, levantamos campamento y, sin perder un segundo, estibamos los botes y nos pusimos nuestro equipo como para salir ni bien prefectura autorizara la salida. Lo único claro es que nada estaba claro en ese momento.
Ya en el parque cerrado y con los botes listos, mirábamos a los palistas llegar de los campamentos para iniciar el ritual de la estiba. Seguía soplando. ‘-¿Se sabe algo?’ ‘-Nada’ ‘-¿Y? ¿Se sale o no se sale?’ ‘-Ni idea. Parece que no, dijo prefectura’ La misma conversación se escuchaba como eco entre los aproximadamente trescientos palistas que estaban en la isla. La salida se retrasaba. La tan ansiada ‘ventana’ parecía no abrirse nunca. El viento parecía aumentar a cada instante y cada vez más palistas llegaban de los campamentos. El momento de salir era ya mismo. Luego ‘iba a empeorar’, decían.

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A las ocho de la mañana del sábado había llegado el momento. Prefectura dijo que si. Emprendíamos el regreso. Estaba todo listo, pero no teníamos idea de lo que había ahí afuera. Ya estábamos en el agua, flotando. Empezamos a palear con los timones abajo y bien asegurados. Avanzábamos, metro a metro todo se ponía peor. Las olas, que venían de popa, eran cada vez más grandes y nos desequilibraban. Nos perdimos de vista. Las olas crecían. Era bastante peligroso mirar hacia atrás. Las olas seguían creciendo. No me atrevo a especificar su altura pero fácilmente superaban los dos metros. La corriente nos derivaba y solo se podía remar tratando de mantener el equilibrio y no dejar que las olas arrastraran el bote. Era complicado. No se avanzaba. Casi nada. Las olas de popa eran cargosas y poco se podía hacer más que aguantar y mantenerse a flote para no caer o ser arrastrados. Al mirar al costado se veía la verdadera magnitud de las olas y se tomaba consciencia de donde estábamos realmente. Los brazos se cansaban y los compañeros no se veían. Las preguntas abundaban y el viento, soberbio, seguía riéndose de todos nosotros. Algunos palistas se daban vuelta a lo lejos. Las lanchas de prefectura hacían lo posible. Otros kayakistas asistían a los caídos en una maniobra admirable, otros luchaban por aguantar. Los chicos seguían sin estar a la vista.
Luego de unos 45 minutos, o más, fuimos llegando una a uno a salvo a las islas Oyarvide a unos quinientos metros del canal Petrel por lo que debimos remontar el río por la costa hasta entrar al pasaje entre las islas. No festejamos y apenas nos reconocimos en una señal de aliento, angustia y cansancio. Lo que habíamos pasado dejaba un cierto sabor amargo. No la pasamos bien y todavía quedaban unos 50 km por recorrer. Al voltear la vista atrás hacia el canal Buenos Aires tomamos conciencia por lo que habíamos pasado. Las olas eran grandes de verdad y nos costaba creer que momentos antes habíamos estado remando en ese lugar que en algún punto se parecía a un campo de batalla.
Una vez pasado el susto del canal Buenos Aires nos dispusimos a meterle remo a ‘Los pozos del Barca Grande’. Esta es una porción de río muy ancho que se extiende entre las islas Oyarvide y el Paraná miní y que está formada principalmente por la desembocadura del Arroyo Barca Grande y otros arroyos más pequeños. El río estaba alto por la sudestada por lo que entrar al Paraná Miní fue fácil pero el sudeste entraba directo formando olas sobre las islas que ahora estaban tapadas por agua. Otra vez las olas de popa dificultaban una entrada fácil, aunque su dirección era propicia para ‘surfearlas’ en dirección al Paraná Miní.

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Ya entrados en el Miní nos agrupamos en la intersección con el arroyo Diablo. Una vez en el lugar bajamos de los botes y poco a poco fueron llegando kayakistas y noticias de las buenas y de las malas. Ahí fue donde nos enteramos que habían encontrado con vida al palista que había desaparecido. También nos enteramos quiénes se habían dado vuelta en el cruce y cómo estaban. La imagen era cimatográfica: cada kayakista que llegaba había sobrevivido al cruce. La situación se asemejaba a ciertas escenas de las películas bélicas en las cuales se está esperando la llegada de soldados que vuelven de una batalla. Esa era la sensación que me daba el estar ahí, junto al resto de los palistas que se veían cansados mientras relataban su propia experiencia y cómo la habían vivido.
Luego de un pequeño descanso, remontamos el arroyo Diablo donde los ‘Bajos del Temor’ nos esperaban bien cargosos. Mucha ola y mucho viento durante un tramo que volvió a ser agotador hasta llegar al Aguaje el Durazno donde tuvimos todas las corrientes a favor hasta llegar al Paraná de las Palmas. Esto nos permitió recuperarnos un poco y prepararnos para el último desafío que nos tenía preparado la sudestada.
El Paraná de la Palmas es una cosa aparte. Cuando llegamos lo vimos, nos detuvimos y lo estudiamos. Estaba ahí, esperándonos como siempre, pero esta vez guardaba una sorpresa. Si, otra sorpresa. El viento soplaba fuerte del sudeste por lo que al salir a su cruce todo estuvo bien hasta despedirnos del resguardo de la costa. En ese momento el viento entraba sin obstáculos, lo que transformó un cruce agradable en olas que superaban los dos metros nuevamente. Una vez más nos enfrentábamos a lo que no queríamos. Por suerte pudimos negociar las olas de frente, lo que nos permitió tener un manejo más claro de la ola. Elegimos un punto en la costa, remamos y otra vez nos perdimos de vista. Unos minutos después dejé de ver a Edu. Fer ya había cruzado. ‘- ¿Y Edu?’, le pregunté a Fernando. ‘-Viene ahí atrás’, respondió Fer. Zafamos, una vez más. Luego del cruce de Paraná, estábamos en el barrio. Ya estaba todo claro. La suerte estuvo a nuestro favor. El resto del viaje fue normal, conocíamos el camino. Ya no había peligros claros en la zona por la que debíamos remar hasta llegar al punto de partida: el Club Hispano.

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Lo que acontece luego de los sucesos relatados en los párrafos anteriores culmina sencillamente con nosotros tres en el club. Estábamos enteros, cansados, pensativos y con ganas abrumadoras de llegar a casa y de estar secos. Nos miramos, pero nadie dijo una palabra. De hecho, no había nada o casi nada que decir: habíamos zafado. Zafado y no más que eso. ¿Fuimos valientes? ¿Fuimos capaces de mantenernos juntos? ¿Fuimos compañeros? ¿Fuimos ‘kamikazes’? ¿Fuimos ignorantes? No lo sé, fuimos. Creo que las respuestas llegarán en su momento. Sin embargo no fue cualquier travesía. Fue un viaje que puso de manifiesto aspectos fundamentales que deben ser tenidos en cuenta al momento de emprender una travesía: nuestras limitaciones, nuestros miedos, nuestra fuerza espiritual, nuestra fuerza física y nuestras destrezas. Doy gracias que tuve compañeros que no aflojaron, que se mantuvieron fuertes y que supieron mantenerse atentos en los momentos más complicados. Si bien este relato admite un abanico de reflexiones y pensamientos, la verdadera conclusión es simple: en esta vida, todo es aprendizaje.
Es mi intención dedicar este humilde relato a mis compañeros de travesía (Eduardo Baraiolo y Fernando Ruiz) y a todos los kayakistas que vivieron todas o parte de las situaciones que intenté describir. Si algún lector considera que las experiencias relatadas pudieran ser útiles a otros kayakistas (experimentados o no), siéntanse libres de compartirlas.
Buenos vientos a todos!!!

8 horas arriba de un árbol
Martin Maccagno, Kayakista que con la sudestada se quedo en un árbol por 8 horas en el cruce a la isla Martin García, en el último encuentro anual.
Gracias Prefectura Naval Argentina!!.
Por habernos rescatado en la isla Oyarvide , a tan solo 3 km. que la separaba de la isla Martin García. Donde luego de 47.5 km. de remada en nuestros kayak de travesía, hacia el 11º encuentro anual de kayak, nos encontramos conque el cruce estaba muy complicado con olas de metro y medio y vientos muy fuertes. Emprendimos juntos con mis amigos y otros kayakistas el cruce, uno solo de los nuestros se mandó a seguir, nosotros decidimos parar en una isla donde había tierra firme, ahí paramos, juntamos leña, encendimos el fuego, e hicimos un refugio arriba de un árbol, a 2 metros. Hice unas hamburguesas en una parrillita con carbón que lleve en mi tambucho, comimos,abrimos un vino, pero luego el agua empezó a subir hasta casi el cuello. Estuvimos en el árbol hasta las 3 de la madrugada. Tres de mi grupo durmieron sentados en sus Kayak y fueron rescatadosen la mañana del viernes. A las doce de la noche más o menos nos buscaba el helicóptero de prefectura, y luego de hacerles señas con linternas, se paró arriba nuestro con su reflector y se fue, a las tres horas vino una lancha de ellos y bajamos del árbol nos metimos al agua helada (que lo habíamos hecho muchas veces para tomar nuestras cosas o atar bien los kayak que se habían hundido) y con las fuerzas que nos quedaban subimos al gomón, que fue difícil hacerlo. Nos llevaron y alojaron en su destacamento. Había dos kayakistasdesaparecidos ,unolo encontraron a uno a 15 km de ahí , el otro llego nadando a Uruguay, tambiénrescataron a una pareja y otros kayakistas más.Fueron muy hospitalarios con nosotros.

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