Nota por Andar Extremo fotos Marcelo Vives

¿Desde qué edad saltas, Marcelo?
Salto desde los 22 años. Comencé en Cañada de Gómez, Santa Fe, donde hice mi curso. Ahora salto en todos lados.
¿Cómo fue la preparación mental para un salto de esta envergadura que hicieron con Alejandro?
Con Alejandro Montagna nos conocemos desde hace 20 años, y llevo 29 años saltando en paracaídas, con más de 7500 saltos en mi historial. Es parte de mi vida. Este proyecto nos tomó un año de preparación, en el que tuvimos que gestionar múltiples aspectos: conseguir avión, piloto, permisos, resolver el tema del oxígeno… A lo largo del proceso, fuimos sumando especialistas y estudiando cada variable. Mentalmente estábamos preparados porque somos paracaidistas profesionales. Aunque este salto era más complejo, fuimos incorporando otras variables. Conocíamos lo que sucede a esa altura, el consumo de oxígeno, el frío que íbamos a enfrentar, y aprendimos cómo manejar cada posible situación y resolver cualquier contratiempo.
¡Qué desafío el tema del oxígeno! Estaban más arriba que el Everest, que tiene 8.849 metros.
Sí, estábamos más alto que un avión de pasajeros, unos 2,5 a 3 km por encima de su altitud promedio. Para poder manejar la demanda de oxígeno, realizamos un curso especializado en Estados Unidos. Además, entrenamos físicamente el tiempo del salto en Vuela, el túnel de viento. Ahí practicábamos en turnos de 4 minutos de vuelo, descansábamos 1 minuto y volvíamos a entrar por otros 4 minutos.

¿Qué se entrena en el túnel de viento?
Principalmente, se trabaja la resistencia, porque el esfuerzo es intenso y el cansancio aparece rápido. También se entrenan los músculos, la respiración y la capacidad de aguante. A pesar de toda la preparación y del conocimiento de la altimetría, además de contar con un altímetro interno, nos ocurrió que, al revisar el altímetro durante el salto, nos dimos cuenta de que aún faltaba la mitad del recorrido.
Aparte de la fuerza, ¿se entrena el ángulo de la posición de los brazos al caer?
En realidad, la posición la tenemos muy entrenada por la cantidad de saltos que hemos realizado. Como paracaidistas, sabemos cómo manejarnos en el aire, qué hacer y cómo movernos. Lo que sí necesitamos entrenar es la resistencia, ya que es clave para soportar la presión del viento y mantener el control durante la caída.
Al llegar a tierra nos abrazamos, no lo podíamos creer. Pensábamos: -¡Qué locura lo que hicimos! Increíble, hermoso-
¿Qué miedos tenías antes de saltar? ¿Cuál había sido la mayor altura de salto que habías hecho?
Me había lanzado desde 6.000 metros en Rusia, lo máximo que había hecho hasta entonces. Pero este salto era más del doble de altura, lo que me generaba mucha incertidumbre. Uno de mis mayores temores era el oxígeno. A mayor altura, menor tiempo disponible. Por ejemplo, si a casi 13.000 metros de altura se desconecta una manguera de oxígeno, tienes entre 5 y 7 segundos para solucionarlo antes de desmayarte. Esa era la incógnita más grande. También estaba el frío, que debíamos resolver sobre la marcha. Sabíamos que con el oxígeno y el equipo electrotérmico que nos habían dado estaríamos bien. Los técnicos de oxígeno son muy profesionales, así que confiamos plenamente en ellos. Otro desafío era el hecho de saltar de noche desde semejante altura. Lo que se conoce como la puntada del avión suele ser más imprecisa en la oscuridad. El avión debe apuntar para que, al abrir el paracaídas, aterricemos en la zona correcta. Cuando saltamos de día, lo hacemos de manera visual y le vamos indicando al piloto dónde está la zona de aterrizaje. Pero de noche, el piloto debe calcular la trayectoria, teniendo en cuenta los vientos y otros factores. Confiamos en esos cálculos, y así fue como lo logramos.
¿Entonces el cálculo es perfecto y el piloto te indica el momento exacto para saltar?
Exactamente. Cuando el piloto da la orden, te lanzas. Uno de nuestros mayores miedos era caer fuera de la zona de aterrizaje, ya que en el área hay bosques altísimos y cables de alta tensión. Si te metes en una línea de alta tensión… bueno, sabemos lo que podría pasar. Y aterrizar en un bosque también puede ser letal. Ese riesgo nos preocupaba mucho. Se lo planteamos al piloto y, con absoluta tranquilidad, nos dijo: «Tengo más de 20 mil lanzamientos y nunca nadie cayó fuera de este lugar. Ustedes no van a ser la excepción. Van a estar aquí. Quédense tranquilos». Esa seguridad nos permitió confiar y enfocarnos en otras cosas. Ahí entendí que debía desligarme de esa preocupación y concentrarme en la previa y en la caída libre. Con el oxígeno, fue igual. Teníamos que confiar en los técnicos y en los profesionales. Para eso, éramos un equipo.

¿Y quién fue el primero en saltar del avión?
Yo salté primero, con un paracaídas rojo y amarillo. Detrás de mí, Alejandro, y finalmente Taylor, en tercer lugar. Nos lanzamos uno detrás del otro. El piloto nos aseguró que nos dejaría en el punto exacto para caer en el centro de la pista, pero nos advirtió con firmeza: «Cuando les dé la orden, salten. No se pongan a acomodarse el cierre o el guante… ¡salten!».
¿Qué es el traje electrotérmico?
Es un traje compuesto por chaleco, guantes y medias, que se cargan mediante un cable USB y tienen una duración de 15 minutos, tiempo más que suficiente. Cuenta con tres niveles de temperatura: fuerte, medio y suave. Al salir, enfrentando -63°C y una sensación térmica de -100°C, elegimos la opción de temperatura fuerte. Funcionaron perfectamente, salvo el mío. Lo que ocurrió fue que, además de los guantes, debíamos usar cubreguantes, y con todo lo que llevaba—linterna, cámaras, GPS—me los olvidé. Como resultado, mis dedos terminaron completamente azules.
No logro imaginar una sensación térmica de -100°C. ¿Qué se siente?
Sí, pasamos por esa temperatura, pero no la sentimos. Los trajes funcionaron perfectamente. Sobre las prendas electrotérmicas, llevábamos puesto un buzo y el pantalón de salto. En los pies, usábamos medias y zapatillas normales.

¿A qué temperatura interna llega el traje?
No lo sé exactamente. Lo que sí puedo decirte es que, en tierra, al punto máximo, no lo soportas. Arriba, a pesar de tener los guantes, al no ponerme los cubreguantes, terminé con los dedos azules. Es imposible saltar sin esos guantes, porque pierdes la movilidad.
¿Cómo hicieron con el oxígeno? ¿Ya lo tienen conectado antes de saltar?
Antes de despegar, con el avión parado y los motores apagados, estuvimos una hora con los cascos y máscaras puestos, respirando oxígeno puro. Esto se hace para eliminar el nitrógeno que tenemos en sangre, el cual está presente en el aire que respiramos. Del aire que inhalamos, solo el 22% es oxígeno, y el resto es nitrógeno. A grandes alturas, el nitrógeno se gasifica y puede provocar embolia múltiple, según nos indicaron los técnicos en oxígeno. Todos los que íbamos en el vuelo—los tres paracaidistas, el piloto y los técnicos—completamos este proceso. Luego, pusieron en marcha el avión y despegamos. Como el avión no está presurizado, utilizamos el oxígeno de los tubos del avión hasta un minuto antes de saltar. Después, nos conectaron dos garrafitas ventrales pequeñas, que duran aproximadamente 15-20 minutos. Si el paracaídas se abre inmediatamente después de saltar, ese oxígeno no es suficiente, por lo que era clave una planificación precisa
¿Cuánto tardarías en bajar si se te abre el paracaídas al saltar?
No lo sé con exactitud, tendría que hacer un cálculo. Pero a más de 13.000 metros, ni el oxígeno ni la batería de los trajes serían suficientes. Era muy poco probable que eso ocurriera. Saltamos de a uno, con trajes de alta seguridad y muy preparados para la caída. En el hipotético caso de que me hubiera sucedido, lo habría cortado y, a los 2.000 metros, habría abierto el paracaídas de emergencia, tal como estamos entrenados. Me desprendería del paracaídas principal y entraría en caída libre. De hecho, quedarse con el paracaídas abierto a esa altura es más peligroso que cortarlo. Habría riesgo de congelación o asfixia.
Cuando el piloto da la orden, te lanzas. Uno de nuestros mayores miedos era caer fuera de la zona de aterrizaje, ya que en el área hay bosques altísimos y cables de alta tensión
¿Por qué se eligió hacer el salto de noche?
La idea surgió hace más de un año. Queríamos hacer un salto de gran altura y comenzamos considerando saltos desde 10.000 metros. Luego pensamos en alcanzar el récord argentino, que estaba en 12.000 metros, y nos preguntamos: «¿Y si vamos un poco más arriba y nos quedamos con el récord argentino?». Después dijimos: «¡Qué lindo sería lograr un récord mundial!». Al investigar, descubrimos que el récord mundial lo había realizado en 2012 el paracaidista Felix Baumgartner, quien saltó desde 39.045 metros, rompiendo la barrera del sonido y alcanzando una velocidad de 1.357 km/h, con el patrocinio de Red Bull. El récord nocturno pertenecía a Andy Stumpf, quien se arrojó en 2019 desde 10.973 metros.
¿A Felix Baumgartner le batieron el récord poco tiempo después en un salto casi sin prensa?
Sí, su récord fue superado por Alan Eustace, vicepresidente de Google. Su salto fue más complejo, ya que se realizó con globo estratosférico. En 2014, Eustace saltó desde 41.150 metros, alcanzando una velocidad máxima de 1.322 km/h. En Chicago, nos dio una charla para 150 paracaidistas, compartiendo su experiencia. Su salto tuvo un costo de un millón de dólares y se realizó de día. Estos tipos de saltos requieren trajes especiales, como los de astronauta. Los representantes de Récord Guinness nos dijeron: «Muchachos, pueden hacerlo desde 13.000 metros, pero de noche. Nadie se ha lanzado de noche». Teníamos experiencia en saltos nocturnos. Este fue mi cuarto récord nocturno, aunque los anteriores fueron de formación—realizando figuras entre varios paracaidistas. Este año, en EE. UU., saltaron 217 personas juntas. ¡Increíble!
¿Qué sucede en un salto como el de ustedes con respecto a la velocidad que se alcanza?
A esa altura, el oxígeno es muy escaso, lo que hace que adquieras más velocidad. A medida que te acercas a tierra, la atmósfera es más densa y el aire comienza a frenarte. Alcanzamos los 350 km/h, pero a medida que descendíamos, la velocidad se redujo a 190-200 km/h, que es la velocidad habitual que experimenta cualquier paracaidista. A esa velocidad, el cuerpo no se desequilibra, sigue siendo manejable. En algunos momentos, es necesario hacer movimientos bruscos para recuperar el control, o, por el contrario, evitarlos para no perderlo. Intentábamos juntarnos durante la caída, y pudimos controlar bien los movimientos.
El paracaidismo no es complejo. Si alguien tiene ganas de vivir la experiencia, que se anime. Lo importante es que siempre va a volver a tierra seguro
En esos 4 minutos de caída, ¿qué te pasó por la cabeza? ¿Lo disfrutaste o querías que se terminara?
No, lo disfrutamos un montón. Nos agarrábamos, nos íbamos riendo con Ale, saludábamos a la cámara… Buscábamos la zona de salto, pero nunca logramos ubicarla en caída libre. Teníamos como referencia dos cárceles, que debían verse como dos estadios de fútbol, pero jamás las encontramos. También, a 70 km, estaba la ciudad de Memphis, otro punto de referencia, pero tampoco la vimos. Todo parecía una gran alfombra de luces, extendiéndose por todos lados. Para ayudarnos a ubicarnos, el dueño de la zona de salto lanzaba fuegos artificiales cada 30 segundos, pero no logramos distinguir nada hasta que se abrió el paracaídas.
¿A qué altura abrieron los paracaídas?
Yo a los 2.000 metros, Ale a los 1.500 metros y Taylor a los 1.200 metros. Lo habíamos programado de antemano para no abrir los velámenes a la misma altura, ya que era de noche. Aunque estábamos bien iluminados, nos pareció más seguro mantener 40 metros de distancia, y así lo hicimos. Es mejor exagerar la seguridad que quedarse corto. Mientras descendíamos, controlábamos la velocidad y el altímetro. En un momento, le agarré la mano a Alejandro y comparé su altímetro con el mío. Solo faltaba esperar que pasaran los metros.
¿Y cuando llegaron y se juntaron, qué hicieron?
Sentimos una alegría enorme. Nos abrazamos, no lo podíamos creer. Pensábamos: «¡Qué locura lo que hicimos! Increíble, hermoso».
Pensaron… «¿Y si hubiéramos subido más?»
No, era el límite del avión, no podía ir más alto. Sabíamos que habíamos batido un récord. Ya estaba hecho: superamos el récord argentino y el sudamericano. Después, lo confirmamos… ¡también era el récord mundial!
¿Querés otro récord?
De altura ya no, pero sí me gustaría intentar uno de formaciones. Vamos a ver qué surge, por ahora disfruto este logro. En lo personal, este es mi octavo récord: cuatro de grandes, formaciones de día, tres de grandes formaciones de noche y uno de altura. Las formaciones son complicadas. Muchas veces intentamos romper un récord y no lo logramos. Imagínate, más de 200 personas participando… Si uno falla, no hay récord. En esta última experiencia, fuimos 217 paracaidistas saltando desde 11 aviones. Es extremadamente difícil, y a veces simplemente no sale. Cuando ves las imágenes, no lo puedes creer. ¡Es increíble!
¿Podrías dar unas palabras para quienes quieren animarse a vivir una vida diferente en el aire?
Siempre recomiendo que, si alguien quiere experimentar el paracaidismo, vaya a zonas de salto como Brandsen, Tolosa o Rosario, donde puede hacer un salto Tándem. El Tándem consiste en saltar con un piloto especializado, usando un paracaídas especial y un arnés que sujeta al principiante al paracaídas del piloto. Así, podrá conocer el velamen, experimentar la caída libre y sentir lo que es saltar desde un avión.Si le gusta y quiere hacerlo regularmente, puede realizar el curso para empezar a saltar todos los fines de semana. Si le tiene miedo a la altura o siente inseguridad, mejor que no lo haga. El paracaidismo no es complejo. Si alguien tiene ganas de vivir la experiencia, que se anime. Lo importante es que siempre va a volver a tierra seguro.
ALAN EUSTACE, RECORD SALTO BASE 41419 m
Sin mucho bombo ni platillos, el doctor Alan Eustace rompió el récord en 2014, dos años después que Félix Baumgartner con Red Bull Stratos llege a los . Subió en un globo de helio y se dejó caer. El ingeniero de sistemas, que actualmente es el vicepresidente de Google, se lanzó a 41,4 km de altura superando la marca de Baumgartner de 39,4 km. Alan comentó “Fue increíble, fue divino. Se podía ver la infinidad del espacio y las diferentes capas de la atmósfera, algo que no había visto antes”.
Alan rompió la barrera del sonido al alcanzar velocidades de 1.332 km/h (la velocidad del sonido es de 1.235 km/h). Varios testigos le dijeron a la prensa que pudieron oír el boom en la tierra.
El proyecto duró más de tres años en ejecución y no contó con ningún patrocinio. Es más, Google se ofreció a ayudarlo, pero él declinó la oferta para que no se convirtiera en un evento de mercadeo, de una manera extremadamente opuesta al tremendo ruido mediático que provocó el salto del austriaco dos años antes bajo la perfecta máquina publicitaria de Red Bull.

FÉLIX BAUMGARTNER, RED BULL STRATOS 39045 m
El 14 de octubre de 2012 el austríaco Félix Baumgartner se ganó un lugar en los libros de historia, convirtiendose en la primera persona en romper la barrera del sonido en caída libre logrando una velocidad de 1342 km/h donde la caída libre tuvo un tiempo de 4 minutos y veinte segundos y la duración total del salto de 9 minutos y tres segundos. El récord de altura fue de 39045 metros.




































































































