Entrevista Andar Extremo, Fotos Horacio Freschi
¿Cada temporada que afrontas en el Aconcagua tiene nuevas sensaciones?
Sí y no. La experiencia siempre se aplica de manera positiva, sin subestimar las situaciones. Por ejemplo, el rescate con eslinga es una técnica que se originó en la guerra de Vietnam. Los precursores, los italianos y los suizos, la han estado implementando durante años y la llaman rescate con gancho baricéntrico, utilizando el gancho ventral del helicóptero. De manera privada, realizamos rescates con esta técnica en 2007 y 2008 en Chile, y luego en 2012 en la pared sur del Aconcagua. En 2024, tuvimos dos intervenciones. Esto es lo que me gusta: todo el entrenamiento sirve para estar preparado para estas situaciones.
¿Antes de trabajar en rescates en montaña, qué hacías?
En 1994, comencé el curso de piloto en la Gendarmería. Me gradué de la promoción 47 de oficiales de la Escuela de Gendarmería Nacional en Clorinda. Hasta ese momento, mi pasión eran los aviones. Mi primer vuelo como pasajero fue en 1991 en un Hércules de la Fuerza Aérea. En 1992, cuando la ciudad se inundó, enviaron un avión de la Gendarmería que no pudo aterrizar, y pocos días después mandaron un helicóptero al escuadrón en Clorinda, lo cual me fascinó. Dije: “Eso es lo que quiero hacer”. En 1993 me postulé, y en 1994 fui seleccionado a través de unos exámenes. Como es por orden de mérito, elegí ser piloto de helicóptero y me enviaron al Ejército. Me gradué en noviembre de 1995 y en enero de 1996 estuve todo el año como pilotín en Campo de Mayo. Mi aventura era ir de Campo de Mayo a Don Torcuato, lo cual eran 4 minutos volando, y era “la operación” volar hasta allí.
El General Leguizamón, en Clorinda, fue quien me sacó a volar sin doble comando. Me presentó al segundo comandante, Don Luis Armando Basualdo, mi mentor en la Gendarmería. Para mí, es una persona muy importante, quien me enseñó a trabajar con el helicóptero y a volar en la montaña. Siempre hablaba de El Chaltén, Mendoza y la Patagonia. Tuve la suerte de compartir mis primeras entradas a El Chaltén volando como su copiloto. Estuve en Trevelin solo y después estuve de nuevo con él en Mendoza. Hice mi primer curso de vuelo en alta montaña en 2001 en Mendoza, que fue mi primera entrada al Parque Aconcagua. Desde el principio, vuelo en montaña. Mucha gente menosprecia la montaña patagónica por el viento. Siempre me decía que la Patagonia era el secundario, Mendoza la universidad y los doctorados eran desde San Juan para arriba. Poco a poco, vas aprendiendo.
Me tocó volar un helicóptero de Gendarmería al Aconcagua en 2002. La temporada 2002/2003 la comenzamos nosotros y estuve casi todos los días. Ese mismo año, en marzo, fui a Buenos Aires a hacer el curso de instructor de vuelo. Mi relación con la montaña fue gracias a este personaje.
Vayan por el sueño que tienen, búsquenlo. Si no lo logran, por lo menos lo intentaron
¿Qué se evalúa en las montañas para diferenciar las dificultades de vuelo?
Se evalúan la temperatura, la densidad del aire y el conocimiento de la zona. San Juan es complicado. En Aconcagua, ya llevo 20 temporadas trabajando para Helicopters AR; si no estuviera en un mismo lugar tantas veces, seguiría en el cuartel. En el norte, hay montañas poco conocidas y realmente altas, como el Mercedario, el Bonete y el Pissis. En Aconcagua, hay muchas quebradas y, si necesitas descender, puedes buscar lugares con poca altura. En el norte, las zonas para aterrizar son altas. Por ejemplo, me tocó ir al Paso de Hama, que parece una llanura, pero en realidad aterrizas entre los 3500 y los 4200 msnm. Aunque parecen montañas bajas, tienen más de 6000 msnm.
¿A partir de tu trabajo en El Chaltén y el Parque Nacional Aconcagua, cómo es la relación con los montañistas?
Mi primera experiencia fue en El Chaltén cuando volaba allí con Luis. Yo pertenecía a la Gendarmería y llevaba el uniforme, lo que al principio generó rechazo. Era el año 1997. Luego, la situación cambió mucho cuando hice mi primer rescate solo, el del Gatito Durá, en 1999. Eso cambió significativamente la relación con los montañistas hacia mí. Imagínate que andaba todo el día con el buzo de la Gendarmería, pero poco a poco me empezaron a aceptar. Después, en Aconcagua, cuando llegué, fue más fácil.
¿Cómo fue ese primer rescate?
Había una revista llamada “Al Borde” del Vasco Barneche que relataba muy bien ese rescate. Fue complicado porque nosotros no somos los propietarios de los helicópteros, ni ahora que trabajo en una empresa privada ni en la Gendarmería, donde eran de la compañía. Aunque me mandaban y tenía cierta libertad, en ese momento era Primer Alférez y me habían enviado con una orden restrictiva de operación. Estaba con un mecánico en Trevelin y nos mandaron a El Chaltén porque había alguien importante o alguien patrocinado por alguien importante, y era necesario que estuviéramos allí.
Volábamos con un helicóptero Lama, una máquina legendaria para moverse en la montaña, y yo no tenía la libertad de moverme cuando quería. Cuando nos avisaron del accidente, había un viento terrible esa tarde. No sabía si desear que me dieran el permiso o que no me lo dieran porque estaba imposible. A las 10 de la mañana del día siguiente nos dieron el permiso. Estaba muy nervioso, y antes de salir nos enteramos de que también habían tenido un accidente un montañista y un fotógrafo que habían sacado un libro de Yosemite y que habían escalado con el Gatito Durá.
Cuando fuimos a rescatar al Gatito Durá, que había tenido una doble fractura expuesta de tibia y peroné en el paso superior, fue bastante complicado. Paré el helicóptero en un filo y lo tuvieron que cargar por detrás mío, el único lugar donde pudieron hacerlo. Una vez que los sacamos, se metió una nube con viento que duró como una semana. Los sacamos justo a tiempo y los llevamos al puesto sanitario, donde estaba la legendaria doctora Carolina Cordó. Luego volvimos a Laguna de los Tres para hacer el otro rescate. Tuvieron que armar una tirolesa y sacaron al otro montañista. El helicóptero es una herramienta más, pero está limitado por la meteorología y solo puede trabajar de día.
¿Llega a ser una extensión tuya el helicóptero a través de los años?
Con el tiempo, uno se va sintiendo así, como si uno fuera parte del helicóptero y viceversa. Todos los helicópteros, absolutamente todos, siempre tuvieron nombre. Uno les da identidad; son un miembro del equipo. El que vuelo ahora se llama “Ángel”. Cuando estuve en Nepal este año, los dos que volamos se llamaban “La Reina Batata” y “Susana”. Uno los personaliza. También hay técnicas para evaluar dimensiones si no tienes apoyo desde tierra. Aquí, la experiencia no solo se mide en las horas de vuelo, sino también en el tiempo que llevas realizando la actividad. Eso te da muchísima experiencia.
¿Cómo llegaste a trabajar en Aconcagua?
Como te contaba, estuve con la Gendarmería en Río Gallegos, luego en Trevelin y en Mendoza. Después, tomé la decisión de tomar el retiro voluntario y me fui a trabajar a la empresa Helicopters AR. La primera temporada fue en febrero de 2002. Allí trabajé con el helicóptero Golf November 912, llamado “Papelito”. Los primeros rescates en Aconcagua fueron bastante estresantes. Desde el principio, bajé a gente con afección pulmonar y luego el cuerpo de un español que murió durmiendo en Casa de Piedra. En Aconcagua, uno gana experiencia y va subiendo su nivel. Allí comenzó el trabajo duro.
¿Cuáles fueron los rescates más emotivos?
Hubo dos rescates muy emotivos. Como equipo, uno de los más destacados fue la expedición de los italianos, la de Federico Campanini, que ocurrió en nuestra tercera temporada con la empresa. Estábamos en el techo del servicio del helicóptero. Habían hecho una publicidad diciendo que aterrizaron en la cima del Everest, lo cual es cierto, pero no era un helicóptero normal, no era el mismo que usábamos nosotros. Entonces, empezaron a hablar por todos lados. A mí me tocó encontrarlos y le echaron la culpa a alguien por lo que transmití por frecuencia. Creo que hablé del cuello de botella, que es donde el glaciar se afina y va hacia la cumbre, lo cual no es lo mismo que lo que llama el montañista el cuello de botella. Siempre reporté que estaban a los 6700 msnm. Yo estaba volando casi a la misma altura, no había manera de confundirse. Uno que tiene experiencia de montaña sabe que no era el mismo cuello de botella que el del glaciar de los Polacos, pero se terminó culpando a otra persona.
Individualmente, los rescates más emotivos no fueron los de la pared sur, aunque hubo uno cerca de las areniscas con un aterrizaje parcial y el primero que se hizo con eslinga desde arriba de las grandes torres. En ese rescate participaron gente de la patrulla de rescate, guardaparques y, como rescatistas por tierra, Mariano Galván y Willie Benegas. Hay videos en YouTube sobre esto. Pero para mí, el rescate más emotivo fue en la ruta Tapia de Felipe. Mariano Galván quiso hacerla saliendo de Plaza de Mulas y le tuvimos que llevar un bolso para que se autoevacuara. No teníamos cuerdas dinámicas de escalada tan largas y tuvimos que usar una cuerda común, lo cual también presentó un problema con el gancho del helicóptero. Le llevamos un bolso con clavos, botiquín y víveres. La eslinga en esa oportunidad midió 100 metros. Tuve un problema porque no aseguré bien el bolso y se fue para atrás. Cuando despegue, tuve que volver porque tenía miedo de que se fuera al rotor. No tenía experiencia con eso y estaba estresado. En mi equipo estaba Fernando Marchionni, quien me dijo que me volviera porque podría producir un accidente por lo liviano de la carga. La carga externa va levemente atrás. Lo común es trabajar con 15 metros y yo generalmente trabajo con 30 metros, no solo por el flujo descendente, sino porque el flujo se enrosca. Si tengo que hacer carga externa humana (HEC, “Human External Cargo”), la persona no se enrosca. Hay videos donde la camilla empieza a hacer “spinning” y gira alocadamente. Imagínate que a grandes altitudes no puedes ir con rescatistas o no puedes sacar a los dos. Cuanto más larga la eslinga, menos afectado por ese flujo giratorio.

¿O sea, lo más duro que te tocó hacer fue el rescate a Mariano Galván?
Para mí, sí, porque era alguien que conocíamos. Cuando nos juntamos contigo en esa entrevista en Mendoza para el libro de Mariano, te decía que no era su amigo, pero teníamos una relación de montaña, esa hermandad del cerro. Cuando bajó de ese rescate, me decía: “¡Ya nos vamos a tomar un whisky!” Pero quería que lo pagara yo… y yo le respondía: “Pagálo vos, que casi me estrello con el helicóptero en la montaña” (risas). Ojalá, de aquí a muchos años, nos encontremos con Mariano en algún lado y festejemos.
¿Y lo de Federico Campanini, qué fue lo difícil?
En esa ocasión, lo difícil fue el trabajo en equipo. El grupo de rescate pasó dos días a 6800 msnm en condiciones terribles; casi se mueren todos. En los Andes hay menos presión, mucho viento, y la exposición al viento en bajas temperaturas incrementa el frío. En ese rescate, por casualidad, solo murió una persona.
¿Qué diferencia hay entre volar en los Himalayas y en los Andes?
Aquí influyen bastantes factores. La Tierra está envuelta por la atmósfera, y la troposfera es donde se presentan el 90% de los fenómenos meteorológicos. Esa capa cambia de espesor según la parte del globo terráqueo donde estés. En el Ecuador, esa columna es más espesa y, sobre tus hombros, es más “pesada”. Si te vas hacia los polos, esa columna de aire es menor. También influyen los centros de alta y baja presión, pero eso es más complicado. Aconcagua está afectada negativamente por ambas cosas, en comparación con los Himalayas. Por eso volar en Aconcagua es difícil. Antes, cuando te daban el permiso, te daban un libro de Aconcagua titulado “El pequeño ochomil”. De allí viene que estar en la cumbre de Aconcagua es como estar a ochomil metros en la zona de la muerte en los Himalayas. Si para nosotros es más difícil, para el helicóptero volando también lo es. Teóricamente, hay mayor presión y lo comprobé volando. Cuando sales de Lukla, el aeropuerto de Nepal, tienes 1022 a 1030 de QNH de presión. Además, la línea general de vientos de toda la Tierra es de oeste a este. La disposición de los Andes es transversal, una barrera de norte a sur, mientras que la de los Himalayas es paralela. Hay menos turbulencia; viento hay, pero es más laminar y predecible. Por la mañana hay brisa, y con el calentamiento se incrementa y sube por la quebrada, es de libro. No es un juego de niños tampoco, pero aquí las condiciones son peores. En Aconcagua, como mucho en un día de alta presión, puedes llegar a 1015 QNH.
Contáme un poco sobre los rescates con carga externa humana.
El primero que hice fue hace unos años en la pared sur. Hicimos otro rescate con Belén Pedernera y un español por la Ruta Ibáñez/Grajales/Marmillod, intentando entrar por la cumbre sur. Este año, el primero fue el 28 de enero y el segundo a fines de febrero o principios de marzo. Habíamos ido a San Juan a hacer un apoyo y volvimos para esa asistencia.
Lo que hay que saber para este tipo de rescate es que, en las fuerzas, te entrenan para carga externa, pero en el ámbito privado te exigen horas de experiencia en carga externa porque es complicado y está en juego la vida. Los suizos hablan de 200 ciclos de carga externa por no sé cuántas horas de vuelo, y encima en montaña. Son rescates cortos; la carga externa se rescata y se deja en el punto más cercano donde se pueda aterrizar y asistir.

Kike Clausen
Benegas Brothers
Simone Moro
JJ Bayona
Y con la familia
¿Este año hiciste tu aterrizaje más alto?
Este año aterricé a 6493 msnm, en el campo 2 del Cho Oyu. Ya terminaba la temporada, que había sido complicada. Volé muchísimo, pero fui para eso. Yo vuelo en el cerro más alto fuera de los Himalayas, el Aconcagua, pero ser el primer argentino en volar en Nepal es un orgullo. Aquí en Sudamérica, mi aterrizaje más alto fuera del parque fue este año en la Ollada del Mercedario, a 5800 msnm. Y la operación más alta de trabajo en el Parque Aconcagua, donde llevamos unas cargas, fue en Cólera, a 5900 msnm.
¿Cómo vive la familia este trabajo tan arriesgado?
De mi lado, puedo manifestar agradecimiento, porque volar es mi pasión. Mi mamá, mi señora Julieta y las nenas, sé que me tienen paciencia, me bancan y siempre hacen un esfuerzo extra para que yo sea feliz haciendo lo que me gusta. A veces no es fácil estar lejos. Cuando estoy enojado o triste, se incrementa la frustración, y cuando estoy contento, me gustaría estar para compartir. A veces la comunicación no es buena; si estás volando todo el día, tampoco te podés comunicar. Y, a diferencia de una línea aérea, estamos en lugares remotos y la comunicación con la familia es: si nadie te dice nada, está todo bien o no me comunico. El tiempo también va pasando y quiero aprovechar al máximo todo.