por Andar Extremo entrevista a María Belén Silvestris, fotos María Beleén Silvestris
¿Cómo arrancaste con el montañismo?
Todo empezó hace nueve años, cuando tenía 25 años y estaba haciendo un viaje por China y conociendo el Tíbet, desde donde se ve perfecto. De hecho, cuando estuve este año, no se ve hasta que te metes en la montaña y allí dije: “Quiero subir allí”. No sabía ni en cuánto tiempo se subía, ni cuánto dinero necesitaba, ni qué capacidades tenía que tener. En el mismo viaje llegué a Katmandú, en Nepal, y me compré un libro sobre el Everest. Allí me fijé en el desafío de las “Seven Summits”, que es escalar la montaña más alta de cada continente. Esto me llevó a viajar por el mundo y, a medida que iba subiendo otras montañas, me preparaba para la montaña final, que era mi sueño: el Everest. Y, obviamente, la frutilla del postre para mí era subir nuestro querido Aconcagua, que desde que tenemos uso de razón, es “la montaña” para subir. Dije: “Bueno, lo voy a intentar, no sé cómo va a terminar, pero bueno, paso a paso”. Así empecé con la primera, que era el Kilimanjaro en África.
Las Seven Summits de María Belén
4 de agosto de 2016 Kilimanjaro 5.895 msnm (África)
6 de agosto de 2017 Elbrus 5.642 msnm (Europa)
6 de enero de 2022 Aconcagua 6.961 msnm (América del Sur)
5 de enero de 2023 Vinson 4.892 msnm (Antártida)
28 de mayo de 2023 Denali 6.194 msnm (América del Norte)
4 de enero 2024 Kosciuszko 2.228 msnm (Oceanía)
21 de mayo de 2024 Everest 8849 msnm (Asia)
¿Nunca habías tenido contacto con la actividad antes?
No, comencé en 2015. Al ver el Everest, me puse a investigar qué era y cómo entrenar. Fue un trabajo duro porque no era algo que hacía de toda la vida. Si bien era deportista porque jugué al hockey y al tenis, hasta los 21 años practiqué hockey. También hice algo de gimnasio y algunas veces salía a correr.
¿Cómo fueron los primeros pasos en la montaña?
Primero me fijé el objetivo que quería, que parecía loco, que no me creían, que la gente se reía de mí. Allí vi el desafío de los “Seven Summits” y tenía que elegir una montaña para probar mi cuerpo, cómo iba a reaccionar a la altura y a la falta de oxígeno. Decidí empezar con el Kilimanjaro en África, en Tanzania, que es la más turística de las siete. Empecé a entrenar y primero fui a Perú, porque ni siquiera había hecho un trekking ni dormido en carpa. Para vivir lo que era la montaña, me fui a la Cordillera Blanca y allí pasé cuatro días, empezando a vivir la incomodidad de la montaña, pero también disfrutando de los paisajes maravillosos. Llegué a los 4900 msnm para enfrentarme a la altura. Si bien estaba entrenada, tenía que ver si mi cuerpo se adaptaba a la falta de oxígeno y a vivir algo que no tenía ni idea: el frío, el campamento, etc. Y con lo principal, que era la aclimatación, me fue muy bien.
¿Cuándo te decidiste a arrancar?
Cuando fui a Perú, me sentí preparada para arrancar y elegí la montaña: el Kilimanjaro. Técnicamente es fácil, pero lo complicado es la altura, ya que subes bruscamente con mucho desnivel. No es peligrosa y, además, estaba en África, un lugar que quería conocer. Al año siguiente, me fui para probar. Siempre es fundamental tener una agencia que te guíe, te asista y conozca la montaña. Siempre fui a todas las montañas con una agencia que tuviera experiencia en el lugar.
¿Cómo fue el proceso entre montaña y montaña?
Trabajo en una multinacional, lo cual es una limitación para poder hacer las montañas que uno quiere en el tiempo que quiere. Siempre tuve muy en claro que tenía que planificarlas bien, primero porque tenía que pagarlas y, además, al no tener sponsors, tenía que trabajar todo el año para elegir “la montaña”. Generalmente hice una montaña por año, máximo dos. Trabajaba durante el año de 9 a 18 o de 9 a 20 horas, eso no lo iba a cambiar porque me gusta lo que hago. Entonces, tenía que planificar bien, incluso la logística para llegar a todas estas montañas que algunas son muy remotas: Tanzania, Rusia, Alaska, la Antártida, casi todas tienen logísticas complicadas. Cada vez que coronaba una nueva, me daban más ganas de seguir, así que empecé a planificar una vez hecho el Kilimanjaro, ir a Rusia.
¿Te cambió el día a día de tu vida cotidiana empezar a vivir las montañas?
No en esta primera experiencia en sí, pero hoy soy lo que soy gracias a haber vivido esta experiencia de 9 años en los “Seven Summits”. Cambias las perspectivas de muchas cosas, asumes los riesgos de la cotidianeidad de la vida de forma diferente. Por ejemplo, antes me estresaba mucho en el día a día y hoy no me afecta.
Cuando hice el Aconcagua me sentí fuerte, pude llegar a la cumbre con energía, allí pensé que las Seven Summits eran posibles
¿Y con el tema físico, cómo encaraste este desafío?
Es como yo digo, tengo dos trabajos: mi cuestión laboral hasta las 18 horas y, de allí a la noche, el entrenamiento. Entreno musculación y la parte aeróbica. Lo más difícil de entrenar, por una cuestión de logística, es tratar de entrenar en las mismas condiciones que vas a tener en la montaña: ir a entrenar con desnivel, frío, para adaptarte mejor. Eso lo podía hacer cuando me tomaba vacaciones.
¿Cómo fue la experiencia en el Elbrus?
Rusia es un país espectacular. El Elbrus se encuentra en la parte sur de Rusia, cerca de la frontera. Allí me enfrenté por primera vez a una montaña más técnica, todo es nieve. Así que sí o sí tenés que usar crampones, piquetas, etc. También fue la primera vez que me caí en una grieta; solamente se me hundió una pierna y el guía se desesperó porque el año anterior, en ese mismo sitio, se cayó una persona y se la llevó el río. O sea, ya estaba en montañas donde corría peligro y se escuchaban comentarios de accidentes y de gente que había fallecido. Además, el clima es muy hostil, mucho frío. Pero por suerte, tuve la felicidad de hacer cumbre y nos tocó una ventana bastante buena, solo uno o dos días complicados de tormenta, pero estábamos en el Campamento Base. Allí empecé a entender que en estas montañas no se puede joder, no te podés relajar. En la situación de la grieta, me pasó porque me abrí un poco del sendero donde no tenía que hacerlo para hacer unas fotos y casi lo pago caro.
¿Qué pensaba la familia de Belén, la montañista?
Al principio, no entendían bien lo que era ir a una montaña. Siempre me gustaron los deportes, como el buceo y el paracaidismo, y pensaban que estaba subiendo a una montañita con una agencia. Como durante el tiempo que estás en la montaña estás incomunicado, volvía y estaba todo bien, y quedaba en eso. A medida que pasó el tiempo y fui a montañas más importantes, se dieron cuenta de que lo que estaba haciendo era serio y de los riesgos que corría. Pero siempre me apoyaron; saben cómo soy, que soy testaruda en lo que me propongo. Sentían esta dicotomía: por un lado, orgullo porque lo que proponía era grande, la valentía y el coraje que ponía; y por el otro lado, el instinto protector de padres por los peligros que lleva esta actividad.
Mi pareja ya sabía todo, pero con mis padres y familiares fue más difícil. Es una actividad poco común, y encima yo no me manejo en ambientes de montaña, no vivo en Mendoza. Empezaron a averiguar, y el punto de inflexión fue el Aconcagua, una montaña difícil donde muere gente. Desde allí fueron más conscientes. Empezamos a vivir la montaña de manera diferente: yo en el lugar y ellos pendientes en la ciudad. Tengo teléfono satelital, así que siempre mandaba algún mensaje, y allí la ansiedad aumenta si no llega el mensaje o si llega tarde.
¿Luego del Elbrus haces el Aconcagua?
Sí, el Aconcagua es fundamental para el proyecto. Es una prueba de fuego para el Everest. Aunque tiene casi 7000 msnm, por donde está ubicado y por la presión atmosférica, la sensación es muy parecida a estar en un ocho mil. Me fue súper bien allí en el Aconcagua. Mi guía increíble, “Mata”, de una empresa argentina, me dio confianza. Me sentí fuerte, pude llegar a la cumbre con energía y también volví al campamento base con energía. Allí pensé que las “Seven Summits” eran posibles.
¿Qué loco que una mujer sin mucha experiencia de montañismo en su vida a los 28 años ya estaba encarando el Vinson?
Hubo mucha ida y vuelta con ese tema, incluso con las 4 montañas que me quedaban. No solo tenía que estar preparada mentalmente, sino también considerar la parte económica, ya que son montañas mucho más caras. Pero de a poco avancé y las fui haciendo de a una. El Vinson fue el que siguió. El tema de la Antártida era el frío y tenía que llevar mucho peso. En cuanto a la altura, me considero adaptada, pero el tema del peso iba a ser un problema. Imagínate que peso 50 kilos y en algunas montañas tuve que cargar casi mi peso en mi espalda por 7 u 8 horas. Era un desafío para mí y sabía que no iba a ir al Everest sin completar todas estas otras, y me quedaban las más difíciles: el Denali, que es técnico, y el Vinson. En el Vinson, si bien cargué equipo, cargué menos que en Denali. En estos lugares no hay sherpas ni asistentes como en el Everest. No tuve que llevar tanto peso en el Vinson porque ya tienen cosas almacenadas en los diferentes campamentos, pero tuve que cargar unos veinte a veintidós kilos, que igual, en subida caminando unas ocho horas, es más del 10 % de mi peso, lo que puede afectar la cintura y la espalda.
Pero lo peor de la Antártida fue el error que cometí con las botas, que no eran las adecuadas. Esto remite a la importancia de ir ganando experiencia con aciertos y errores antes de enfrentarte a un ocho mil. Me había comprado unas nuevas botas triples La Sportiva y esas botas me destrozaron los pies. Tuve catorce ampollas y tuve que caminar 10 días más de 8 horas por día con los pies así. Estaba en la Antártida, no podía hacer otra cosa; si abortaba, sabía que quizás no volvería, entonces me la tuve que bancar y fueron 10 días de sufrimiento. Allí aprendí a vivir con el dolor y trabajé para que el cuerpo y la mente se centren en otra cosa para evadir el dolor. Tenía los pies cada vez peor y tenía que superar la forma de moverme.
Lo que me pasó con las botas es que, aunque las probé en Bolivia y en Perú entrenando, para probar los crampones y demás accesorios, el montañismo todavía es un deporte masculino. Imagínate que de 7000 personas que subieron el Everest, solo 700 son mujeres. Una expedición es difícil que tenga más del 20% de mujeres y encontrar guías mujeres también es difícil. Entonces, la parte técnica está desarrollada para hombres. Lo que me pasó con la indumentaria es que son unisex y el triple extra small me sigue quedando grande. El talle menor de las botas me pasó lo mismo: vienen en 38 y yo calzo 35/36. Las tres marcas de calzado, Scarpa, La Sportiva y Millet, todas empiezan en 38, así que elegí las Sportiva y dije que me pondría más medias. Ya en Bolivia me había sacado alguna ampolla, pero pensé que las combatiría con medias más gruesas. Sin embargo, caminar 10 días, 8 horas con peso, me mató. Hasta escuchaba música, que no es recomendable en la montaña, pero lo hacía para enfocar el dolor en otra cosa. Después de allí, elegí otra marca en otra montaña y me fue bien. Después te acostumbras a encintarte las ampollas o perder uñas, pero lo sobrellevé y pude hacer cumbre en el Vinson.
La cumbre es una mezcla de felicidad, euforia y alivio, pero eso es la mitad del camino. La montaña no termina de escalarse hasta que estás bien en el campamento base
¿Vivís con euforias las cumbres?
Sí, olvídate, sin duda. Pero acordate que, a diferencia de otro deporte, llegar a la cumbre no es ganar el partido; allí no se terminó. La cumbre es una mezcla de felicidad, euforia y alivio, pero eso es la mitad del camino. La montaña no termina de escalarse hasta que estás bien en el campamento base. Si bien no es recomendable estar mucho tiempo en la cumbre, dependiendo de la altura, pones tanto esfuerzo que realmente llegás muy cansado y la felicidad se mezcla con el “bueno, ahora tengo que bajar”. La mayoría de los accidentes pasan bajando porque se relajan o porque dejaron todo en la subida y se quedaron sin energía. Al bajar, agarrás velocidad y te podés tropezar. Pero una vez que llegás al campamento base, allí hay doble felicidad.
¿Ya con la cuarta montaña te imaginabas que ibas a ser la mujer sudamericana más joven en hacer las siete cumbres más altas de cada continente?
No lo empecé por eso. Pensá que me llevó 9 años hacerlas. Después del Vinson, yo estaba viviendo en Brasil y mis entrenadores me empezaron a decir que, por mi edad, no había ninguna mujer que había hecho las Seven Summits. Como empecé joven, tenía chances. Si lo cumplía, mejor, pero mi fantasma era Denali porque sumaba mis dos debilidades: era muy extrema en frío y tenía que llevar mucho peso. Soy extremadamente friolenta, entonces me centré en evitar congelarme y en el peso que cargué, que fue de 47 kilos en mi espalda. Encima, nos agarró tormenta, era con nieve, no había opciones. Fue en esa montaña que mi cabeza empezó a jugarme en contra. En el montañismo, la cabeza es todo; te puede tirar para arriba y ayudarte a vivir con dolor y sufrimiento, y también te puede jugar totalmente en contra. En Denali fue la primera vez que mi cabeza me jugó en contra. El miedo al peso, el miedo al frío, físicamente es la peor. Encima, antes de ir, me agarré neumonía y tuve unos problemas físicos que después me di cuenta que eran todo mental. Por suerte, antes de ir, empecé con un coach deportivo. A cada hora en Denali frenaba exhausta y era como que no pasaba el tiempo. Intentaba despejar la mente para hacer que el tiempo fuera llevadero. Y al conseguirlo, me da más orgullo. A mí me pasaba que el coach me decía desde el principio: “Sufrir vas a sufrir, yo te puedo dar técnicas para tratar el sufrimiento y te puedas enfocar en la montaña, y esas herramientas las vas a utilizar para que sea más leve.”
¿Te dejaste el más fácil y el más difícil para lo último?
Sí, porque Australia era muy alejado y entre medio de Denali y Everest. En Navidad tenía una semana de vacaciones y lo dejé para ese momento. En realidad, lo dejé para lo último porque yo quería ir al Carstensz en Papúa, que es parte de Indonesia. En realidad, hay dos corrientes de Seven Summits: una que dice que es el Carstensz y otra que es el Kosciuszko en Australia. Yo quería hacer Papúa. Pero, ¿qué pasa? Está cerrada. Luego de la pandemia no abrió más y hay muchos problemas, hay conflictos entre etnias, hay historias de todo tipo, hasta dicen que hay caníbales. De hecho, mi guía del Everest fue secuestrado en Carstensz. Está cerrado y dicen que en algún momento va a abrir. Entonces esperé hasta último momento a que abriera, pero no, y me fui a Australia.
¿Todo se estaba preparando para la coronación final que era el Everest?
Todas las montañas, menos el Aconcagua, no tienen tanto material disponible. Del Everest tenés de todo: es la más alta del mundo, hay mil documentales, mil películas, la mayoría trágicas porque es lo que vende. Tenés la zona de la muerte, hay mucha habladuría, pero bueno, es un ocho mil. El mal de altura predomina en el techo del mundo, porque ya el campamento base está muy alto. Algo que le agregué a esta montaña es el tema nutricional, porque al estar tanto tiempo en la montaña, bajás de peso por el frío, la falta de oxígeno y el movimiento continuo del cuerpo. Esto te lleva a consumir comidas calóricas para poder recuperar el cuerpo que se va consumiendo. Encima, estás dos meses allí, mientras que en las otras el máximo de días, por ejemplo en el Denali, fueron 21. La alimentación es fundamental, entonces hay que preparar el cuerpo para ello. Aumenté de peso antes de ir porque sabía que cuando tiraríamos cumbre, capaz que pasaban 45 días.
¿Qué sentiste al saber que con solo 34 años estabas logrando algo increíble?
No te voy a mentir, que no mucha gente lo haya hecho me motivaba. La sensación era de felicidad; había trabajado nueve años para poder estar allí, del lado de Nepal. Nueve años antes, estaba parada del lado chino, en la parte donde estás en la base, pero no están los montañistas. Ahora estaba parada del otro lado, en el Campo Base, intentando la montaña más alta del mundo. Estaba súper orgullosa. Pero por momentos había miedos, había incertidumbre. Por ejemplo, en el base donde estaba, se escuchaban continuamente avalanchas. Estaba lejos de la parte del glaciar, pero en el sitio donde se destruyó en 2016 con el terremoto, justo en el lugar donde arrasó la montaña. Si bien estás alejado del glaciar, estás cerca de unas paredes que tienen muchas rocas, y esas rocas fueron las que destruyeron el campamento. Entonces, estás con miedos desde el base y tenés temor a las grietas a todo. Escuchás mil historias y la cabeza juega entre estas dos sensaciones.
¿Cómo fue el momento de la cumbre?
El momento de cumbre fue doblemente especial, porque justo antes estuve en un accidente, justo antes del escalón Hillary. Hubo un derrumbe que salió en muchos medios. Básicamente, éramos 6 o 7 montañistas, justo estábamos por llegar al escalón Hillary, que es una cornisa que conecta el sur de la montaña con la parte norte donde está la cumbre. Allí se junta mucha gente. Hay una foto muy famosa de Nirmal Purja con una acumulación terrible de personas, y recuerdo que ese día había bastantes montañistas. Nos reunimos ese grupo de escaladores caminando muy lento y el piso se desplomó a 8700 metros. Allí pensé: “Listo, llegó el final”. Entre los manotazos y la desesperación en caída libre, el piso desapareció y de repente cuatro quedamos colgados del precipicio y dos o tres desaparecieron. Un inglés y un sherpa seguro se los llevó la caída, y había otro sherpa desaparecido que piensan que también cayó allí. La caída fue hacia el precipicio, fueron unos segundos en los que dije: “Estoy muerta”. Cuando quedé colgada, imagínate con 3000 metros de caída abajo, inmediatamente puse el “jumar” en la cuerda y me aseguré con un mosquetón. “Sonam”, mi sherpa, fue la persona que estaba en la cordada y no cayó. Entre gritos, empezó a dar indicaciones. La primera fue que nadie se moviera porque no se sabía cómo estaba agarrada la cuerda y cuánto podía aguantarnos. El tema es que tenía que aguantar las fijaciones de esas cuerdas a la montaña, que uno nunca sabe con el sol, el tiempo y el desgaste cuánto podían soportar hasta que nos sacaran. Ese era el miedo mayor. Tenía una persona colgada arriba mío, yo estaba con el jumar trabado para no caerme. El chico que estaba encima empezó a moverse, estaba más cerca de salir y empezó a subir. Era vida o muerte, no lo iba a juzgar porque hubiese hecho lo mismo, pero empezó a mover la cuerda.
Entonces empatizás con la situación y esperás a que no te pase lo peor. Una vez que salió, yo era la segunda, pero con el jumar no podía hacer nada porque para estirar el brazo y ascender necesitás el apoyo de las piernas, que en este caso las tenía en el vacío. Cuando quería apoyarme en la montaña, era nieve suelta y encima tenía dos personas abajo mío y las llenaba de nieve. El que estaba abajo mío intentaba empujarme las piernas para que pudiera avanzar. Una vez que el sherpa me pudo agarrar, él estaba atado, y pude salír y apoyarme en nieve firme. Estaba shockeada a full. Allí volvimos a la cumbre sur y chequeamos que el oxígeno estuviera bien, porque al hacerte oxígeno dependiente no hay vuelta atrás. Todos pensamos que el escalón Hillary se había desmoronado en un 100%. Mucha gente se volvía diciendo que se acabó el Everest, pero observando y esperando a un compañero que había caído y salido del lado de la cumbre, y su sherpa que tenía el extra de oxígeno, estaba con nosotros. A esa altura, estábamosjusto para el recambio y necesitábamos rescatar al chico que quedó, se llamaba Marcos. Esto hizo que nos quedáramos más tiempo mientras los demás se bajaban sin hacer cumbre. Pero lo que empezamos a ver es que, con mucho cuidado, los que volvían de la cumbre, de a una persona, empezaban a pasar. Básicamente quedó un sendero muy finito que no se derrumbó. Allí nuestro guía nos dijo que estábamos súper cerca, unos 40 minutos, no era nada, y nos preguntó si queríamos intentar. Luego del llanto y del estrés, me dije que, si me iba para abajo, todo el esfuerzo invertido y el tiempo iban a concluir en una experiencia negativa de haber estado a nada de lograrlo por un accidente. Tenía miedo de pasar por allí, tenía miedo de que se derrumbara, pero lo tenía que intentar porque no iba a volver y le dije: ¡vamos!
Allí crucé para ir y volver. Fue doblemente emocional, porque aparte de hacer cumbre, me encontré con Marcos y lloramos los dos. Estábamos bien del accidente, habíamos hecho cumbre y terminaba con el sueño de las siete cumbres más altas de cada continente. Fue súper emocionante.
¿Cuándo llegaste al base del Everest, qué sentiste?
Sentí que todas las montañas fueron un camino de aprendizaje, que me fue formando como persona. Haber hecho cumbre en el Everest como finalización del proyecto fue un orgullo tan grande y siento hoy en día que no hay nada imposible. No me considero ni montañista, soy una persona que se animó a soñar en grande, a ponerse un objetivo y trabajó duro, le dedicó tiempo y esfuerzo para conseguirlo. Cuando le pones pasión y disciplina, las cosas se pueden lograr. Siento que hoy en día nos ponemos limitaciones mucho más grandes de las reales que tenemos. Animarse puede significar que no lleguemos, pero seguiremos intentando más veces para lograrlo. Tuve miedos en el camino, a veces pensé que no iba a llegar por ser mujer y chiquita, pero realmente me hizo creer en mí. Aunque puse en duda mis capacidades, nunca dejé de pensar en grande porque la ganancia después fue mucho mayor.
Sentí que todas las montañas fueron un camino de aprendizaje, que me fue formando como persona