Entrevista por Andar Extremo a Ignacio Piaggio, fotos Ignacio Piaggio
¿Cómo surgió el proyecto de cruzar el río?
El proyecto nació en 2020 gracias a un amigo en común, el Dr. Pedro Billordo, quien además era mi nutricionista, junto a un grupo de personas que me impulsaron a intentarlo. Cinco años después, el 10 de enero de 2025, lo logré. Pedro y Flor, mi entrenadora, nadaban conmigo y me apoyaron desde la carrera Santa Fe-Coronda en 2022, donde recorrí 56 km en 9 horas. Pedro, desde su lugar, siempre pensaba en cómo mejorar mi rendimiento. Seguramente, de haber podido, habría sido parte de este cruce junto a nosotros.
¿Desde cuándo te dedicas a las largas distancias en natación?
Aprendí a nadar a los 7 años debido a mi asma. Mis padres, junto con el médico, decidieron que la natación sería lo mejor para mí. Comencé los primeros niveles en Estudiantes, donde aprendí los estilos, la técnica y me sumé al equipo de competición. Al principio, participaba en carreras cortas de 25 metros, pero con el tiempo fui avanzando hacia pruebas de fondo: 400, 1500 metros.
A los 18 años me uní al Club Montego, donde conocí las carreras de aguas abiertas de entre 5 y 10 kilómetros. En 2019 nadé una prueba de 20 km en 3 horas. Luego, con la llegada de la pandemia, surgió en mí la idea de cruzar El Río, y a partir de ahí nació el desafío de la ultra maratón que finalmente me llevó al cruce.
¿Se unen las aguas abiertas con la pileta o son dos cosas totalmente diferentes?
Te diría que son dos mundos completamente distintos. Hay personas que se especializan en una disciplina y otras en la otra. En aguas abiertas, hay una variable clave: el clima, la marea, las corrientes… factores que fui aprendiendo poco a poco, y especialmente durante el cruce del río. Además, el color del agua, la falta de una línea en el fondo y la amplitud del entorno hacen que la experiencia sea muy diferente. Lo único que tienen en común es que, en ambas, hay que nadar. Pero más allá de eso, son dos desafíos totalmente distintos.
¿Cuándo empezaste a pensar en el cruce? ¿Ya habías corrido la de 56 km?
Originalmente, en 2020, aún no había competido en largas distancias. Solo había nadado 20 km en 3 horas. Ya tenía en mente el cruce, pero la llegada de la pandemia retrasó el plan.
En 2022, finalmente logré completar la carrera Santa Fe-Coronda de 56 km. Luego, en 2023, nadé una prueba de 35 km, que terminé en 5 horas. Aún tenía pendiente este gran desafío.
Fue en 2024 cuando, junto con Flor y todo el equipo, decidimos enfocarnos en el objetivo y trabajar para hacerlo realidad.
Para enfrentar un desafío así lo más importante es estar seguros, sin dejar nada al azar. Prepararse de manera progresiva, con tiempo, conciencia, trabajo y responsabilidad
¿Las carreras que habías hecho eran con corriente a favor?
Sí, generalmente las carreras en el Paraná tienen corriente a favor. Sin embargo, lo particular de la Santa Fe-Coronda—una de las competencias más importantes del mundo, que anteriormente formaba parte del desaparecido circuito mundial—es que algunos tramos tienen corriente en contra, lo que la convierte en una prueba única y desafiante
¿La cabeza es fundamental en esta actividad?
La diferencia con otras disciplinas—todas con su propia dificultad—es que en las carreras largas de aguas abiertas el gran desafío es sobrellevar la mente. Si bien siempre estuve acompañado de mi equipo: el médico Sebastián, mi entrenadora Florencia y Tomás, quien manejaba la embarcación, al final éramos yo y mis pensamientos.
Lo más difícil es que, a diferencia de una carrera en bicicleta, donde el paisaje cambia y hay diversos estímulos, en este cruce solo veía agua a mi alrededor. Veía a Tomás, a Sebastián y a Flor… y me cansé de leer la patente y el nombre de la embarcación. Todo esto genera una exigencia mental inmensa.
Ya estamos en el cruce. ¿Qué fibra te tocó para tomar semejante desafío? ¿Te propusiste hacer un récord? ¿Te tentó la idea de hacerlo porque lo tenemos tan cerca? ¿Cuál fue el motivo?
Tengo amigos que ya lo han cruzado, y eso me motivó a intentarlo. Buscaba una superación personal y también del equipo. Siempre voy a Punta Lara, donde se ve el horizonte y los barquitos, y muchas veces me pregunté: ¿qué habrá del otro lado? Me entusiasmaba la idea de salir nadando desde allá y llegar acá, me atraía atravesar ese horizonte nadando.
Esta travesía, además de ser un enorme desafío, está adquiriendo gran relevancia. Todo comenzó en 1923 con una nadadora europea que tardó 24 horas en completar el cruce. Hoy, soy el número 41 en lograrlo en el río más ancho del mundo. Cuando empecé a investigar sobre esta hazaña, me motivó aún más.
Antes de hacerlo, tuve que ganar experiencia previa con carreras de larga distancia. Originalmente, había pensado en hacerlo en sentido contrario, pero el confinamiento cambió los planes. En 2020 no hubiera tenido toda la experiencia y trayectoria que adquirí con el tiempo. Al final, estuvo bueno que se diera así, porque lo que realmente gané fue algo invaluable: confianza.
¿A quién se lo comunicaste cuando lo pensaste y lo meditaste?
La primera persona a quien se lo conté fue Florencia Estabillo, mi entrenadora. Desde el primer momento estuvo acompañándome en la logística y en el cruce. Luego, se lo compartí a mis padres, y después empecé a comentárselo a parte del equipo, como Pilar Húngaro, mi profesora de yoga.
En su momento también se lo comuniqué a Pedro Billordo, quien era mi médico, y más tarde a Claudio Mendoza, que trabajaba con él. Luego, lo compartí con los compañeros del gimnasio y con mis amigos.
En el cruce del Río de La Plata, si bien siempre estuve acompañado de mi equipo, al final éramos yo y mis pensamientos
¿Cómo fue el entrenamiento para poder nadar durante doce horas?
Lo máximo que duró un entrenamiento fue nadando en el río durante 7 horas, en Río Santiago, que tiene condiciones similares a una pileta. Antes, fui avanzando de manera progresiva, alternando entrenamientos en pileta y en río, comenzando con sesiones de 3 y 4 horas.
Pero el entrenamiento no fue solo sobre distancia. También entrenamos con Ariel Lotov—quien cruzó conmigo—nadando a las 5 de la mañana, la hora estimada de largada. La preparación implicaba cenar temprano, acostarse temprano, acostumbrar el cuerpo al esfuerzo. No se trataba solo de nadar, sino también de cuidar la alimentación, el descanso, la resistencia y muchas otras variables clave. El entrenamiento acuático, sin duda, fue progresivo.
¿Cómo se planifica el abastecimiento de bebida y comida en el agua?
Cuando entrenaba en pileta, dejaba todo en el borde, pero en el río tuve que prepararme de otra manera. Para eso, entrené junto a un gran amigo, Mauricio Sosa, quien me acompañaba en kayak, además de Flor y otros amigos que también me apoyaban. Ellos se encargaban de llevarme la comida y la bebida. Durante el cruce, me alcanzaban la hidratación y los alimentos mediante una caña, un método que también practiqué en los entrenamientos. Todo el protocolo de alimentación e hidratación fue diseñado por mi nutricionista, Fernando Luna.
¿Cómo te alimentan y te dan agua si no podés agarrarte de la embarcación?
No está permitido tocar la embarcación ni a las personas. Para hidratarme, tomo la botella, que está sujetada con una soga, bebo y luego la vuelvo a tirar al agua. Los chicos se encargan de recogerla. La comida me la alcanzan utilizando una caña, otro método que también entrené previamente.
¿Qué comes y qué tomas? Porque en el medio en que estás, te podés descomponer.
Tal cual lo dijiste. Durante la travesía, tenía que consumir alimentos y bebidas que ya había probado en los entrenamientos: bebidas isotónicas, geles, pasas de uva, membrillos, galletitas… pero cuando comenzó el cruce, los nervios me jugaron en contra. Comer y tomar mientras nadás no es cómodo, y a las tres horas me descompuse y empecé a vomitar.
A partir de ahí, tuvimos que modificar el protocolo, ya que algunos alimentos me caían mal. Vomité a partir de las tres horas de arrancar y no paré hasta llegar. Flor y Sebas tuvieron que improvisar y tomar decisiones sobre los alimentos que mi cuerpo podía tolerar en ese momento.
¿Por qué crees que te pasó?
El oleaje, los nervios, el desgaste del día anterior… Antes del cruce, tuvimos que realizar trámites junto a Flor y todo el equipo de la embarcación, lo que hizo que no descansáramos lo suficiente. Fueron muchos factores combinados. Nunca antes me había descompuesto, pero me tocó vivirlo por primera vez. Nadar en aguas abiertas es impredecible, y uno debe contar con herramientas para afrontar esas situaciones. Hay que estar preparado para nadar con viento, con olas, con cualquier condición que se presente.
¿Qué cambiaste a partir de la descompostura?
Al principio, las galletitas saladas me cayeron mal, así que las descartamos y empezaron a darme membrillo. Luego intenté con geles, pero tampoco pude tolerarlos. Las bebidas isotónicas me las rebajaron para que fueran más suaves. Tenía la garganta ardiendo, como si estuviera en llamas, y el agua me daba un alivio inmediato. Fueron 12 horas de esfuerzo intenso, por lo que necesitaba comer y tomar líquido, de lo contrario, el cuerpo empezaría a decaer por el desgaste. Al final, logré tolerar el membrillo y las galletitas Club Social, que se convirtieron en mi principal fuente de energía durante el cruce.
Mientras nadaba, iba cantando mis canciones favoritas, meditando y aplicando muchas herramientas que había aprendido en yoga, alineando cuerpo y mente
¡Qué complicado estar descompuesto y vomitar en el agua! ¿Cómo lo superaste?
La primera vez que me sentí mal, avisé que tenía la comida en la garganta. El médico me sugirió que vomitara, y eso me dio alivio, aunque me desconcentró de la natación. Imagínate: vomitar flotando en el agua, sin poder agarrarme de la embarcación… fue horrible.
Con el tiempo, fui mejorando la técnica de nadar y vomitar (risas). ¡No me quedaba otra! Siempre fui consciente de mi estado y estuve evaluado continuamente por el equipo. La realidad es que tuve que vomitar muchas veces, porque eso me ayudaba a sentirme mejor.
Me sentí como en una montaña rusa: comía, me descomponía y bajaba el ritmo de nado; luego vomitaba, me recuperaba y volvía a subir mi rendimiento. Para mí, vomitar fue lo que me permitió mantener mi ritmo hasta el final
En medio de todo lo que te pasaba, ¿sentiste que el cruce estaba en riesgo?
No, me sentía bien y siempre fui consciente de lo que me ocurría. Mi equipo estuvo a mi lado en todo momento, acompañándome y evaluando mi estado de salud. La temperatura, la descompostura… todos esos factores eran monitoreados constantemente. Por suerte, todo estuvo impecable y nunca sentí que el cruce estuviera en riesgo.
¿Cómo eligieron la ventana de tiempo para hacer el cruce?
La decisión la tomaron el equipo de la embarcación, junto con Ariel—quien también lo cruzó conmigo—y Flor, mi entrenadora. Utilizaron tecnología basada en el análisis de mareas y vientos para determinar el mejor día. Todo depende de un pronóstico. Al tratarse de un recorrido tan largo, en un río tan ancho, es inevitable que surjan variables y cambios que puedan afectar las condiciones.
¿Saliste con viento norte?
No tengo certeza sobre el viento específico, pero lo que sí puedo decir es que las primeras y las últimas cuatro horas fueron terribles debido a la intensidad del viento. En cambio, en la parte intermedia del cruce, el clima estuvo más tranquilo, con menos oleaje.
¿Cómo fue la logística para arrancar el 9 de enero?
La mañana del día anterior viajamos con Ariel en Buquebus, mientras el resto del equipo se trasladó en las embarcaciones de apoyo: un velero, dos semirrígidos—uno para cada nadador—y un gomón más pequeño de auxilio.
Pasamos ese día en Colonia, Uruguay, donde realizamos los trámites en Prefectura y gestionamos los permisos para el cruce. La salida fue desde Puerto de Yates, y a las 5:03 de la mañana, Ariel y yo entramos al agua.
La regla es clara: se debe entrar en Colonia y salir en Punta Lara sin ningún tipo de contacto. El cruce es completamente autónomo; no se puede tocar la embarcación. Usamos malla de competencia, que cubre hasta los tobillos y deja los hombros descubiertos. No llevamos neoprene ni aletas, ya que esos elementos corresponden a otra categoría.
¿Qué pensás cuando vas nadando, al ser una actividad tan rítmica y poco cambiante?
Para ser sincero, a los 40 minutos ya me quería ir (risas). Ahora lo cuento y me parece gracioso, pero en el momento no la pasé bien. Era un pensamiento externo, porque internamente sabía exactamente lo que quería. Fue un proceso rápido, pero siempre estuve muy seguro de mi equipo, mis apoyos, mis amigos y mi familia.
Mientras nadaba, iba cantando mis canciones favoritas, meditando y aplicando muchas herramientas que había aprendido en yoga, alineando cuerpo y mente. También pensaba en lo emocional: mis amigos y mi familia.
En la lancha tenía a tres leones con una garra impresionante, bancándose todo y alentando sin descanso: Flor, Tomi y Sebas, gritando como locos. Cada brazada extra fue impulsada por todos ellos durante esas 12 horas.
Las canciones que recuerdo haber repetido una y otra vez fueron Tripa y corazón, Oscuro diamante y El final es donde partí, de La Renga. ¡Imagínate cantarlas en tu cabeza durante 12 horas!
¿En algún momento pensaste “la voy a hacer como la planifiqué” o fue una lucha constante entre sentirte bien y mal?
En realidad, nada salió como lo había planificado, porque nunca antes me había descompuesto ni había vomitado. Me di cuenta de que podía lograrlo recién cuando llegué al espigón de pesca, faltando apenas 100 metros.
A medida que pasaban las horas, no me sentía bien. En algunos momentos mejoré un poco, pero cuando faltaban entre tres y cuatro horas para terminar, sentía que todo esto era una locura. Incluso pensé que esta sería mi única oportunidad para hacerlo, que después abandonaría la natación.
Fue un pensamiento externo, porque internamente estaba mentalmente muy preparado, gracias a mi equipo. Estaba bien entrenado y muy seguro, lo cual resulta curioso. Todo lo que atravesamos lo logramos gracias al gran equipo. Nunca estuve solo. Estaba muy fuerte y me sentí muy apoyado.
La regla es clara, se debe entrar en Colonia y salir en Punta Lara sin ningún tipo de contacto
¿Te cambió algo cuando viste la costa?
La verdad es que recién la vi cuando me paré, después de 11 horas y 56 minutos. Antes, no veía nada. Fue en ese momento cuando finalmente vi a mi familia y amigos.
Quedó la anécdota de que, faltando tres horas, seguía sin ver nada. Me saqué las antiparras, un poco enojado, y le pregunté al equipo dónde tenía que llegar… pero nadie me decía nada. Entonces, Flor me señaló a lo lejos y me preguntó: “¿Ves allá? Son las grúas de Ensenada”. Le respondí sorprendido: “¿Hasta allá hay que ir?”. Fue entonces cuando Tomás me tranquilizó y dijo: “No, es un poquito más acá”.
Seguí nadando, pero al ver que estaba agotado, me dijo: “Te faltan 10 km”. Ahí fue peor, porque yo creía que cuando había pasado los barcos, esos eran los últimos 10 km. Flor, al notar que me veía mal, decidió tirarse al agua y acompañarme.
Ese gesto me cambió el eje. Tengo un espíritu muy competitivo, y en ese punto ya lo sentía como una carrera. Me ayudó muchísimo mentalmente.
No ver la llegada me desesperaba bastante. Estaba tan concentrado que recién vi todo cuando faltaban solo 10 metros.
¿Qué sentiste cuando te paraste?
Primero, cuando faltaba poco, aparecieron dos amigos, Julián y Gauna, con sus tablas. Al verlos, pensé: “¡Guau, ahora sí estoy cerca!”. Después, Ezequiel, otro amigo guardavidas, me gritaba desde el muelle… pero yo estaba tan agotado que no alcanzaba a tomar dimensión de lo que ocurría. En un momento, en un video se ve cómo Flor se tira al agua, ya había terminado, me agarra, pero yo sigo nadando, sin darme cuenta de que ya había llegado. Solo tenía una idea fija en la cabeza: salir del agua.
Cuando finalmente caí en la realidad, fue un flash. En apenas 10 segundos, me vinieron a la mente todos los recuerdos: lo que había hecho, mis amigos, mi familia, todo… pasó demasiado rápido. Estaba tan cansado, tanto física como mentalmente, que en ese instante no pude disfrutarlo como hubiera querido. Me llevó un tiempo procesar todos esos sentimientos.
¿Cómo fue la recuperación? ¿Te fuiste derecho a dormir?
Me quedé un buen rato con mis amigos, sacando fotos y charlando. Estaba tan feliz que el cuerpo pasó a un segundo plano. Pero a medida que pasaba el tiempo y mi cuerpo se enfriaba, el dolor empezaba a aparecer.
Después me fui en auto con mis padres y, literalmente, me desmayé. Me quedé dormido agarrando la caña con la que me acercaban los alimentos durante el cruce.
Al día siguiente, me levanté sin malestar estomacal, pero no podía mover los brazos. Los hombros, especialmente, me dolían muchísimo. Poco a poco fui recuperándome. Desde el cruce, que fue un viernes, hasta el martes, descansé. Ese día volví a nadar para relajar los músculos. Estaba completamente agotado.
¿Cómo quedaste en la lista por tiempo del cruce?
Tenemos a Matías Díaz, quien en marzo de 2024 estableció el récord con un tiempo de 8 horas y 50 minutos. Yo soy el quinto más rápido, con 11 horas y 56 minutos. En total, solo 42 personas en la historia han logrado completar el cruce.
En total, solo 42 personas en la historia han logrado completar el cruce, Matías Díaz, quien 2024 tiene el récord en8 hs y 50 min. Yo soy el quinto más rápido, con 11 hs y 56 minutos
¿Tienes algo en mente para el futuro o ya te podés morir tranquilo?
Como te dije, en un momento pensé en dejar de nadar. Pero ahora me gustaría participar en carreras de 20-30 km. Estamos evaluándolo con el equipo. También me motiva la idea de hacer una carrera internacional, como la Capri-Napoli, una prueba muy exigente de 36 km en el mar. Es un desafío que requiere mucho tiempo de preparación, igual que el cruce, que nos llevó un año de trabajo y dedicación.
Si mañana te invitan, ¿volverías a cruzar el Río de la Plata?
¡Sí! Mientras lo estás haciendo, hay momentos en los que no quieres seguir… pero después te encanta. Sin dudas, lo volvería a hacer. Es una experiencia única e inolvidable. Pero ahora no. Necesito descansar. Además, no soy nadador profesional. Estoy a punto de recibirme como profesor de química y doy clases particulares de matemáticas, física y química. Es un desafío que requiere muchísimo esfuerzo, y yo tengo mis propias responsabilidades.
¿Qué consejo le darías a quienes no se atreven a hacer algo así en la vida?
El cruce es, sin dudas, una locura… pero una locura hermosa. Mi consejo es que lo hagan, pero siempre con un gran equipo. A veces, quienes te acompañan pueden pensar que no hicieron nada, que fuiste tú quien logró el desafío, pero créeme: sin ellos, habría sido imposible. Lo más importante es estar seguros, sin dejar nada al azar. Prepararse de manera progresiva, con tiempo, conciencia, trabajo y responsabilidad.