Supervivencia

30 años Perdido, en la Selva en una Isla

agosto 10, 2023 — by Andar Extremo

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Supervivencia

30 años Perdido, en la Selva en una Isla

agosto 10, 2023 — by Andar Extremo

Hace cincuenta años, el soldado japonés Shoichi Yokoi fue encontrado en las selvas de Guam, después de sobrevivir durante tres décadas tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Japón lo recibió con los brazos abiertos, pero él nunca volvió a sentirse cómodo en la sociedad moderna.

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El 24 de enero de 1972 era encontrado Shoichi Yokoi, el soldado japonés que sobrevivió durante 28 años en la isla de Guam, ignorando el final de la guerra. Yokoi era sastre de profesión cuando fue llamado para integrar el ejército imperial con veintiocho años, durante la Segunda Guerra Mundial. Primero fue destinado a China, y en 1941 a la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, Pacífico Sur situada enfrente de las costas filipinas. Aunque este era territorio americano desde finales del siglo XIX, fue invadido por Japón en 1941, debido a su carácter estratégico. Cuando las tropas estadounidenses reconquistaron la isla en el mismo año 44, la mayoría de los 19.000 soldados japoneses murieron en combate y alrededor de 500 se entregaron cuando Japón se rindió y unos cien soldados se escondieron en la selva.
Uno de esos hombres era Shoichi, quien se ocultó junto con ocho camaradas, pero las enfermedades y el hambre fueron acabando poco a poco con este grupo de personas. Shoichi se internó en la selva con otros dos compañeros que los acompañaron en su destierro y que nunca llegaron a saber que la guerra acabó un año después que ellos se escondieran en la espesura. Su último compañero lo acompañó veinte años, pero Yokoi se quedó solo en una pequeña cueva los últimos ocho años.

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Al principio capturaban y mataban ganado para alimentarse. Pero temor a que los detectaran las patrullas estadounidenses, se fueron retirando hacia la profundidades de la selva. «Desde el comienzo, tomaron medidas extremas para que no los detectaran, hasta borraban sus huellas mientras se desplazaban por la maleza,» Con el paso de los años los alimentos comenzaron a escasear, y finalmente los tres supervivientes decidieron separarse. Cada uno se quedaría en una zona determinada de la selva, y se buscaría sus propios recursos. A pesar de la separación, Shoichi continuó visitando esporádicamente a sus compañeros, hasta que encontró sus cadáveres en 1964.

Fabricó una trampa con juncos para cazar esas anguilas
Fabricó una trampa con juncos para cazar esas anguilas

Se alimentaban de semillas, frutas, jabalí, carne de rata, caracoles, camarones, cangrejos, anguilas y lo que fueran encontrando o cazando con sus trampas. No siempre había presas en los cepos, así que podían pasar varios días sin poder comer nada. Debido a esta dieta enfermaron del estómago varias veces y se sospecha que sus dos compañeros murieron por infecciones intestinales.

Un diagrama del refugio de Shoichi. La entrada y el "baño" están a la izquierda, la cocina a la derecha. La cueva no superaba el metro de altura, por lo que Shoichi siempre tenía de estar en cuclillas.
Un diagrama del refugio de Shoichi. La entrada y el «baño» están a la izquierda, la cocina a la derecha. La cueva no superaba el metro de altura, por lo que Shoichi siempre tenía de estar en cuclillas.

Shoichi junto con sus compañeros construyeron un refugio subterráneo en la tierra consolidado con paredes de cañas de bambú, «Era un hombre de muchos recursos,» recuerda su sobrino Hatashin. Era una cueva excavada por el propio Shoichi en una zona de bosques muy inaccesible. Tardó un mes en excavarla, y durante todos los años que vivió allí estuvo permanentemente ampliándola. Se accedía a la misma por una pequeña trampilla de dos metros cuadrados, disimulada con cañas de bambú, que daba a su vez a una escalera que descendía unos 8 metros. En éste curioso «hogar», Shoichi tenía incluso un agujero que conectaba directamente con un río cercano donde poder hacer sus necesidades, y una pequeña cocina con una olla, estantes y un fogón. Toda la instancia era iluminada por medio de unas lámparas de coco en las que quemaba aceites.

Entrada al refugio de Shoichi. La cueva original fue destruida en un tifón, y en la actualidad las autoridades locales han construido una réplica como atracción turística.
Entrada al refugio de Shoichi. La cueva original fue destruida en un tifón, y en la actualidad las autoridades locales han construido una réplica como atracción turística.

Durante el año 1952, encontraron unos panfletos escritos en japonés y que presumiblemente habían sido lanzados desde un avión, en los que se informaba del fin de la guerra. Shoichi y sus compañeros los ignoraron, creyendo que se trataba de propaganda aliada. Cumpliendo su promesa de no entregarse al enemigo, permaneció en la selva.
El hecho de mantenerse ocupado le ayudaba también a no pensar demasiado en su situación desmedrada o en su familia en Japón. Las memorias de Yokoi en lo que se refiere a su tiempo escondido revelan su desesperación y su empeño por no perder la esperanza, especialmente en los últimos ocho años, cuando se había quedado totalmente solo. En algún momento, al pensar en su anciana madre en Japón, escribe: «No tenía sentido causarme tanto dolor pensando en esas cosas.»
Y, a propósito de otra ocasión, cuando se encontraba desesperadamente enfermo en la jungla, decía: «No! No puedo morir aquí! No puedo dejarle mi cadáver al enemigo. Debo morir en el agujero que me he cavado. «Hasta ahora he logrado sobrevivir, pero todo se vuelve nada ahora.»

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En el 24 de enero de 1972 dos cazadores lo vieron mientras pescaba, y cuando trataron de hablarle, el ex soldado que ya tenía en ese entonces 57 años salió corriendo y se refugió en su cueva.
Intimidado por la vista de otros seres humanos después de tantos años de soledad, Yokoi trató de echarle mano a uno de los rifles de los cazadores. Sin embargo, debilitado por largos años con una pobre alimentación, Yokoi fue fácilmente reducido por los hombres. «Temía que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés y su familia en Japón,» Mientras se lo llevaban a través de la alta vegetación de la selva, Yokoi iba gritando que lo mataran ahí mismo. Finalmente fue rescatado, Dos semanas después regresó al Japón, donde se lo recibió como un héroe y allí declaró que sentía vergüenza por no haber cumplido su misión. A pesar de los cambios tecnológicos, se adaptó muy rápido a su nueva vida, escribió dos libros y trabajó en televisión en un programa de tácticas de supervivencia. La prensa lo asediaba, lo entrevistaron en radio y televisión y era invitado regularmente a hablar en universidades y escuelas de todo el país.

Ésta es una de las 3 camisas confeccionadas por Shoichi. Cuando huyó llevaba consigo un juego de botones que utilizó para sus prendas.
Ésta es una de las 3 camisas confeccionadas por Shoichi. Cuando huyó llevaba consigo un juego de botones que utilizó para sus prendas.

Al inspeccionar su refugio, se encontraron tres uniformes hechos con la fibra de la corteza de los árboles. aprovechó todos esos años para confeccionarse los uniformes con gran detalle, incluyendo bolsillos y botones. Una esquirla de piedra le sirvió de aguja para poder realizar el trabajo. Confecciono unas 3 camisas y 3 pantalones. En el hospital empezó a recibir una gran cantidad de cartas de muchos admiradores en las que le mandaban dinero. Se convirtió en un símbolo de la perseverancia japonesa. La foto en la que le cortan el pelo después de veintiocho años dio la vuelta por todo Japón, siendo portada de muchos periódicos y revistas.

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El enorme progreso económico de su país, tras la guerra, no le causaba ninguna impresión y, una vez, al ver un billete, dijo que el dinero no tiene ningún valor.
Shoichi entró en un proceso progresivo de nostalgia a medida que envejecía y, antes de su muerte, en 1997, después de haber manifestado su desencanto por la vida moderna regresó a Guam en varias oportunidades con su esposa. Fue enterrado con la lápida que su madre encargó en 1955.

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Algunas de sus principales posesiones de aquellos años en la selva, incluyendo sus trampas para anguilas, todavía se hallan en exposición en un pequeño museo de la isla.
Utilizando las propias memorias de Yokoi, publicadas en japonés dos años después de que lo descubrieran, así como el testimonio de quienes lo encontraron ese día, Hatashin pasó años reconstruyendo la dramática historia de su tío.
Su libro, La vida y la guerra de Yokoi en Guam, 1944-1972, fue publicado en inglés en 2009.
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